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Trump (i) y Acosta. Efe
Dimite el secretario de Trabajo de Trump por su papel en un escándalo sexual

Dimite el secretario de Trabajo de Trump por su papel en un escándalo sexual

Alexander Acosta fue el fiscal que libró a un depredador sexual con altas conexiones políticas de pudrirse en la cárcel

Mercedes Gallego

Corresponsal en Nueva York (EE UU)

Viernes, 12 de julio 2019, 21:34

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Sexo, poder y corrupción. Tres palabras habituales en el entorno de Donald Trump, donde lo que no se ve todos los días es que alguien acepte su responsabilidad en un escándalo, lo que obliga a preguntarse por qué ha dimitido realmente el secretario de Trabajo Alexander Acosta. «No he sido yo, ha sido idea suya», se apresuró a aclarar Trump.

Pocas cosas pasan en su gobierno sin su consentimiento. Hace dos días Acosta defendió en conferencia de prensa su papel como fiscal en Miami hace más de una década, cuando intervino en la investigación contra el inversor financiero Jeffrey Epstein para archivar todos los cargos federales por prostituir a menores que podían haberle dejado en la cárcel de por vida. El trato era de ensueño: 13 meses de cárcel, durante los que podía salir hasta 12 horas diarias, seis días a la semana para seguir gestionando «sus negocios».

Las víctimas, 36 mujeres de las que abusó sexualmente cuando tenían 13, 14, 15 o 16 años, ni siquiera fueron informadas. Desde que el diario Miami Herald resucitase el caso en noviembre pasado, un juez se ha pronunciado contra el acuerdo y la fiscalía de Nueva York ha reabierto la investigación, que culminó el sábado pasado con la detención del poderoso multimillonario.

Desde Bill Clinton hasta Donald Trump, pasando por el príncipe Andrew de Inglaterra, Epstein había cultivado altas conexiones en el poder que le dieron buenos réditos cuando la justicia le puso la vista encima, hasta ahora. Trump, que en el pasado le invitaba a sus fiestas de Mar-a-Lago en Palm Beach y se identificaba con él al decir: «Le gustan las mujeres bonitas tanto como a mí, a menudo más jóvenes». De pronto, se ha desentendido de él. Ahora dice que nunca fue «fan suyo», que le echó de su club y que hace años que no se hablaban porque nunca le gustó, lo que según él es otra prueba más del «buen instinto» que tiene para juzgar a la gente.

Como mínimo, este viernes permitió que su «gran secretario de trabajo» sucumbiera a la presión de los demócratas, que pedían su dimisión desde el lunes. El cubanoamericano era el único hispano en el gabinete de gobierno y una pieza importante para satisfacer a la comunidad de Florida que Trump necesita para ganar la reelección, pero nadie sabe cuánto más hay detrás de su actuación en el caso Epstein, que sigue escandalizando a la opinión pública.

Desde su detención la fiscalía dice recibir «decenas» de llamadas diarias de jóvenes que fueron víctimas del multimillonario, en cuya mansión de Manhattan la policía encontró la semana pasada «cientos, si no miles» de fotos de jóvenes desnudas o semidesnudas a las que prostituyó para él y sus poderosos amigos. Entre ellos destaca el Príncipe Andrew, con el que una de las testigos dice haberse acostarse cuando era menor en tres lugares diferentes –su isla privada en el caribe, su mansión en Manhattan y la de Palm Beach-. La corona británica niega tajantemente las acusaciones.

Epstein pagaba a las chicas 200 dólares por reclutar víctimas entre sus amigas de instituto. Al principio, sólo charlaba con ellas y las invitaba a un vaso de vino, antes de darles 300 dólares por la visita para «ayudarlas» con sus estudios. Luego les pedía que le dieran un masaje, rodeado de cuadros de desnudos. Para que se sintieran «más cómodas» las invitaba a quedarse en ropa interior. Pronto les pedía que se deshicieran del sujetador, le gustaba mirarles los pechos mientras lo masajeaban y que le tocaran los pezones. El mismo ponía el «final feliz» masturbándose. Cuando Jennifer Araoz cumplió los 15 años la violó contra su voluntad en la camilla. La chica no hizo mucho escándalo, más allá de llorar y suplicarle que parase. A esas alturas ya estaba embargada por el remordimiento de haber llegado tan lejos y, aunque no volvió a la mansión, vivió, hasta ahora, con la culpa de haber involucrado a otras en la tela de araña de este depredador.

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