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La carroza de las Ninfas.
Carrozas de ensueño en Valencia

Carrozas de ensueño en Valencia

Los carruajes eran diseñados por los grandes pintores de la época | El Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias conserva una de las mejores colecciones europeas de estos vehículos

ÓSCAR CALVÉ

VALENCIA.

Domingo, 23 de junio 2019, 00:23

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Que el tiempo vuela se deduce de muchos modos. Por ejemplo en el lenguaje. Recientemente el Instituto Cervantes ha inaugurado una exposición que documenta palabras que pasaron a mejor vida. Una recopilación de términos que en 1914 aparecían en el diccionario y que un siglo después ya no lo hacen. Si un antepasado nuestro era llamado 'camasquince', sabía que era criticado por metomentodo.

No es menester andarse con extinciones idiomáticas para percatarse. Los anacronismos lingüísticos delatan en muchos casos la velocidad de nuestro reloj particular. Un servidor alguna vez se sorprende a sí mismo al pronunciar palabras como el verbo 'molar' o el adjetivo 'guay'. Entonces comprendo que, más por suerte que por desgracia, me he convertido en un 'carroza'.

Al respecto, el uso coloquial del término carroza -siempre en masculino- resulta fascinante. Usado para describir a alguien anticuado, es sin duda reflejo fiel de la obsolescencia de aquellos coches de caballos ricamente adornados, las carrozas. Porque si el lenguaje plasma la velocidad del tiempo, los medios de transporte ya ni les cuento. Del mismo modo que un señor pasado de moda es coloquialmente un carroza, el cacharro viejo e inútil es llamado vulgarmente una tartana. No sería de extrañar que en un lejano futuro fuera denominado 'automóvil' el tipo ajeno a las tendencias del momento o una cosa fútil. Tiempo al tiempo.

Tenemos una certeza. Desde tiempos inmemoriales prestigio y poder han sido reivindicados a través de los medios de transporte. Incluso los reyes de la Edad Moderna sustituyeron el caballo sobre el que iban los monarcas medievales por el coche de caballos. No sólo alardeaban más, también se alejaban del vulgo. Hoy mismo, parece irrefutable que muchos de los conductores que llevan un BMW, por poner un ejemplo, les gusta, además de conducir, evidenciar que la vida les trata bien. No se ofendan, esta afirmación no esconde en absoluto ánimo de crítica. Si acaso la envidia del poseedor de un modesto vehículo que se aproxima peligrosamente a la condición de tartana..., pero esa es otra historia.

El relato de hoy se centra en Valencia, y tiene como centro el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí. Esta institución conserva una serie de magníficos carruajes y majestuosas carrozas del siglo XVIII cuya sola presencia en la vía pública ya infundirían enorme respeto entre sus espectadores. Ríanse -con cariño-, del Audi, el Mercedes o el Porsche. Para admirar estos vehículos sólo hace falta visitar las antiguas caballerizas del Palacio de los Marqueses de Dos Aguas, sede del mencionado museo. Si quieren profundizar, lean los estudios de Carmen Rodrigo Zarzosa, verdadera autoridad en la materia y fuente de los datos académicos aquí presentes.

El espacio expositivo mencionado es el lugar idóneo pues la imagen más conocida del palacio, la del conjunto escultórico de su fachada, fue comisionada por los mismos promotores y elaborada por los mismos artistas responsables de la pieza más emblemática de estas estructuras. Se trata de la llamada Carroza de las Ninfas, cuyas imponentes medidas advierten que eso era un Hummer de la época, pero con arte. Con una altura cercana a los 3 metros, supera los 6 metros en longitud y se acerca a los dos metros y medio de anchura. Fue construida en 1753. Para su contextualización resulta necesario esbozar un detalle de la historia del edificio.

El palacio se remonta a época medieval y perteneció durante siglos a un potente linaje, el de los Rabassa de Perellós. Pues bien, en torno al año 1740 Giner Rabassa de Perellós, III Marqués de Dos Aguas, decidió que al casoplón gótico ya le hacía falta un lavado de cara, en su interior y en la fachada. Para esta última se hizo con los servicios del prestigioso pintor y grabador valenciano Hipólito Rovira, quien elaboró el diseño finalmente ejecutado por el escultor también valenciano Ignacio Vergara en colaboración con el pintor Luis Domingo.

