«¿Qué apagón?»
En el pueblo, antes y después de caerse España estaba la gente en la calle, con niños jugando en la plaza sin pantallas ni pitidos de redes sociales y con las teles en negro
ARTURO CHECA
Sábado, 3 de mayo 2025, 23:38
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ARTURO CHECA
Sábado, 3 de mayo 2025, 23:38
A las 12 y cuarenta de la mañana del día del lunes, 'Dido' paseaba taciturno por la plaza del pueblo. Como cada día. El anciano ... y negro perro de Eladio era el único habitante del enclave central de Piqueras del Castillo. En el bar, Isabel tras la barra y el propio Eladio como único cliente. Ella charlaba con él del buen tiempo tras los vaivenes de la Semana Santa, mientras él degustaba una cerveza sin alcohol. La Donelia paseaba calle arriba y abajo. «Ya tengo la comida lista y ahora a hacer hambre». Gonzalo y Carmen, los dos únicos niños del lugar, jugaban a hacer equilibrios en la barandilla de la consulta del médico. Miguel Ángel iba de acá para allá con el coche y una colmena en un pequeño remolque, con una gorra de 'Barreiros' para protegerse del fuerte sol reinante. Enrique, el alcalde, apuraba unas tareas domésticas con el Consistorio cerrado a cal y canto. Servidor estaba en casa, con la tele encendida. Hasta que se apagó. España se venía abajo. Aunque apenas nadie en el pueblo, oasis de civilización, se diera cuenta. Yo creí que se debía a los constantes cortes de luz que sufre la casa de mi abuelo. Cosas de la humedad. Nada que hacer con los plomos. Al ir al pueblo de al lado a echar gasolina, a nueve kilómetros, constaté que algo no iba bien. «Los surtidores no van, se ha ido la luz». Y entonces llegó la verdad a través del zumbido e interferencias de la radio de mi plateado Skoda Felicia. Apagón en toda España y Portugal. Uno, siempre algo preso de estos tiempos modernos, ya notó que algo fallaba por el coma del hipnotizante y adictivo móvil. Ni Eladio, ni Isabel, ni Miguel Ángel, ni Donelia ni nadie en el pueblo se habían dado cuenta de nada. Un día más en el paraíso. Agarré un transistor y me encaminé al bar, a una mesa en la plaza, con las noticias resonando en el silencio y vacío de las calles del pueblo. «¿Qué apagón? ¿Pero cómo se va a ir la luz en toda España?». La encargada del bar no daba crédito. Eladio se ajustaba la gorra, con ojos muy abiertos por la preocupación. Fuera se seguían escuchando las voces cantarinas y las risas de Gonzalo y Carmen entre sus juegos. Sin apagón de vida.
El país se había caído, estaba sin timón y a oscuras, pero en el pueblo el devenir seguía casi inmutable. Con las chimeneas como calefacción y los fogones con el guiso del día. Con el móvil olvidado en un rincón y las teles apagadas. Sin pitidos de redes sociales ni antes ni después de las fatídicas 12.33. La imagen de gente en la calle (en Piqueras poca), charlas mirándose a los ojos y ausencia de pantallas no fue una novedad en la villa después del apagón. Aquí es el día a día en cada instante. La jornada siguiente regresó la luz pero aún no la cobertura. Y dio igual. Continuó siendo el momento de ir de paseo a la noguera familiar para ver si había colmenillas bajo el árbol. Antes y después del apagón. El instante de sentarse bajo la parra de casa y no hacer más que mirar a un cielo azul y blanco digno de los cuadros del Renacimiento. Antes y después del apagón. De recostarse en la banca de casa y quedarse embobado con el crepitar de los troncos en la chimenea mientras disfrutas un libro. Antes y después del apagón. De pasar horas y horas entre chácharas y risas en los poyos de piedra de la plaza, sin más destino que estar. Antes y después del apagón. De jugar los niños a cazar moscas, de chutar un balón aunque sea en un frontón o elegir qué pueblo visitar en bici. Antes y después del apagón. Hay días históricos que aquí son uno más. Lo excepcional en todo el mundo es maravillosamente mundano en estas latitudes. Y extraordinario.
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