José y Miguel Rausell Irene Marsilla
EL DIARIO DE MÍSTER COOKING

Los felices domingos del Rausell

José, Miguel, su familia y equipo son y serán siempre el mejor ejemplo de lo que debe ser la hostelería: una intensa declaración de amor al comensal

Mister Cooking

Valencia

Viernes, 31 de octubre 2025, 00:25

Los domingos del Rausell son frenéticos. José y Miguel lo saben. Y su equipo. Ese que transita de la sala a la barra y de ... la barra a la cocina. Sin tregua. Poniendo, quitando, sirviendo, sonriendo, saludando, mimando. Siempre con un objetivo: que quien entra en esa casa la sienta como si fuera suya. Y eso es algo que los hermanos Rausell heredaron de sus padres y sus tíos y han defendido al extremo. De Pepe y Ana. De sus tíos Paco y Antonica.

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Los han hecho con las mejores armas: humildad, bondad, una generosidad llevada al extremo y esa autenticidad que convierten la experiencia de comer, de sentarte en la barra, de pasar un domingo con los tuyos en esa casa de comidas, en un acontecimiento festivo. En algo especial. Porque muchos años después de visitar, de tanto en tanto, sus mesas, podría aseverar que la felicidad que se transmite en ese espacio siempre abarrotado no la podrás encontrar en ningún lugar. Porque, más allá de la excelencia del producto y el cariño con que se trabaja, existe un factor diferencial: el talante de quien regenta ese templo sin pretensiones que es capaz de recibir por igual a reinas o a afamados toreros y futbolistas, a políticos o artistas, que a los vecinos del barrio, que fieles, acuden a su cita con unas bravas increíbles y un arroz de los de siempre en su bar de toda la vida. Ellos quieren por igual. Y ese cariño de los Rausell y su equipo hace que su establecimiento, más que una maravillosa casa de comidas, sea un hogar donde en las mesas te sientes como parte de su familia. Algo de lo que seguro, ahora con el tiempo pasado y la historia vivida, verían con una satisfacción infinita sus antepasados.

Esos que iniciaron la historia de este restaurante en 1948 cuando su tío abuelo Kiko, hermano del abuelo Vicente, decidió alquilar un bajo en Ángel Guimerá, donde estaba la parada 16 del tranvía, y abrir allí una bodega. Que luego, en otro local contiguo, se convirtió en bar ya en marcha los 50. Y comenzó una andadura en la que, con los padres de los hermanos Rausell y sus tíos, trajo una verdadera revolución en el panorama culinario de Valencia: una máquina de pollos a l'ast de cuatro barras -el doble de las que ofrecía la de Barrachina- y, más tarde, vender raciones de arroz con sepia para llevar, siendo el primero local que innovó en lo que era el take a way de los 70…

paella, bravas y los pollos del Rausell Foto LP y Rausell

Y así, hasta ahora. Hasta esos domingos, de los que hablaba en el inicio, en el que, en el exterior del local, cuando se cruza el umbral del mediodía, suele congregarse una extensa –a veces colosal- cola de gente que espera llegar hasta los escaparates donde sirven la comida para llevar. Que es el origen, las esencias, de los Rausell. Esa cocina con toque de autenticidad, en la que mercado y productores excelentes se aúnan a una forma de hacer sin renunciar a la tradición y al mimo casi maternal, que hace que cualquier bocado que te sirvan, o en la comida para llevar o en la barra o en las mesas del restaurante, tengan esa calidez diferencial que tiene el sello de la casa. El abrazo infinito a través de la comida.

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Sus bravas son otra cosa. Pero lo es el jamón que te puedan servir. Y lo es lo que el mercado ese día les haya traído. Quizá te puedan sorprender con unos loritos; quizá con unas pequeñas sepias o unas yemas de erizo. Quizá la magia esté sencillamente en unas tellinas o un tataki de atún. Quizá esté en que ellos siempre quieran ofrecerte lo mejor que puedan. Porque si algo es el Rausell, aunque esté repleto de clientes, fuera y dentro, en la barra y en las mesas, es una declaración constante de amor, de cariño, al cliente. No es que para ellos sea lo primero. Es que no hay nada más que el comensal. Y eso, sencillamente es único e irrepetible. El sentido familiar del negocio.

Pero, ¿por qué hablar de los domingos del Rausell hoy? Hay un motivo, aunque no haría falta. Esta misma semana, en la que el aniversario de la dana lo ha centrifugado todo y nos ha hecho revivir momentos duros y trágicos, me ha venido a la cabeza que la última alerta roja, aquella que nos sorprendió con un mensaje es-alert un domingo al mediodía, me sobrevino precisamente compartiendo mesa con mi familia en la casa de Miguel y José. Una de las múltiples mesas, en las que se concentran decenas de historias y acontecimiento familiares. Festivos, lúdicos, serenos, amistosos… Siempre historias auténticas. Cuando sonó, ya había comido sus excelentes bravas y unos imprescindibles calamares. Y acababa de llegar una gran paella, símbolo de los valencianos. Y símbolo de día de fiesta en familia y amigos. Aquel sonido estridente, de la alerta, me hizo pensar en lo afortunado que era que ese aviso, que nos trasladó a días de tanta angustia vivida hacía casi once meses, me llegará reconfortado entre los míos y en un lugar al que tanto quiero como es el Rausell.

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Loritos, su tarta de queso con la receta de la señora Ana y una ensañada. LP

A ellos, a la frenética realidad dominical, se le sumó la algarabía que provocó el aviso. Pero todos supieron hacer que el sonido que tanta inquietud generó, se diluyera entre los abrazos que dan a través de su comida, de su servicio, de sus palabras siempre amables y de su humildad infinita. Y el domingo festivo continuó.

Hace años, en los entresijos de las cocinas del Rausell, conocí a Ana. Era la madre de José y Miguel. Hablamos unos instantes de la vida y de su tarta de queso, que aún pervive en la carta (de amor) del Rausell. Me hizo sentir parte de ellos. Como ellos forman parte de mi familia. Y no puede haber mayor grandeza en la gastronomía que esa: lograr que un bar, un restaurante, una casa de comidas... forma parte de la historia de un comensal y sea testimonio indeleble en su memoria de por vida.

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Los domingos del Rausell han sido, son y serán siempre como golosos versos que se cuelan en el largo relato de los días. Ese que escribimos a medida que saboreamos el calendario de la vida, con sus agridulces platos. Seguimos. Esto es el Diario de Mister Cooking. Nos vemos entre mesas.

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