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JOSÉ IGNACIO GALCERÁ
Viernes, 12 de julio 2019, 00:50
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La presencia de valencianos en Pamplona ha sido siempre notoria, mucho antes incluso de que las fiestas de San Fermín alcanzaran la universalización de la que gozan en nuestros días. La feria de ganado, donde se adquirían los rocines, ideales para las labores del campo, eran la excusa con la que acudían, y ya que estaban, se quedaban para asistir a las corridas de toros. Los tiempos han cambiado y ahora ya no se va para comprar caballos de labranza, ahora lo hacen exclusivamente para correr los encierros de Pamplona. La invasión de representantes de la terreta de un tiempo a esta parte es tal que se dice que en Telefónica -uno de los tramos del recorrido- 'se parla valencià'.
Uno de tantos corredores es Sisco Bas, natural de Ontinyent. Hace catorce años que debutó en Pamplona, allí participó también en el primer encierro de su vida y desde aquel día no ha dejado de hacerlo. En el bou en corda de su pueblo, una tradición ancestral a la que le contemplan más de 350 años de historia, aprendió a correr delante del toro y se acostumbró a convivir con la multitud por hacerse un hueco, tal y como ocurre a diario en las calles de la capital navarra. «La manera de correr es parecida pero hay diferencias. La naturaleza del bou en corda -los pitones van enfundados y el toro va atado a la cuerda- hace que se le pierda el respeto al toro, de ahí que haya mucha gente alrededor suyo. Hay competencia pero hasta cierto punto, porque en Pamplona están los mejores corredores y los huecos se cotizan mucho. Luego la velocidad del toro nada tiene que ver, en Pamplona vuelan». Sisco es un habitual del tramo entre la bajada de Javier y el Ensanche, aunque anteriormente probó en la curva de Estafeta. «Me cambié porque es la manera de llevar un toro sesenta o setenta metros; eso en otras partes del recinto no se puede hacer».
Fernando Beltrán es otro de los representantes de la Valencia taurina. Él es torero en la plaza y también lo es en la calle. Sabe perfectamente lo que es pasarse a un toro por la barriga y también conoce al detalle los secretos del festejo popular. Pamplona es desde hace varios años una cita ineludible para él. Por estas fechas, deja a un lado el despacho de abogados en la capital del Turia y se desplaza a tierras navarras para vivir en primera persona la emoción del encierro. «No sé muy bien qué me lleva a hacerlo, sinceramente. De hecho, me lo pregunto cada día antes del encierro. La realidad es que se pasa mucho miedo y en Pamplona más si cabe por aquello de que es la catedral del encierro y si uno está allí lo hace con la responsabilidad de querer hacerlo bien y disfrutar de la emoción de un espectáculo único. La satisfacción que sientes cuando termina recompensa cualquier trago», confiesa.
Fernando es un gran conocedor de la pureza de cada modalidad de festejo popular y la lleva a gala cuando participa activamente. Si los valencianos se han ganado el respeto de los corredores más clásicos de Pamplona, él tiene una parte importante de culpa. «Antes eran pocos los valencianos que corrían bien un encierro. Esto sucedía por la diferencia de conceptos. Aquí estamos acostumbrados a medir, parar y esquivar una embestida; mientras que el encierro requiere meterte en la línea por la que va el toro, empezar una carrera y acompañarle». En esa idea de ser fiel a las tradiciones de cada lugar, Fernando cumple a la perfección con la indumentaria del corredor pamplonica. «Tampoco critico a los que van de otra manera; mientras se respete al toro, que cada uno vaya como quiera. Lo primero es el respeto al toro y al resto de compañeros».
De Southampton a Pamplona no hay tanta distancia. Eso es lo que piensa José Miguel Gómez, que desde 2004 aprovecha unas pequeñas vacaciones para dar rienda suelta a su pasión de correr encierros. En Benicarló comenzó a nacer una afición que puso en práctica a partir de la treintena, puesto que hasta ese momento el fútbol no se lo permitía. «Mi trabajo, soy enfermero en un hospital de Salud Mental, me permite disponer de una semana libre que aprovecho para ir a Pamplona. Lo hago expresamente para correr los encierros de San Fermín».
En Inglaterra, reconoce, se hace difícil mantener el vínculo con el toro, que allí es un auténtico desconocido. «Están muy desconectados, lo poco que conocen de Pamplona es la fiesta, pero el toro, nada». En plena calle Estafeta, este benicarlando, impone su poderío físico en la carrera. «No se me da mal...», confiesa, y añade: «Lo importante es tener la templanza de cuándo saber entrar y cuándo esperar. Cada vez hay más corredores y, además, muy preparados, así que elegir el momento es clave. Luego, claro, depende de las piernas de cada cual para hacer la carrera más o menos larga».
Pasarán los años y será imposible desligar a Torrechiva -apodo por el que se conoce a Alberto Guillamón Salazar- de los encierros de Pamplona. Allí es una referencia desde hace 46 años sobre cómo se ha de correr un encierro. El respeto a las normas clásicas de este espectáculo le dieron fama y prestigio como corredor. Fue pionero, además, por establecer un puente directo entre el bou al carrer y el encierro, entre la Comunidad Valenciana y Pamplona, donde acude año tras año a los Sanfermines. Su estela la persigue a día de hoy su sobrino, Mateo Ferris. «El apodo Torrechiva es una institución en Pamplona. Mi tío lo inició todo y luego vinieron mis primos Alberto -el gran Torre, fallecido en un accidente de tráfico en 1999- y José. Ahora estoy yo. Es bonito seguir con esta tradición».
A Mateo es fácil identificarle en Pamplona. En plena calle Estafeta, luce a diario con orgullo una camiseta roja y blanca, la misma que perteneció a su recordado primo. «Las primeras veces que corrí en Pamplona llevaba una camiseta verde y blanca, con el mismo diseño horizontal que la que lleva mi tío. Pero yo siempre he tenido el deseo algún día de ponerme la de mi primo. Recuerdo que un día fui a casa de mis tíos y lo comenté. La tenían enmarcada y mi primo solo la usó una vez, la única que corrió junto a su padre. Aquello fue en 1997, al año siguiente no subió a Pamplona y al siguiente ocurrió el accidente. En 2016, yo vine a Pamplona con mi camiseta verde y blanca, pero mi tío traía la de mi primo sin que yo lo supiera. Me la dio y me dijo que quién mejor que yo para que la llevara. Desde ese día viene conmigo. Y mi camiseta, la verde y blanca que utilizaba, está en casa de mis tíos».
El destino de Mateo estaba marcado desde pequeño. «Recuerdo que los primos nos levantábamos en una casa de campo familiar para ver a mi tío en el encierro con su clásica camiseta». Ahora él es el encargado de continuar el camino iniciado por su tío y su primo. «No corro para recibir ovaciones, sino por satisfacción personal. No voy con ninguna otra pretensión. Disfruto y punto. Sin molestar a los compañeros».
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