No me quieras tanto
Sin pretenderlo, el liberal-capitalismo es el verdadero artífice del bienestar humano actual, con sus avances económicos y sociales
ANTONIO MIGUEL LÓPEZ GARCÍA, POLITÓLOGO E HISTORIADOR
Lunes, 8 de diciembre 2025, 23:48
Apelar constantemente a la preocupación por los necesitados, obreros, pobres... debería tener como resultado lógico la mejora y progreso de dichos sectores sociales. La realidad ... es bien distinta como demuestran las cifras, aunque la exultante propaganda macroeconómica del gobierno, inasequible al desaliento, continúa. Curiosamente, la sangría de impuestos y su record de recaudación van acompañados de datos como el aumento de la pobreza, del umbral de la pobreza infantil, de la pobreza energética, etc. ¿De qué sirve tamaña recaudación?, ¿alguna vez veremos reducirse aquellas deficiencias con este supuesto progresismo? Rotundamente no, porque acabaría con su propia razón de ser, acaso ayudar a los desfavorecidos. No conviene pues que desparezca la pobreza. Hasta Hugo Chávez lo decía.
Sin tanta alaraca propagandística la derecha va construyendo. Por ejemplo, mientras el sanchismo y su purria pensaban si aprobaban o no una ley para atender a enfermos de ELA, y más aún si la dotaban de presupuesto, la denostada y sin embargo efectiva Ayuso puso en marcha la atención a dichos enfermos en hospitales como el Zendal o el Puerta de Hierro, ganando la partida de nuevo a los del bla-bla-bla. El socialismo, la izquierda, por muy buena voluntad que ponga, que de todo habrá, siempre termina «jodiendo el Perú». Como el cálido abrazo del oso que acaba estrujándote. Mientras, el capitalismo y su compañero de viaje ideológico, el liberalismo, con su mala prensa y sin tanta superioridad moral, como sin querer, generan economía, impuestos, y con ello bienestar, libertad, derechos.
Sin pretenderlo, digo, pero el liberal-capitalismo es el verdadero artífice del bienestar humano actual, con sus avances económicos y sociales; el que sacó de la ancestral miseria a la Humanidad. No parece que las izquierdas puedan esgrimir lo mismo. Los hechos mandan. Ante el reincidente fracaso del socialismo, sus defensores suelen apelar a las socialdemocracias escandinavas para justificarse. Eso es porque no se fijan bien. La socialdemocracia es un socialismo edulcorado, un socialismo que se civilizó aceptando parte del bagaje liberal (constituciones, libertades, parlamentarismo... de ahí su color rosado), y del capitalismo y el libre mercado. Es más, los escandinavos son los más capitalistas. Ahora se lo discute la dictadura China (versión comunista), que viene a ser el actual 'summum portus' de la izquierda, pero con una liberalización comercial indubitable. Un capitalismo sin contrapesos. Su mejora como Estado es evidente pero falta la democracia para que la sociedad lo perciba. Gobiernan como Stalin; viven como Rockefeller. Mientras practicó la economía centralizada al estilo soviético (más de setenta países lo hicieron), la miseria y la tiranía fueron su distintivo y divisa, por más que Trotsky afirmara hace un siglo que el comunismo crearía el Paraíso en la Tierra. Ya se nota. El tipo era culto pero en materia económica y de mercado no parecía muy atinado. O mentía descaradamente.
Pero volvamos al redil. Una cosa es predicar y otra dar trigo. Como dijera Thatcher, nadie se acordaría del buen samaritano si solo tenía buenas intenciones: también tenía posibles. En otras palabras, para dar primero hay que generar (riqueza), algo para lo que las izquierdas se muestran especialmente zafias: tantas veces como implantan la economía centralizada tantas veces como fracasa; a mayor control económico peor resultado (ejemplo: miren la vivienda y el alquiler). Y siempre lo paga Pocarropa (léase pueblo). Eso sí, el relato es «zurdo», y con él el «ganado que vota» (Lamarzelle), sobre todo porque las derechas no defienden sus ideas y valores culturales, políticos, económicos, siendo como es que el triunfo real es suyo.
Las gentes, salvo paniaguados, no quieren paguitas que las condicionen, sino trabajar y ganarse la vida. Y liberarse de dependencias políticas restrictivas. Resulta cargante ese buenismo que trae deterioro social y económico con buenas y tergiversadas palabras, rótulos pomposos que esconden la nada. Cansa tanto trilerismo utópico que siempre termina en distópico, como este gobierno que venía a limpiar la corrupción. Vino nuevo en odres viejos para un iliberal mundillo político mediocre e irresponsable propio de regímenes decadentes. Mismo experimento, mismo resultado. Siete años negros con la carestía por las nubes, inflación descontrolada, impuestos confiscatorios, deuda pública creciendo, para terminar en lo que Quevedo llamaba la «pobreza alegre», pero pobreza al fin. Por favor, Pedro (líder del Peugeot), no nos quieras tanto.
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