Nunca más
ANTONIO BADILLO
Lunes, 30 de junio 2025, 23:42
En París alfa y omega van de la mano, así que a nadie sorprendió que en cuestión de minutos aquel cielo embustero pasara de solear ... la escalinata del Sacré Coeur, música bohemia con el turismo hechizado a sus pies, a descargar una fina lluvia aguafiestas. Lo impensable, al menos para este desinformado guiri, es que por esas cuatro gotas fueran a irrumpir en su postal dos mastodónticos seguratas dispuestos a desalojarlo del lugar a gritos, temerosos de que acabaran volviéndose toboganes los peldaños descendentes hasta el dédalo de Montmartre. En tales circunstancias, «allez allez», robarles una última foto, el centenario carrusel y al fondo la gran basílica blanca, fue una proeza. Ya de regreso al hotel, metro en Anvers, RER a Versailles Chantiers tras café y transbordo en Notre-Dame, despejó el móvil las incógnitas. Resulta que llevaba la ciudad de la luz todo el día en alerta amarilla por riesgo de tormenta eléctrica, y cuando las nubes se pusieron bordes las autoridades lo hicieron más. Mejor una mala cara a tiempo que el lamento tardío y estéril.
Cae la noche en París, aullaría aquí el solista de La Unión, y en lo que tarda en llegar Morfeo el habitual repaso web se fija en ese Mundial de clubes inventado por la FIFA. Hasta seis partidos han sufrido suspensiones a causa del riguroso protocolo estadounidense para rayos y truenos. La normativa está clara y no se negocia: si cae uno a menos de ocho millas de distancia el espectáculo se aplaza y arranca una cuenta atrás de media hora que volverá a iniciarse en cuanto reincida el fenómeno meteorológico. No será porque el planeta fútbol no estuviera advertido. Cuando el dios Messi cambió los Campos Elíseos por las playas de 'Sonny' Crockett y Ricardo Tubbs, aquella presentación llamada a paralizar el mundo bordeó la cancelación tras cinco horas de retraso.
El recuerdo de la dana nos enfrenta a otra triste efeméride, pues tan bestia fue aquello que no merece una sino doce al año. Transcurridos ocho meses (y dos días), aún seguimos preguntándonos por qué. Mucho hablamos del 'antes', las infraestructuras que no estaban preparadas. Y del 'durante', esa cadena de negligencias que impidió ver el riesgo y alertar en tiempo y forma a la población. También del bochornoso 'después', el ejercicio de supervivencia política, los esfuerzos por sacudirse la responsabilidad, el cruce de reproches carentes de empatía, las cortinas de humo, los intentos de instrumentalizar a las víctimas o desacreditar a la jueza encargada de facturar la chapuza, los fontaneros del gremio antes atentos a otros menesteres que a desobstruir el grifo del que gotean las ayudas o acelerar la reconstrucción. Pero hoy me centraré en otro 'después', el más inmediato a la tragedia. Cuando a las pocas horas, escaldados por el drama, sí hubo respuesta enérgica ante una nueva alerta -todos a casa, como en Montmartre, como en EE UU-, afloraron reproches hacia el exceso de celo. Confundimos equilibrio con equilibrismo, ya lo demostró el Covid. Urge reeducarnos, importar el 'nunca máis' del Prestige, 'mai més', amordazar al negacionista del cambio climático y asumir que, perdido el control, toda precaución es poca. Si el 29-O quienes nos gobiernan lo hubieran tenido claro, hoy no echaríamos en falta a los 229 de la dana (no seré yo quien olvide a ese bebé muerto antes de nacer). Nunca más.
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