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LO ÚNICO QUE PASA

Esther Asperilla

Viernes, 10 de julio 2020, 14:10

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Esperar. Esperar «algo». Esperar el lunes a que llegue el viernes. Esperar todo el año a que empiecen las vacaciones. Todo el invierno a que vuelva el verano. Esperar la jubilación o a tener más dinero. Más tiempo para todo aquello que seguimos postergando. Al año que viene. Una casa más grande. El próximo partido o competición. Nos pasamos la mayor parte de la vida esperando. A que algo cambie. A que el teléfono suene. A recibir esa oferta. A tener un golpe de suerte. Esperamos ese tren o aquel vuelo. A despegar. A tomar tierra. Esperamos que alguien recoja nuestros pedazos y los recomponga. Que nos quieran. Un signo de reconocimiento. Que la situación mejore. Un momento de inspiración. Esperamos a que pase la tormenta. Esperamos ser felices. Ganar. Esperamos porque no sabemos vivir sin esperas. Porque siempre, que nosotros recordemos, hemos estado esperando. Como si eso fuera lo correcto o lo lógico. No sé cuándo aprendimos a esperar ni cómo dejar de hacerlo. Cómo hacer consciente todo lo que me pierdo cada vez que espero. Me pierdo el ruido de fondo del día. La sonrisa del lunes. Me pierdo el entreno y el esfuerzo. El sabor del primer café de la mañana frente al ordenador. El sofá que me acoge, exhausto, cuando llega la noche. El crujido de la bufanda, acomodándose en mi nuca. El roce frío del banco en el que me senté a esperar. Me pierdo el tacto del viento en la cara y la sucesión de momentos en los que sigo esperando. Me pierdo lo que siento cada vez que me pierdo. Me pierdo mi propio reconocimiento. No me doy cuenta de que algún día seguirá habiendo risas, seguirá existiendo el verano pero no habrá mente que nos piense ni que espere. Y no la habrá porque ya no estaremos. Eso es lo que pienso cada vez que alguien a quien quiero se va. Eso y en esta frase de Bob Marley: «Nos pasamos la vida esperando que pase algo y lo único que pasa es la vida...» Y la vida real no entiende de esperas. No esperemos para dejar de esperar.

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