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La maldición de la  gripe española entre los valencianos

La maldición de la gripe española entre los valencianos

Más mortífera que la peste negra o que la Gran Guerra, la epidemia (1918-1919) ostenta todavía un negro récord para nuestra historia

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 28 de enero 2017, 23:48

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«En el vecino pueblo de Manuel, un individuo cuyas iniciales son J. M. L., de treinta y cuatro años de edad, se sintió atacado de la epidemia reinante. Esto le produjo tal pánico que sin vacilar cogió un revólver y se disparó un tiro en la cabeza, falleciendo en el acto». Esta noticia, que en realidad incluía el nombre completo del suicida y que por respeto a posibles descendientes no reproducimos, aparecía en el periódico 'La Correspondencia de España', en su edición del 9 de octubre de 1918. Aunque los datos que a continuación siguen pueden darnos una idea de la magnitud de aquella epidemia, quizá el suicidio de aquel manuelino refleja la psicosis colectiva que generó la comúnmente denominada gripe española (1918-1919).

Ha pasado casi un siglo de aquella incomparable mortandad mundial que, por poco conocida y por la propia actualidad, merece ser recordada. Como probablemente sabrán, a día de hoy, y atendiendo a las premisas de las instituciones sanitarias, la gripe en la Comunitat ha alcanzado el rango de epidemia. No se trata de alarmar a la opinión pública, incluso aunque la etimología de epidemia invite a pensar lo contrario. De origen griego, la unión de los términos Epi (sobre) y demia (pueblo), podría traducirse por lo tanto como «aquello que repercute sobre un pueblo». En la actualidad describe cualquier enfermedad que afecta a un número superior de los esperados por las autoridades sanitarias. Ese número varía en función de la patología. En el caso de la gripe se considera epidemia cuando los afectados (no confundir con las víctimas mortales) superan la cantidad 80 entre 100.000 habitantes. El pasado lunes eran 120 casos por cada 100.000, y probablemente estos días haya aumentado. No parece mucho, aunque sí más que suficiente para que algunos hospitales de la Comunitat estén desbordados. Créanme, por desgracia, la última afirmación la escribo con conocimiento de causa. Les deseamos una prontísima recuperación a los afectados. Si el destino caprichoso les lleva a leer estas líneas, felicitémonos por no haber sido pasto de aquella gripe que segó la vida de entre 35 y 50 millones de personas de todo el mundo un siglo atrás. Esta cantidad de víctimas pudo ser mucho mayor en realidad. Las cifras bailan según los estudios que consulten, y, por lo general, apuntan a decenas de millones de muertos más.

Cuando el mundo presenciaba el ocaso del mayor conflicto bélico que hasta la fecha había conocido, llegó la 'Spanish flu', también llamada 'Spanish lady'. Los castellanoparlantes la denominaron gripe española. Desde luego no es una grata tarjeta de presentación para ninguna nación. La mayoría de especialistas coinciden en que el nombre no se debe tanto al lugar de origen de la epidemia como a la omisión de cualquier noticia al respecto de la que hicieron gala el resto de países afectados. La posición neutral de España durante la Primera Guerra Mundial provocó que nuestros antepasados no tuvieran inconveniente en hacer público el problema al que se enfrentaban. Algo que no hicieron países como Francia o Estados Unidos, terriblemente afectados por el virus, pero que ante las posibles consecuencias bélicas consideraron más oportuno que no trascendiera la noticia. Eran los últimos meses de la Gran Guerra que acabó en noviembre de 1918. Conocer las debilidades del enemigo podría haber cambiado la historia. Esta circunstancia supuso que la epidemia más mortífera de la humanidad en números absolutos, la gripe de 1918-1919, fuera conocida como la gripe española. Padecida por mil millones de personas de todo el planeta (de ahí que pueda definirse también como pandemia), causó muchas más muertes que la Peste Negra de mediados del siglo XIV, o que la Primera Guerra Mundial. En buena medida porque el mundo, entonces sumido en una gran depresión, carecía de antivirales.

