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Fracaso mundial

ANTONIO BADILLO

Lunes, 23 de junio 2025, 23:55

No es lo mismo consumirlo en frío, la escarcha de otro telediario más, que leerlo en la portada de junio de Le Monde Diplomatique, «Gaza ... o el fracaso de Occidente», colgada en el tablón del pequeño quiosco de la estación Versailles Château Rive Gauche, a la izquierda de la máquina expendedora de billetes, entre la estampa épica de l'Équipe ante la gesta del PSG de Luis Enrique, «Grand d'Europe», y un rosario de imanes y llaveros coronados por la Torre Eiffel. Recorrer Francia en tiempos de paz, y más si vienes de un país fracturado, reconforta el ánimo. Unidad sin complejos, en toda esquina una bandera nacional, y dos y tres, y así hasta las doce que ondea cada ventana del Museo de Orsay. Afortunados los gabachos, tienen un pasado que les une; el nuestro nos distancia. Pero resuenan tambores de guerra, y hoy surcar Francia de punta a cabo te enfrenta con lo que realmente somos, bestias nacidas para despedazarse. Su columna vertebral, de Occitania a Normandía, autopistas a 130 serpenteando entre bosques, valles y montañas, traza un reguero de cicatrices, las que dejaron héroes y villanos, monolitos y mausoleos los vestigios de un legado de violencia. El busto al general Leclerc, insignia de la resistencia francesa en la II Guerra Mundial, su mirada fija en el bravío curso del Loira por Amboise, de espaldas al Château Royal de cuyas murallas colgaron en 1560 los cuerpos de decenas de hugonotes. El brutal impacto arquitectónico del asedio vikingo a la abadía fortificada de Saint-Michel, no habría mejor sitio que sus riscos sobre aguas invisibles para emplazar el fin del mundo. La omnipresencia de Juana de Arco, en Tours, en Orleans, sobre su estatua ecuestre de la place de Martroi grabado en piedra que se erigió «con el concurso de toda Francia» -qué suerte la de los gabachos-. La ruta de la guillotina, desde la Salle du Jeu de Paume, el eco de la consagración del ideal revolucionario, hasta el Obelisco parisino como reflejo de su perversión. Aquella gratuita y silente, fuera de los circuitos turísticos, del Versalles de paseos y terrazas; este tenso entre la tierra y el cielo, paradójico homenaje a la concordia en el lecho de las 1.119 decapitaciones, no más oros, no más copas, el corazón de la reina libertad aliado con la sota de bastos. Otra ruta, la de las placas y murales: la solemne que flanquea el Hôtel de Ville versallés, alineados los muertos por la patria, una tortura alfabética de la 'a' de Accart a la 'w' de Walter; la macabra de la Île de la Cité, hito del rincón donde ardió vivo el templario Jacques de Molay; la que frente a ella se avergüenza en el Pont Neuf de la masacre de San Bartolomé, punto cenital de las guerras de religión. Las lúgubres celdas de la Conciergerie, antesala de la muerte, y las catacumbas, su reino de sombras. La huella de Napoleón, en el Château de Luis XIV, museo del emperador y sus locuras, y en Les Invalides que le dio grandilocuente sepultura. Francia, bella y desconcertante, cautiva tanto como desmoraliza. Hubo mejores momentos para mirarse al espejo. El fracaso no es Gaza, el fracaso somos nosotros, hacedores de una historia sin buenos ni malos, básicamente por incomparecencia de los primeros. Como en la canción infantil, Putin cogió un huevo, Hamás lo coció, Netanyahu lo peló, Alí Jamenei le echó sal, y Trump, el más gordito, se lo comió.

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