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CRÓNICAS DEL NO VERANO DESDE REINO UNIDO LAURA MARTÍNEZEntre libros y flores

CRÓNICAS DEL NO VERANO DESDE REINO UNIDO LAURA MARTÍNEZEntre libros y flores

Una cuarentena de colegios universitarios conforman Oxford, referencia académica de Inglaterra. Revestida de su pompa, cualquier actividad cobra seriedad

Miércoles, 9 de agosto 2017, 00:46

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Oxford acoge la universidad de habla inglesa más antigua del mundo. Con sus más de 22.000 alumnos y setenta departamentos de investigación, se organiza de una manera muy curiosa, que a mí me costó llegar a entender bien cuando me mudé a la ciudad, hace ya dos años. Hasta entonces, al hablar de la universidad en general, de cualquiera, me resultaba inevitable pensar en facultades. Aquí no. Oxford, como la otra gran referencia académica británica, Cambridge, constituye una federación de colegios autónomos, una especie de 'mini-universidades' con residencias para los estudiantes, que durante el curso van a clase, comen y duermen en sus instalaciones.

Estos 'colleges', un total de 38, están diseminados por toda la ciudad. Algunos de ellos tienen más de quinientos años de historia. Otros son mucho más modernos, incluso de este siglo. El último en incorporarse tiene menos de diez años. Es imposible andar por el centro sin ir topándote con ellos. Los más antiguos tienen todos forma de fortaleza, así que reservan sus interiores de miradas curiosas desde la calle. Su singular forma arquitectónica tiene origen en los enfrentamientos que tenían lugar cada pocos años entre los estudiantes y los habitantes de Oxford, que, según cuentan los libros de historia, acabaron en batallas campales en al menos dos ocasiones. En nuestros días, esta rivalidad es impensable -la ciudad rentabiliza el prestigio de su universidad-, pero los gruesos muros de los 'colleges' sirven de recordatorio de épocas más sombrías.

Uno de los aspectos que más me llaman la atención de estas instituciones es que, independientemente de su edad, poseen unos jardines magníficos. Normalmente son privados y tan sólo pueden acceder a ellos los miembros de la comunidad universitaria, pero algunos se abren al público en determinados horarios. No soy para nada una experta en botánica, aunque, por lo que he visto en el tiempo que llevo viviendo en la ciudad, parece que el clima de las islas favorece bastante a las plantas. O, como dice una amiga inglesa, la lluvia es el peaje que tenemos que pagar para que todo esté verde. Debo confesar que a mí no me gusta mucho la lluvia, soy una chica de secano. Pero, cuando ves lo bonito que se pone todo, la verdad es que miras las nubes con otros ojos. Aquí siempre tenemos flores en los parques, incluso en el más crudo invierno.

Los 'colleges' más antiguos tienen forma de fortaleza, al abrigo de murallas cargadas de historia

Recorriendo estos jardines, que están cuidados por jardineros de renombre, podemos apreciar un césped cortado al milímetro y miles de flores de distintas formas, colores y procedencias. Desde humildes margaritas hasta exuberantes rosas. Algunos tienen incluso invernaderos para poder criar las especies más delicadas. Cactus, por ejemplo, que no son precisamente muy amigos de la humedad de Inglaterra.

Los jardines de los colegios más antiguos, que son los que se ubican en el centro de la ciudad, son pequeños remansos de paz al resguardo del bullicio urbano por muros cargados de historia. Al otro lado de las piedras se agita la avenida principal de Oxford, por la que no paran de pasar turistas, autobuses o estudiantes corriendo de un lado para otro. Sin embargo, puedes estar leyendo apaciblemente a la sombra de un árbol sin enterarte. Y ya que estamos con el libro en la mano, os aconsejo también visitar las bibliotecas de estas instituciones. Atravesar pasillos llenos de estanterías con algunos ejemplares casi milenarios hace las delicias de cualquier apasionado de la lectura.

¿Hablamos ahora un rato de los comedores universitarios? Cuando llegué estuve alojada durante un par de semanas en las habitaciones para visitantes que tienen los 'colleges'. El primer día, cuando me indicaron dónde iba a tener lugar el desayuno, pensé que no me había enterado del todo bien: ¡ese edificio parecía una catedral gótica! Sin embargo, cuando entré vi que no me había equivocado. Los comedores son unas naves oblongas con techos altísimos y vidrieras que no tienen nada que envidiar a una preciada iglesia medieval. Allí se disponen unas mesas alargadas donde los residentes desayunan, almuerzan y cenan. En este ambiente comprenderéis que es imposible no tomarse los estudios en serio; revestido de pompa, todo lo que hagas parece mucho más importante, aunque estemos hablando de llevarse a la boca unas tostadas con mantequilla para empezar con energía y buen ánimo la jornada.

El ritual del paseo

Si no tenéis la suerte de poder visitar el interior de uno de estos colegios, reparad al menos en el parque de la universidad. Yo suelo ir a diario en verano para dar un paseo al terminar de comer. Estirar un rato las piernas después de pasar un montón de horas sentada frente al ordenador te reactiva, y el entorno vegetal es envidiable: plantas, árboles gigantescos, seguramente centenarios, y alguna que otra ardilla apurando el tiempo entre sus ramas. El paseo es casi un ritual para muchos investigadores de Oxford. Si el tiempo acompaña, es habitual que nos crucemos cada mediodía.

De vez en cuando, nos juntamos un grupo de compañeros de estudios y organizamos un picnic. No hay que hacer grandes desplazamientos, el 'campo' se encuentra literalmente al lado del trabajo. En mi caso, eso sí, conviene que me avisen con algo de tiempo, ya que estoy acostumbrada a almorzar 'a la española', con mi primer plato, un segundo y la pieza de fruta de rigor. Así que, cuando toca esa pequeña excursión, preparo un sándwich o algo ligero, que resulte más sencillo de comer en el suelo que un cocido o unas lentejas.

Doctora en Físicas. Cuenca. 31 años. Lleva dos años en Oxford con un posdoctorado de investigación. Tiene un blog que se llama 'Vivir será una gran aventura'.

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