¿Qué pasó en España y en la Comunitat? El primer brote apareció durante la primavera de 1918. En España, cerca de ocho millones de personas -en muchas localidades afectó a más de un tercio de la población- padecían el proceso gripal en mayo, con unos síntomas especialmente graves durante tres días. Entre ellos destacaba la fiebre elevadísima, pero los problemas respiratorios causados eran más bien leves. Durante aquel primer golpe la mayoría se recuperó. En el brote inicial de la enfermedad, esta no cribó particularmente entre clases. El mismo Alfonso XIII enfermó. Lo peor estaba por venir. Y llegó durante el otoño de aquel mismo año, cebándose en muchas localidades valencianas. Por esta causa, el arzobispo de Valencia de entonces, José María Salvador y Barrera, había decidido cancelar parte de su visita pastoral a la diócesis que dirigía. La gripe, junto con la tuberculosis, pasaría a encabezar la causa de muerte en la capital del Turia. Si meses atrás los problemas respiratorios que acarreaba la gripe española eran menores, ahora provocaba muchas neumonías con celeridad, y, muy a menudo, la muerte tan sólo dos días después de su aparición.

Solo en el mes de octubre fallecieron casi 700 personas a causa de la gripe española en Valencia. Ahora sí, los barrios de menor poder adquisitivo fueron los más atacados. Un aciago récord urbano todavía vigente se remonta a aquel contexto: la tasa de mortandad más elevada desde 1850. La mayoría de las víctimas, a diferencia de otras históricas epidemias, no pertenecían a los grupos de riesgo habituales (niños y ancianos), sino que en su mayoría eran jóvenes que gozaban de buena salud.

Actividad paralizada

Dar un vistazo a la prensa valenciana correspondiente a aquellos días puede ser tan ilustrativo como impactante. Al igual que en el resto del mundo, los focos de mayor contaminación eran los lugares donde se conformaban aglomeraciones. Especialmente peligrosos fueron los cuarteles del ejército, donde la enorme propagación del virus condicionaba que los medios valencianos les hicieran un seguimiento particular. Por ejemplo, en LAS PROVINCIAS del 2 de noviembre de 1918 leemos: «En el Hospital militar solo quedaban ayer 60 atacados de la gripe, casi todos los casos con carácter benigno. Durante las últimas 24 horas ha fallecido un guardia civil».

El verdadero problema es que se desconocía la causa de la enfermedad y las medidas adoptadas fueron estériles. Muchos pueblos valencianos presentaban sus calles desiertas. Los vecinos se encerraban en sus casas, aspecto que paralizaba cualquier actividad, salvo las misas para invocar la protección divina, contraproducentes por convertirse en otro núcleo susceptible de propagación. Algunos domicilios colocaban en las puertas de acceso alguna señal para advertir que alguien en el interior estaba contagiado. No faltaban los remedios caseros, como poner sanguijuelas en el costado de los enfermos. Para entonces, políticos y médicos de Valencia, y de toda la nación, eran objeto de feroces críticas populares y mediáticas por la ineficacia de sus procedimientos. La muerte campaba a sus anchas y sólo se retiraría cuando se le antojase. Todavía en 1919 reapareció, aunque afectó con menor virulencia.

La estadística es despiadada. De cada 100.00 habitantes en la provincia de Valencia, 90 perecieron. Extrapolando aquel devastador panorama al contexto actual, es como si este año fallecieran cerca de 7.100 personas sólo en la capital del Turia a causa de la gripe. Los datos nacionales son igualmente dramáticos. En España fallecieron entre 150.000 y 220.000 personas, cuando la población superaba por poco los 20 millones. Seguro que querrán conocer algo mejor, sólo a título informativo, al fatídico virus en cuestión. Era un virus de la gripe aviar, sin mezcla alguna, pero especialmente atípico por sus 25 mutaciones, algunas de las cuales posibilitaron de manera excepcional la adaptación al ser humano. Existe una tesis doctoral en la que hallarán nuevas respuestas y argumentos al respecto. Y todo con rigor científico. Fue defendida en la Universitat de València hace dos décadas por el médico-pediatra Manuel Martínez Pons y lleva por título 'La epidemia de gripe de 1918 en la ciudad de Valencia'.

Quizá aquel vecino de Manuel fue presa de un descontrolado pánico en los días más temidos de la gripe española. Quizá había visto perder a sus más allegados con el mismo mal y prefirió reunirse con ellos. Lo que parece irrevocable es el nombre de aquella incomparable pandemia que debe quedar en el recuerdo. Nuestra gripe tiene cura. Ánimo a todos.

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