Chiquilicuatre
ANTONIO BADILLO
Martes, 10 de junio 2025, 00:02
Uno, el brikindans. Que lo dijera todo un Nobel de literatura me legitima para repetirlo sin faltar al decoro: así como no es lo mismo ... estar jodido que estar jodiendo, también existe una sustancial distancia entre ser un pato y un patoso. Ha querido sin embargo el destino conjugar ambos conceptos, pues en una misma semana nos coinciden el día mundial de un Donald, el adorable cascarrabias a quien no se entiende cuando habla, y el funesto cumpleaños de otro, el magnate agitador que estaría mejor callado. Entre el dibujo animado y la caricatura grotesca, quedémonos con el primero.
Dos, el crusaíto. Lo peor del caso de Donald, no el pato sino el patoso, es que su reencarnación en el Despacho Oval no ha venido dentro de un sobre sorpresa, como ocurre con las apariciones marianas. Lejos de encumbrarlo un golpe de suerte, o de Estado, Donald, el patoso, se nos ha colado a través de las fisuras de la democracia, lo que enciende una lucecita roja en torno a la candidez del ser humano y la fuerza de los populismos. Ni 'impeachment' ni demás vainas, a lo que se ve inoperantes como la Elba de Bonaparte. Serviría al menos para reforzar nuestra autoestima de animales racionales la consideración de que no pudimos hacer nada por evitarlo, pero hasta ese consuelo nos fue denegado. La nación más avanzada del mundo, eso decían, tiene sobre la mesa lo que quería, su segunda taza de caldo, y en el fondo nos importaría menos que nada, allá cada cual con sus desvaríos, de no formar todos nosotros parte del casting de títeres del teatrillo yanqui. Cuando Isaac Newton enunció su ley de gravitación universal, esa atracción fatal que se establece entre dos cuerpos con masa, seguro que no pensaba en las relaciones internacionales, pero es lo que tienen los genios, lo son incluso sin saberlo.
Tres, el maiquelyason. Anda el mundo lo suficientemente rebozado de combustible como para entregar la mecha a un pirómano, nostálgico de la guerra fría y no querría comprobar si también de la caliente, molesto y nocivo para nuestro régimen de libertades como lo es a la conducción esa avispa metomentodo que se cuela en el coche y has de espantar sin descuidar el volante. En menos de seis meses ha dado alas a dos ángeles exterminadores y su ultranacionalismo sitúa la economía mundial al borde del colapso, amén de humillar a un par de presidentes ante los ojos del planeta cual estudiantes gamberros en el despacho del director. Reconozcámosle al menos su capacidad de síntesis, imposible llegar más lejos en tan poco tiempo.
Cuatro, el robocop. Ya lo avisó el 'juegotronístico' Meñique, filósofo de cabecera de trepas y arribistas de todo pelaje: el caos es una escalera. Como era de prever, tras el pastor desfilan los borregos, eso es de primero de belenismo, y ya en la coronación del César quedaron todos retratados, caritas de cordero degollado frente al báculo del jefe. Algún día Vlad y Benji se cansarán de matar, y entonces el ejército de acólitos, que abarca desde aquel grillado disfrazado de bisonte en el Capitolio, el tal 'chamán de QAnon', hasta nuestros tiranillos de andar por casa, acabará pidiendo a la Academia Sueca que invista al patoso como hombre de paz, aunque Nobel por Nobel yo me seguiré quedando con don Camilo y sus prodigiosos gerundios.
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