Los belenistas ante la tradición, el oficio y la dana
Cuatro de los artesanos comparten sus reflexiones sobre los nacimientos navideños hechos a mano, con paciencia, con tierra, con barro y con cariño
Nacho Roca
Catarroja
Martes, 9 de diciembre 2025, 00:11
En Torrent, Albal, Alfafar y Meliana trabajan en silencio cuatro hombres que moldean barro, tallan corcho y encienden pequeñas luces para que, cada diciembre, miles ... de personas se emocionen frente a un nacimiento. Sus manos contienen saberes antiguos y soluciones cotidianas, mezclas de tierra para paredes, cortes precisos en corcho, cables diminutos para una luz que indica la hora de la Anunciación.
Son Juanjo, Emilio Navarro, Pedro Ródenas y Melchor Ángela, belenistas que han hecho del Belén no solo una afición, sino una forma de entender la vida. Sus historias hablan de tradición, creatividad y resistencia; también de una dana que cambió para siempre el taller de algunos de ellos, su oficio, su modo de hacer y el pulso íntimo de una práctica artesanal que mantiene la Navidad a ras de suelo.
El belén que hoy reconocemos es mezcla de estilos y de tiempos. El barro policromado de la escuela murciana, la teatralidad napolitana y la fidelidad histórica del llamado estilo hebreo. En Valencia conviven esas corrientes con un sello propio, la mezcla, en la que también incluyen figuras de los reconocidos artistas Montserrat Ribes y Juan Luis Mayo. Y entre tradición e innovación, todos respetan el gesto manual y, al mismo tiempo, incorporan técnicas contemporáneas cuando las necesitan. Lo común es la paciencia, la precisión y la voluntad de transmitir.
Pedro Ródenas trabaja en su taller de Alfafar y su oficio tiene un carácter escultórico: modela las figuras pieza a pieza, desde las cabezas hasta los dedos, en una tradición cercana al belén de estilo napolitano o hebreo. Autor de belenes monumentales y exposiciones en espacios públicos durante años, Ródenas ha firmado montajes en El Corte Inglés y en diversos entornos urbanos. Su trayectoria también incluye proyectos singulares, como el belén submarino del Oceanogràfic en 2012, que exigió soluciones técnicas muy particulares.
La dana del 29 de octubre de 2024 irrumpió en su taller con rapidez en minutos el agua llegó a la rodilla y muchas piezas quedaron comprometidas. «Las herramientas se pueden comprar. Las figuras, no», dice con la calma de quien rehizo un taller y siguió trabajando sin renunciar al detalle. El año pasado montó su nacimiento en la iglesia de San Nicolás, con barro, con la naturalidad y tacto de quien no renunciaba a la tradición a pesar de todo. Este año instalará un belén vertical en una capilla de San Nicolás, con un marco dorado y cortinajes, una escena que, en cierta manera, es el belén que resistió al agua y otro en el Centro de Arte Hortensia Herrero, ya inaugurado.
En el Mercado de Sant Gregori de Torrent, Juanjo monta cada año un belén que respira la memoria de su infancia. Aquella colección con corcho natural y musgo que abría en la casa paterna hoy le sirve de brújula: «Cuando me casé dejé de montarlo unos años, pero la vocación reapareció». Su taller doméstico es un laboratorio donde conviven el boceto en papel y el modelado en 3D. Usa programas como Blender para prever perspectivas y volúmenes antes de tallar el poliestireno o cortar corcho. En verano recolecta tierras naturales que tamiza y mezcla para obtener colores auténticos.
Su sello es el uso de pigmentos naturales y la mezcla de figuras de diferentes escalas, creando efectos de profundidad con perspectivas forzadas. En el mercado, su belén reúne figuras de autores reconocidos y se convierte cada año en punto de encuentro. Juanjo no solo monta, también comparte técnica, ayuda a compañeros afectados por la dana y forma parte de la asociación local. Para él, el belén es comunidad.
Emilio Navarro, de @enavarrobelénart, tiene un taller que es también refugio. Se inició casi por casualidad en 2019 y, en pocos años, ha logrado una presencia notable en redes sociales. Emilio trabaja la escenografía: fachadas, calles y plazas que reproduce a partir de fotografías y de su intuición espacial. No usa modelado 3D; su método es analógico y visual, directo, con cuatro trozos de corcho, acrílicos, porexpán de alta densidad y pigmentos naturales.
La dana le golpeó el taller, «el agua llegó hasta la rodilla y arrastró materiales». Más allá de la pérdida material, Emilio subraya el valor emocional del oficio. «Este oficio me ha salvado la vida dos veces: cuando mi hija estaba muy malita, y ahora, después de la dana y del estrés». Su belén para la parroquia de Nuestra Señora de los Ángeles, un montaje de más de diez metros cuadrados, será este año uno de los puntos de visita obligada en Albal. Para Emilio el trabajo con miniaturas es pausa activa, concentrarse en una línea, en un centímetro, es terapia.
En Meliana, lo que Melchor Ángela y su mujer Concha han construido durante décadas ya supera la categoría de belén, es un mundo. El Belén de Roca, concebido por Melchor desde los años setenta, reúne cerca de 4.000 figuras y la misma cantidad de animales. Contiene 22 escenas bíblicas completas y sigue creciendo año a año. Melchor aprendió en la Asociación de Belenistas de Valencia, moldes, cocción a 900º, pintura, iluminación y escenografía integral.
Su instalación es permanente, desmontarla sería prácticamente imposible. Para el visitante, el efecto es doble: el niño busca animales y sorpresas, el adulto aprecia técnica y paciencia. Melchor lo define con una frase honesta, «empiezas y ya no puedes dejarlo». Su universo belenista es testimonio de acumulación de oficio y de la devoción por un gesto que se mantiene vivo gracias al trabajo paciente.
A pesar de sus diferencias técnicas, los cuatro belenistas comparten virtudes: paciencia extrema, vocación, trabajo comunitario y una resiliencia forjada por la dana. Ninguno vive del belén en sentido estricto, viven para el belén. En común también está la idea de que el belén es un acto de transmisión a hijos, vecinos y visitantes. Asociaciones, colaboradores y redes de apoyo han sido decisivas para recomponer talleres, compartir recursos y mantener la tradición en pie.
Estos cuatro artesanos insisten en detenerse, tocar la materia, trabajar con los dedos. El belén, dicen sin decirlo, es un mapa emocional que atraviesa generaciones. No es únicamente un montaje, es una máquina de memoria, un lugar de encuentro y un gesto de cuidado. Cuando las luces diminutas se enciendan este diciembre, las escenas no solamente devolverán la imagen del Nacimiento; devolverán también la certeza de que, mientras haya manos que modelen barro y paciencia para pintar un gestito mínimo, la tradición seguirá iluminando.
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