La traición
Estos casos delicuescentes socavan los cimientos del sistema democrático, liberal, burgués y occidental al que este país decidió sumarse a finales de los 70
Antonio Losada
Miércoles, 2 de julio 2025, 23:10
No debería estar escribiendo estas líneas bajo los sentimientos de profunda tristeza e incontenible ira que me provoca la historia de corrupción en el seno ... del PSOE, pero la otra mañana estaba oyendo la sección 'En Abierto' del 'Hoy por Hoy', con Àngels Barceló, Antón Losada, Cristina Monje e Ignasi Guardans, en la que, presumiblemente se dedican a analizar la actualidad política y que, por supuesto, han dedicado -en su mayor parte- a hablar del caso Ábalos-Koldo-Cerdán y sus derivadas partidarias (pero no políticas), con incidencia en interpretar las posiciones de los partidos del pacto de investidura y especialmente de Junts.
Poco a poco me ha ido invadiendo una rabia fría y una melancolía deletérea, ante la frivolidad tan madrileña, tan «de la Villa y Corte», «de la M30 para dentro» de los comentarios, de las tesis, de las previsiones. Porque de eso se trataba, en la tertulia: de cálculos, de especulaciones, de cenáculos, del «dicen que», «es posible que», «seguro que». ¿Qué qué? ¡Por Dios! Al parecer, algunos ya están vacunados de todo tipo de sobresaltos y miserias y se dedican con fruición a hacer mapas, establecer marcos, diseñar estrategias, aventurar posiciones.
La traición, la gran traición del trío de presuntos delincuentes y presuntos socialistas no ha sido a su partido, a sus siglas, a sus décadas de historia. Ni a su secretario general, su comité ejecutivo o al resto de los órganos del PSOE. La traición, la gran traición, del PSOE, también (culpable in vigilando, que se dice), ni siquiera es hacia sus votantes; la traición, la gran, inmensa, inconmensurable traición lo es a todos aquellos españoles y españolas -catalanes, vascos, andaluces, valencianos, vascos, gallegos, canarios, asturianos, baleares, castellanos, leoneses, manchegos- que están en riesgo de exclusión, que son dependientes, pobres, migrados, diferentes por su condición sexual, su género; que viven en poblachos abandonados, que viven en La Cañada Real, que viven bajo los puentes del Parc del Túria; a los enfermos de cáncer o de enfermedades raras, los niños con TDAH, a los que habitan en el filo del desahucio, a los jóvenes sin futuro o con un futuro peor que el de sus padres, a los que tendrán que emigrar cuando acaben los estudios -si los acaban-; a los todavía dos millones de parados y a los y las que, sobrecualificados, se tienen que resignar a servir «cervecitas» y paellas infames a los guiris en cualquier terracita patria; a los que luchan contra toda esperanza por conservar un entorno natural digno de ser considerado, a los que la mantienen, la esperanza, en salvar Doñana, el Mar Menor, las Lagunas de Ruidera, la Albufera de València, los que batallan por salvar los Pirineos de la Canal Roya, la gallega Playa de las Catedrales y la canaria de Las Canteras.
Traicionados hay muchos: millones. Y robados. No solo por esos cientos de miles de euros, en connivencia (no lo olvidemos) con los esforzados empresarios -emprendedores- que se avinieron -se avienen- a pagar las «mordidas», a formar parte del binomio de la ecuación en que consiste la batería de delitos que, presuntamente, se han cometido. Sino robadas sus esperanzas por verse -vernos- todos abocados a un cambio radical de políticas sociales, laborales, culturales, ecológicas, económicas por el más que previsible triunfo de opciones políticas que ya se han manifestado -y algunas experimentado en territorios- contrarias a la preservación y defensa del oprimido y sojuzgado, favorables al poder financiero (el verdadero poder).
No se trata de personalizar -aunque podríamos, que a José Luis Ábalos le conocíamos en València desde, como mínimo, la década de los ochenta y por eso nos hicimos cruces cuando Sánchez se lo llevó «al Foro»-, se trata de hacer ver que estos casos delicuescentes socavan los cimientos del sistema democrático, liberal, burgués y occidental al que este país decidió sumarse a finales de los años setenta del siglo pasado, carcomen nuestra convicción europeista, ensucian nuestro imaginario como país. Esa es la gran traición, la que cada vez nos es más difícil superar, contra la que no tenemos, inermes, discursos cohesivos, la que nos somete, de nuevo, como pueblo, a la humillación que supone reconocernos hijos bastardos de los pillos cervantinos. Una putada.
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