Por si viene la guerra

A veces uno envidia la libertad, falta de obligaciones y preocupaciones de los sintecho. Hasta que ve que la crispación extrema de hoy en día les afecta incluso a ellos

ARTURO CHECA

Sábado, 18 de octubre 2025, 23:49

Fue este sábado por la mañana. Andaba yo relajado pasando ante la puerta de la iglesia de San José de la Montaña. Todo lo relajado ... que me permitía el cercano en el tiempo partido de baloncesto de mi hijo pequeño. Que hasta en los fines de semana es complejo liberarse del yugo de las manecillas del reloj. Aunque sarna con gusto no pica. El caso es que cuando pasaba por la puerta del templo, me tope con la habitual cola de personas necesitadas que cada día acuden al reparto de comida que realizan las religiosas. Observé los rostros curtidos por pasar la vida al raso. Alguno de ellos ojeando algún libro ajado y con los lomos amarillentos. Siempre que los veo me asalta una doble sensación. Contradictoria. Por una parte, pienso: pobre gente. Trato de intentar escudriñar en sus ropas sucias y en sus pertenencias, la mayor parte de las veces transportadas dentro de bolsas de plástico, con tal de intentar saber algo de ellos. Si alguno antes era un empresario de éxito venido a menos y caído en la ruina. Cuántos habrían acabado así por los vicios de la vida y cuántos por los caprichosos giros del destino. Pero al mismo tiempo me asalta una cierta sensación de envidia. El pensamiento de que, pese a sus penurias, carencias y necesidades, quizás sean más libres que nosotros, menos esclavos del día a día, del consumismo y de la febril competencia de estos días. Más felices tal vez pese a sus muchos motivos para la infelicidad y sus carencias. Aunque este sábado me llamó la atención otra cosa. Dos de los indigentes hablaban entre ellos mientras aguardaban el reparto de los alimentos. Una suerte de cola de racionamiento en pleno siglo XXI. Un de ellos apuraba un cigarro del que sólo se veía ya la colilla. «A ver si nos dan bastante comida hoy. Yo llevo unos días guardando hace tiempo cosas que no se estropean. Por si viene la guerra...», le decía al otro mendigo. Y entonces me di cuenta de que la extrema polarización que últimamente invade cada poro de la vida pública y política les cala incluso a ellos. A los que parece que estén al margen de todo aunque sea en el inframundo. La prueba de que la crispación ya ha calado todos los estratos de nuestra sociedad. Hasta el nivel más 'outsider'. Lo lógico de tanto ver cómo el dolor y el drama de la tragedia de la dana siguen siendo usada como arma política por unos y otros, a izquierda y derecha. De ver como un diputado (Bordera, de Compromís) es capaz de la barbaridad de comparar en un plató la masacre de Gaza, un genocidio horrendo, con la matanza de Auschwitz, un campo de concentración con 1,1 millones de judios asesinados (con seis millones de víctimas en el holocausto nazi). A otro (Pérez Llorca, PP) haciendo bromas después a su colega de Compromís para criticar la flotilla enviada a Israel y «lo gordito» que había vuelto de Auschwitz el otro diputado. Infame comentario en sede parlamentaria de un representante de los ciudadanos. Como tantos otros y tantas veces. A un juez no enviando a prisión a Ábalos pese a los indicios y sospechas de la UCO de haber robado presuntamente a manos llenas y criticando al Congreso por mantenerlo de diputado. Otra vez la separación del poder ejecutivo y judicial pasada por el arco del triunfo. A críticas por dar a un famoso televisivo el premio Planeta (¿le han leído?). A injerencias políticas que hacen naufragar una fusión bancaria. A Trump repartiéndose el mundo con quién mejor le parece. Todo mezclado, todo crispado y todo confuso. Y así, claro, hasta los despreocupados sintecho, infelices pero felices, andan inquietos.

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