La ética del 'aceptar pulpo'
AGUSTÍN DOMINGO MORATALLA
Viernes, 6 de junio 2025, 23:43
Algunos se acordarán del 'Scattergoris', un juego de mesa que se anunciaba en televisión con una escena memorable. Durante el juego, en una de las ... categorías se pregunta por animales de compañía que empiecen por la letra 'p'. Enfadado porque otro jugador se le adelantó, el propietario del tablero amenaza ostensiblemente con marcharse y llevarse el juego si no aceptan su ingeniosa propuesta. Termina el anuncio con los miembros de la mesa embobados, plegándose a su capricho y rogándole que vuelva a la partida afirmando: «aceptamos pulpo como animal de compañía». La expresión se ha popularizado y se usa más de lo que nos imaginamos.
Sin ir más lejos, hace unos días y al terminar su intervención en una mesa redonda, una talludita colaboradora del sanchismo, afirmó sin el mínimo reparo que ella practicaba la ética del aceptar pulpo como animal de compañía. Sin pedirle explicaciones, me las dio ella misma, remiténdose a la postergación de los principios en detrimento de las circunstancias o el realismo moral, en temas como la defensa, la energía nuclear, la guerra sucia, el feminismo, el constitucionalismo, la amnistía a los golpistas, o incluso el incumplimiento en los compromisos de cooperación. Quería que yo le diese la razón aplaudiendo su escandaloso zambullido en el pragmatismo político. Comprobé que, además de los 'millennial' o la 'generación X', tampoco los 'boomers' sanchistas distinguían bien la ética de la convicción de la ética de la responsabilidad. Para desdoro de la responsabilidad política weberiana donde hay límites éticos, identifican su pragmatismo emocional de papagayo con el desprecio de cualquier ética mínima.
Pero el problema no se encuentra en estas élites sino en la popularización, vulgarización y banalización de esta 'ética de aceptar pulpo'. Ahora, vemos como normal la aceptación de lo inadmisible o incluso transaccionar con algo que no se comparte, que no se desea, que no se estima como bueno o que no se quiere. Más que maquiavelismo asistimos al 'todovalismo' para conseguir una gobernabilidad de saldo. Vemos cómo los representantes en cualquier nivel organizativo aceptan todo tipo de chantajes, sin darse cuenta de que al aceptar pulpos no sólo aceptan lo que sería un 'molúsculo cefalópodo', sino un sobón o un sujeto con manos largas. El triunfo de este pragmatismo emocional describe la desmoralización política que nos envuelve y muestra un estado de resignación o condescendencia donde la ética mínima, que nos ilusionó como pueblo en la transición, parece dimitir de sus facultades y rendirse ante muros, fangos, lodos, mafias o casquerías.
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