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La cantante Taylor Swift.

Un ciclón llamado Taylor

A la mayor de los Swift no le ha hecho falta provocar para ser la megaestrella del pop

irma cuesta

Miércoles, 24 de junio 2015, 11:52

La primera vez que a Taylor Swift (Pensilvania, EE UU, 1989) le dieron un premio tenía nueve años. La megaestrella americana, la jovencita con cara de niña y piernas kilométricas que, según la revista Forbes, se ha convertido en una de las mujeres más influyentes del planeta, estaba en cuarto grado cuando su poema Monster In My Closet (Un monstruo en mi armario) se alzó con el premio nacional de poesía para escolares. Aquello, sin duda, debió de interpretarse como una señal de lo que estaba por venir: diez años después, la mayor de los Swift, hija de un corredor de bolsa y una ama de casa, había cambiado los versos por los acordes de guitarra y los gurús de la música se la rifaban. La joven que comenzó a escribir su propia leyenda en Nashville, ese lugar del mundo en donde la vida suena a country, acaba de dar un vuelco a su carrera para, en apenas unos meses, revelarse como la nueva reina del pop. Y es que, a sus 25 años, ha demostrado que, además de sobrarle estilo y talento, es una chica lista. Muy, muy lista.

Taylor Swift nació en Reading, una ciudad del condado de Berks, en Pensilvania, con una población de poco más de 80.000 habitantes en el seno de una familia acomodada que la creyó cuando, siendo una niña, aseguraba que al crecer seguiría los pasos de su padre y trabajaría en la bolsa, pero es probable que su gusto por escribir y la influencia de su abuela, Marjorie Finlay, una cantante de ópera de los años cincuenta, se conjugaran para dar un vuelco a su vida.

El caso es que, a los doce años, a la nieta preferida de Marjorie ya le habían salido callos en los dedos; se defendía con la guitarra y el piano, y escribía canciones con la misma facilidad con la que sus amigas montaban en bicicleta.

Fue en uno de esos garitos country de la ciudad donde la jovencísima rubia con voz melosa llamó la atención de Scott Borchetta. Dicen que Borchetta tardó en decidir que aquella chavalita era una apuesta segura lo que duró la primera estrofa, y que la chica de Reading salió de aquella audición en The Bluebird Café con su primer contrato discográfico para Big Machine Records bajo el brazo.

Aquella alianza alumbraría, el 24 de octubre de 2006, su primer disco; dos años más tarde, con solo 19, llegaría su segundo trabajo, Fearless, y nacería la leyenda: el disco salió a la venta el 11 de noviembre de 2008 convirtiéndose en uno de los más vendidos en los Estados Unidos de todos los tiempos: 10 millones de copias.

Pura estrategia

Quienes la conocen aseguran que la intérprete de Shake it off no da un solo paso sin haberlo pensado antes. Incluido su reciente viraje a la música más pop, que ya le ha valido un disco de platino y nada menos que ocho estatuillas en los últimos Billboard Awards, los célebres premios que entrega la revista musical Billboard.

La verdad es que la cantante, que hasta ahora ha mantenido una imagen de niña buena -muy lejos de otras divas quinceañeras abonadas al escándalo-, siempre ha huido de las poses provocativas y ha cuidado cada una de sus apariciones. "No me gusta subir fotos a Instagram de mí misma para que la gente diga ¡oh! qué sexy. Saco fotos de gatos monos o cuando el mar está bonito. Me pasa también con mis looks. Siempre vuelvo a Audrey Hepburn y Grace Kelly. Pintalabios rojo y ojo delineado. Creo que eso queda mono". Y aunque ya empieza a quedar poco de su imagen de joven recatada -a la vista está su último vídeo, Bad blood-, dice incluso tener una regla tan simple como efectiva para sobrevivir a los paparazzi: "Es fácil, cuando los ves llegar te bajas las faldas todo lo que puedas hasta asegurarte de que no les darás una foto con carnaza incluida".

Pero también es cierto que no escatima en gestos que alimentan esa imagen bondadosa. Hace solo un par de semanas, la cantante donó 15.000 dólares a Aaron VanRiper, un bombero que acudió a atender una urgencia y se encontró con que los heridos en el accidente eran su mujer y su hijo. Apurado por las facturas médicas a las que debe hacer frente, sus amigos lanzaron una campaña para recaudar fondos a la que la estrella no tardó en sumarse alimentando, de inmediato, su fama de filántropa. Ya lo hizo hace unos meses cuando, nombrada por la ciudad de los rascacielos embajadora turística, decidió ofrecer las ganancias de su canción Welcome to New York a las escuelas públicas. Y no es solo una pose: en febrero entregó al departamento de educación los primeros 45.000 euros.

El nombramiento le llegó después de que el año pasado se mudara desde Nashville a Nueva York. La cantante compró un par de apartamentos adosados en Tribeca, un barrio de moda repleto de tiendas, galerías de arte y bares, donde vive Scarlett Johansson, Justin Timberlake, Meryl Streep, Leonardo DiCaprio y Robert de Niro. Taylor pagó por su nueva casa, en un edificio del año 1882 construido como almacén de salchichas, 20 millones de dólares. De las paredes de la vivienda, que antes perteneció a Peter Jackson, director de El señor de los anillos, cuelgan decenas de fotos Polaroid de sus amigos y de toda la familia Swift; incluida una en la que la compositora aparece haciendo el espagat.

Un fenómeno viral

Ahora que Taylor tiene un pie en el Olimpo y otro en la sacristía -está a punto de conocer a sus futuros suegros, los padres del DJ británico Calvin Harris-, a la nueva reina del pop se la ve exultante. No solo le ha salido bien esa suerte de mutación musical y cree haber encontrado al amor de su vida, es que no deja de ganar dinero, dentro y fuera del mundo discográfico. Era fácil de imaginar que la cantante, convertida hace tiempo en un auténtico fenómeno viral -los últimos memes que han inundado internet versan sobre las características de su ombligo después de que, tras asegurar que nunca lo enseñaría, acabara mostrándoselo al planeta- diversificaría riesgos.

Por eso, sus negocios extramusicales van desde una línea de ropa veraniega para Wal-mart -el mayor almacén de EE UU- a otra de zapatillas deportivas para Keds pasando por un par de fragancias para Elizabeth Arden. No en vano, la revista Forbes ha tasado su valor actual en 200 millones de dólares y el Washington Post ha asegurado que Swift "le ha dado la vuelta a lo que significa tener poder en Hollywood".

Si alguien tiene alguna duda no hace falta mirar muy atrás. Nadie, en los últimos Billboard Awards, dudó que Taylor se convertiría en la megaestrella de la noche. La cantante pasó los días previos a la gala calentando el ambiente: fotos en las redes sociales, posters al estilo Sin City de su nuevo vídeo hasta convertirlo en trending topic, colaboraciones en programas de televisión... Una más que estudiada campaña que la artista cerró con la presentación de Bad blood, el vídeo clip en el que aparca definitivamente su imagen de niña modosita y se rodea de seis actrices, seis top models y cuatro cantantes estupendas demostrando cúal es su estatus. Taylor ha contado que jamás dudó de que su quinto y último álbum, 1989, vendería un millón de copias la primera semana. "Días antes del lanzamiento, mientras todo el mundo, dentro y fuera del negocio de la música -incluyendo mi propio sello discográfico-, me acusaba de ser una ingenua optimista, me mantuve firme. Estaba segura de que lo conseguiría. ¿Por qué no iba a hacerlo?". Desde luego, nadie puede acusar a la muchacha de no creer en sí misma.

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