Pedir perdón sin reconocer culpa
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Viernes, 13 de junio 2025, 23:29
Sin tener que pagar entrada el pasado jueves asistimos a un espectáculo político difícil de calibrar. El todavía presidente Sánchez eligió el partido para escenificar ... la petición de perdón por las informaciones sobre el carácter estructural de una corrupción sistémica que parece afectar al partido y el círculo más íntimo del presidente. La puesta en escena fue austera para que el protagonismo se lo llevara el soliloquio del personaje, donde sólo faltaron lágrimas y kleenex, que sí nos regaló la presidenta de Navarra porque parecía emocionalmente más afectada. En un solo acto, y sin envidiar a María Guerrero, la obra representada llevaba por título 'Pido perdón sin reconocer culpa'.
El espectáculo muestra que lo noble de la actividad política está relacionado con la vida moral de sus protagonistas. Quienes están acostumbrados a separar la Ética de la Política y afirman con frecuencia que el arte de gobernar no tiene nada que ver con los imperativos morales, se equivocan. El ejercicio moral de la gobernabilidad y el liderazgo ejemplar de una democracia liberal avanzada está vinculado a la honestidad, la sinceridad y unos mínimos de decencia. Está vinculado al respeto a unos ciudadanos considerados como personas mayores de edad, con capacidad de juicio y discernimiento, algo que hemos echado de menos en estas comparecencias. Después de los monólogos que nos ha dedicado tratándonos de manera infantil, ahora quiere que, en un ejercicio de amnesia normativa, inmadurez cívica y olvido político, le perdonemos. El perdón es una figura moral cuya grandeza y efectividad está relacionada con las actividades simbólicas de una memoria relacional o esperanzada. Nos ha pedido perdón y estamos obligados a responderle. El perdón se pide para que sea reconocido y devuelto en un acto de generosidad y sobreabundancia moral que facilita la reconciliación.
Nos ha reclamado un acto de generosidad moral sin reconocer culpa alguna. El espectáculo resulta grotesco porque en lugar de dimitir y hacer efectivo el reconocimiento de una culpa, que se irá agrandando con el tiempo y que arrastrará o ahogará a todo el entorno gubernamental en el pozo de la indignidad moral, nos pide a los ciudadanos que movamos ficha y le perdonemos. En lenguaje coloquial tiene un nombre: «tener cara de cemento armado». La ciudadanía ha comprobado que la palabra del presidente tiene poco valor. Verán que antes del 27 tendremos elecciones. El goteo de dimisiones y la previsible 'operación Madina' entre los barones del PSOE no ha hecho más que comenzar. En palabras de Hamlet, algo huele a podrido en la Moncloa.
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