La Carroza de las Ninfas fue un encargo del mismo Giner Rabassa de Perellós, quien con el ánimo de dejar sin palabras a la plebe y a los otros nobles contrató de nuevo a Hipólito Rovira e Ignacio Vergara para la construcción de esta berlina profusa en decoración. La berlina -así llamada genéricamente por ser un modelo creado en Berlín-, es un coche tirado por caballos, con cuatro ruedas y con armazón cerrado en forma de taza. Aunque generalmente es de dos plazas, la de 'Las Ninfas', está concebida para cuatro personas. Comprenderán que esa carroza fuera, literalmente, una obra de arte única. Como tal, estuvo reservada para actos de gran aparato. Su recargado estilo, el imperante de la época, añadido al elevado coste que supuso el encargo, motivaría que sus exclusivos usuarios sintieran que se desplazaban en una suerte de relicario personal repleto de alusiones al linaje entre abigarrados motivos dorados. Este aspecto distrae al espectador actual de algunos detalles fundamentales para comprender su excepcionalidad. De hecho, el programa iconográfico -lo que narran las imágenes que alberga- es muy similar al de la famosa portada. Las imágenes se presentan en dos disciplinas: pictórica y escultórica. Las pinturas representan el valor del mecenazgo desempeñado por los marqueses, la personificación de los ríos como señal del marquesado de Dos Aguas, la presencia de los dioses clásicos que guían el camino de la carroza y el obrar de sus dueños, etc. En las esquinas aparecen esculpidas las ninfas que dan nombre al vehículo, mientras que en el resto de la 'carrocería' y en el 'chasis' se entremezclan motivos vegetales y fantásticos.

Por supuesto, en la colección del museo hay más vehículos asombrosos. Por ejemplo otra berlina, algo más tardía y elaborada bajo encargo de los descendientes de Giner Perellós Rabassa. La datación la han deducido los especialistas en base a su particular decoración. Hacia el año 1800, las rayas verticales combinadas con medallones ovalados en la estructura tenían más éxito que Rosalía en la actualidad. Tra, tra. A la noble familia no le faltaban posibles. De hecho, una berlina magnífica más que podrán contemplar en el Museo Nacional de Cerámica y Artes Suntuarias González Martí es la de los marqueses de Boil Serdañola, parientes de los propietarios del céntrico palacio valenciano.

Si se preguntan si estos vehículos eran susceptibles de 'tuneo', la respuesta es afirmativa. Tienen un ejemplo en la carroza del Marqués de Llanera. Realizada a principios del siglo XIX y ornamentada con la advertida tipología de franjas y medallones, fue objeto de una nueva redecoración parcial a comienzos del siglo XX, posiblemente cuando el Marqués de Llanera adquirió la carroza. El señor tuvo a bien encargar para su vehículo unas pinturas figurando a sus hijas y a los primos de aquellas jugando en un paisaje idílico. Hace unas décadas los padres sacaban orgullosos de sus correspondientes carteras las fotografías de sus hijos. Hoy hacen lo propio con los móviles. El Marqués de Llanera, cuya magnífica casa familiar aún puede admirarse en la calle Santa Teresa, presumía de hijas con su carroza. En ese período comenzaban a matricularse automóviles por todo el continente, también en la capital del Turia. No obstante, incluso en la trágica boda de Alfonso XII en Madrid (1906) se empleó una majestuosa carroza. La "democratización" de los coches llegó unas décadas después. Con ella, la obsolescencia de los carruajes.

En palabras de Carmen Rodrigo Zarzosa «El carruaje es en sí mismo una fascinante obra de colaboración entre diversos especialistas en el trabajo de la madera, el bronce, el hierro, el cuero, los textiles, el vidrio, la pintura...». Por eso causa estupefacción que ni en la formación específica (Historia del Arte), ni en los manuales de arte tenga apenas cabida. La explicación se halla en la rigidez del academicismo, pero no es plan de ponerse profundos. Cuando en 1788 Juan Sempere escribía una 'Historia del Luxo y de las leyes suntuarias de España', reservó un espacio notable para hablar de estos vehículos que, afortunados nosotros, podemos disfrutar todavía.

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