Mímesis y copia en el arte
La Gran Teoría estará vigente más de dos milenios hasta que en el siglo XVIII se superará con el empirismo y el Romanticismo
Platón (427 a.C.-347 a.C.) reflexiona sobre la belleza en El Banquete con el discurso de Sócrates, asumiendo la herencia pitagórica de que ... nada es bello sin proporción y razón, surgiendo el canon basado en la armonía y la proporción como los de Policleto y el posterior, más estilizado, de Lisipo. Aquella belleza se refería también a la bondad, por lo que lo divino era bello y bueno a la vez. Es la teoría objetivista de la belleza, a la que Wladyslaw Tatarkiewicz en su Historia de seis ideas, identifica como la Gran Teoría.
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La teoría de la belleza de Aristóteles (384 a.C.-322 a. C.), se remite a la mimesis, (imitatio en latín) con la que se representa lo interno, no lo externo, y no como era, sino como debería ser en las disciplinas de la época como la danza y la música. Para Platón la belleza era la imitación armoniosa de la naturaleza y para Aristóteles la imitación de la realidad, pero no para hacer una copia, sino para realizar una versión libre basada en la naturaleza.
La Gran Teoría estará vigente más de dos milenios hasta que en el siglo XVIII se superará con el empirismo y el Romanticismo. A partir de entonces se antepone la creación a la imitación, la genialidad al talento y la destreza. La belleza se identificará con lo sublime y lo siniestro que Edmund Burke definirá como un horror delicioso, considerando el terror como el principio predominante de lo bello. El impulso del arte moderno sería el de superar el concepto de la belleza clásica. De una concepción objetiva se pasa a otra subjetiva, cambiando los gustos y cánones clásicos, surgiendo la ciencia de la estética.
En la exposición 'Kiefer/Van Gogh', de la Royal Academy of Arts, se contrastan las obras de los dos artistas
Querido lector, esta breve disquisición surge de la impresión recibida en la contemplación de la exposición en curso 'Kiefer/Van Gogh' de la Royal Academy of Arts de Londres, en la que se contrastan las obras del artista alemán (1945) con las del holandés (1853-1890). En el catálogo de la exposición se recoge un texto de Kiefer: In the Footsteps of Van Gogh, en el que cuenta su primer e iniciático viaje a través de Holanda, Bélgica, París y Arles rememorando las obras del gran pintor postimpresionista en su diario de viajes. Le impresionó la estructura racional, la segura construcción de sus pinturas en una vida cada vez más fuera de control, circunstancia que probablemente sea lo que despierta más el interés popular en el artista. Cree que su talento no se manifestó tempranamente, no tenía un don ni facilidad, sino que lo adquirió a través de la disciplina y la adversidad.
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Se pregunta si es posible crear obras maestras sin talento, sin un don especial y concluye que hay pintores afamados con talento pero que éste no asegura lo esencial de la verdad o el conflicto. Cuando uno cree en él desafía todas las adversidades, la crítica y hace lo imposible, no se rinde. Cada pincelada es una erupción, una manifestación de desafío. Su desafiante determinación es lo que le atrajo del artista y continúa haciéndolo hoy. Una vez dijo que solo el iconoclasta es el artista verdadero, transformando su incompetencia en virtud. Por su parte, es incapaz de declarar un trabajo acabado y completo.
Manifiesta Kiefer que se podría pensar que los impresionistas ejercieron una poderosa influencia en Van Gogh, pero señala diferencias entre ellos como la composición minimalista de Van Gogh que pinta el paisaje como un albañil colocando ladrillo sobre ladrillo, pincelada a pincelada. No está interesado en la superficie de las cosas, no hace copia de la apariencia, sino mímesis de la naturaleza en un nuevo contexto.
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Se refiere el alemán a pinturas de Manet, en las que todo se refleja tal cual es con una imitación completa externa, y lo compara con Van Gogh, afirmando que en su obra la lucha continúa porque hay algo más que es el todo, con la realidad más pequeña y subatómica que no puede ser representada a través de la abstracción matemática. Van Gogh nos hace pensar que cada flor en la tierra tiene su correspondiente estrella en el cielo. Introduce en sus obras un sentido de desorden en el orden geométrico del espacio.
Esta gran exposición con obras de Van Gogh cuando deambulaba por los pueblos de la Provenza francesa, dibujando y pintando sin cesar tanto el paisaje natural como el humano, permite relacionarlas con las de Kiefer, de joven y maduro, que tanto le inspiró y que ya no le abandonará en su trayectoria artística con su singular estilo y obras de gran formato.
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Van Gogh pinta su 'De sterrennacht' (Noche estrellada, 1889), óleo sobre lienzo de 73,7cm × 92,1cm que se expone en el MoMA de Nueva York, en el que el ciprés y la aguja de la Iglesia son los únicos elementos terrestres en la pintura, y se impone la comparación con la obra de Kiefer del mismo título (2019), óleo en emulsión, acrílico, goma laca, paja, pan de oro, madera, alambre y sedimento de electrólisis sobre lienzo, de 470cm × 840cm, en la que el observador se pregunta cuánto de mimesis e interpretación tiene la obra del alemán sobre la del holandés, dejando hipotéticamente al margen, (lo que no es posible), los materiales, el estilo, la técnica y los procesos de ejecución en ambas obras. La admiración de Kiefer sin duda se mimetiza en su trabajo que, por cierto, es la última obra que se recoge en el catálogo que viene a actuar como gran colofón del mismo, a la vez que de una memorable experiencia estética.
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