Cajetines turísticos, 1; Mare de Déu del Desemparats, 0
La disminución más que evidente del tributo floral que Valencia ha rendido a su patrona se ha hecho evidente en las calles Bolsería y Avellanas
Antonio Losada
Jueves, 5 de junio 2025, 00:00
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Antonio Losada
Jueves, 5 de junio 2025, 00:00
La debacle urbanística y un mercado inmobiliario desbocado en la ciudad de València ya tienen efectos visibles en la estructura sensible de sus fiestas religiosas.
Prueba de ello ha sido la disminución más que evidente del tributo floral que la ciudad ha rendido a su patrona, la Mare de Déu dels Desamparats, a lo largo de su recorrido tradicional por las calles del centro histórico.
Decía el antropólogo francés Georges Bataille que la pulsión disruptora de las sociedades explota en las fiestas -en el desenfreno del gasto, en la aparente inutilidad final-, pero ordenada, limitada, por un «saber conservador» que, reconociendo esa necesidad de rompimiento del tiempo ordinario -el del ritmo de la producción y del consumo al que todos estamos sometidos- por el tiempo extraordinario -el de la fiesta y del dispendio sin sentido aparente-, concilia esas necesidades incompatibles. Lo que Manuel Delgado define como el «conflicto por la tendencia del orden societario a imponer su idea de armonía», mediante el recurso a formas «vehementes» de acción social, evocadoras de procesos sociales que escenifican «emergencias críticas» de la vida social.
Por su parte, el sociólogo alemán Dieter Goetze las describe cargadas de de valores simbólicos relacionados con saberes ancestrales que, transformados por la secularización, la evolución económica y política, son disfuncionales en las sociedades de hoy en día, por lo que se han resignificado, con un cambio de sentido conectado con el desplazamiento de las relaciones sociales, en el marco de las identidades colectivas, desde la comunidad de los afectos hacia la asociación de los intereses.
He aquí, pues, la disyuntiva que se presenta al pensamiento conservador, abocado por una combinación de capitalismo de plataformas, otro del deseo y uno más, el financiero, que han servido un cóctel explosivo a las ciudades en forma de turistificación, a vaciar de ciudadanos la trama urbana para llenarla de turistas, consumidores de experiencias, más alineados con factores aspiracionales, de corte 'moda' que con factores de socialización e identificación con raíces de corte 'tradición' o 'folklore'.
El resultado es, una vez más, la pérdida de diversidad, la gentrificación y la turistificación de las ciudades o, al menos, de sus cascos históricos, que se traduce en esta descontextualización de que hablamos y que se plasma en el empobrecimiento simbólico de las manifestaciones rituales.
Especialmente notable en la bajada de la calle de la Bolsería, tradicionalmente uno de los puntos álgidos del desenfreno extático mariano que sella el lanzamiento de miríadas de pétalos de rosa al paso de la imagen.
La degradación del barrio -que no es, tampoco, singular-, con fincas en pésimo estado de conservación, algunas en franco destino al derribo, de bajos comerciales cerrados, combinada con la substitución del comercio tradicional por pequeños comercios orientados al consumo turístico y, especialmente, la proliferación de los llamados eufemísticamente alojamientos turísticos, conforman un panorama urbano especialmente desafecto hacia una de las manifestaciones religiosas más potentes de la ciudad (Hernández Martí).
Pero no es el único barrio sacudido por una realidad que destruye el sentido de comunidad y lo sustituye por el de asociación (Durkheim, Tönnies) y, por tanto, vacía de sentido la celebración de ritos y fiestas vinculados a la primera (Dumézil, Ariño). La calle de las Avellanas, el culmen apoteósico -por su proximidad al final de la carrera- del paroxismo suntuoso de la devoción mariana valenciana, tampoco ha sido este año -pese a los esfuerzos sostenidos y onerosos de algunos seguidores- ese 'momentum' en que los sentidos se alinean con las emociones y la religiosidad se hace carne trémula -ya saben: el olor del incienso ascendente de los turiferarios, el de los pétalos descendentes de los devotos, los cánticos de la Escolanía, las marchas solemnes de la Banda Municipal, las letanías 'populares' lanzadas a los cuatro vientos desde los balcones (como decía Ximo Puig: «Tots a una veu» y los aplausos cerrados de los asistentes-.
La proliferación de cajetines de seguridad en los portales de la 'roà' crece en proporción inversa a los pétalos que recibe Amparigües, la Gran Diosa Blanca (Frazer). Finalmente, la gallina de los huevos de oro entra en coma irreversible.
Para el Corpus, la segunda vuelta de la eliminatoria. ¿Se habrá dado cuenta María José Catalá?
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