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Concha Piquer saluda a los Reyes Don Juan Carlos y Doña Sofía. :: efeLa cantante fue inmortalizada en un ninot de una falla plantada en el año 2008. :: lpLa cantante, junto a su hija Concha, durante una corrida de toros. :: efeConcha Piquer, en una imagen tomada el 2 de marzo de 1964. :: Hps
Conchita Piquer, doña Concha, genio y figura

Conchita Piquer, doña Concha, genio y figura

Esta semana coinciden los aniversarios del nacimiento y muerte de una valenciana irrepetible

ÓSCAR CALVÉ

Domingo, 11 de diciembre 2016, 00:18

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Apenas tenía 10 años cuando llegó tarde a la función escolar donde iba a debutar. Las monjas organizadoras del acto sabían de sus increíbles cualidades, y durante los ensayos previos habían colmado de cumplidos a la niña. Por fin se abrió el telón, pero el retraso o los nervios provocaron que Conchita fuera incapaz de articular palabra. Se quedó en blanco, no cantó. Para mayor castigo, quedaban todavía las mofas del resto de niños. Nadie podía imaginar que la frágil niña de aquel día iba a fascinar poco tiempo más tarde a los promotores de Broadway, o que, con sólo 16 años, protagonizaría la primera película sonora en español de la historia del cine.

Los hitos artísticos de Conchita Piquer, doña Concha, tras su prematura y sorprendente retirada, concuerdan con una vida cautivadora. Un gran amor que triunfa pese a su carácter supuestamente inmoral, una estrechísima amistad con Eva Perón, un mundo conquistado. Aunque en su biografía también existen sombras, como en la de todo hijo de vecino, fue una mujer avanzada a su tiempo. Quizá eso explique la especial admiración que levantó entre el género femenino. Analfabeta durante su infancia, no solo leía y escribía, también hablaba inglés, conducía, aparecía en la gran pantalla, y posaba sensual, incluso ligera de ropa, en prensa. En la cocina no sabía más que hacer un huevo duro, pero fue capaz de generar un patrimonio enorme. Como ella reconocía, si no ganaba dinero no se divertía. Y las letras de las canciones que le componían... Sus protagonistas eran mujeres de coraje, despechadas, capaces de proclamar a los cuatro vientos amores imposibles o la culminación de su satisfacción carnal.

Conchita Piquer nació en un humilde barrio de Valencia, el de Sagunto. Fue el 13 de diciembre de 1906, en la calle Ruaya, donde hoy puede visitarse su casa museo. La futura estrella nació en el seno de una familia de escasos recursos. Su padre fue albañil y falleció cuando Conchita era una cría. Su madre era costurera. Conchita tenía que hurtar verduras en las huertas colindantes para poder comer, hasta que llegó el tormentoso debut amateur que, paradójicamente, pudo marcar para bien toda su carrera. Conchita Piquer se convirtió en una perfeccionista obsesiva, como ella misma admitía. Con once años se presentó un día en el teatro Sogueros del céntrico barrio valenciano del Carmen con la firme voluntad de cantar. Al propietario le chocó que una chiquilla tuviera tanto desparpajo y atrevimiento, y le dio una oportunidad. Conchita la aprovechó. Se había ganado su debut oficial. Durante cuatro domingos cantó en el teatro. Cobró un duro por cada domingo, pero además se le abrieron las puertas de otros teatros valencianos de la época. En uno de ellos le vio el compositor valenciano Manuel Penella Merino, quien parece que le dio una alfabetización completa y las tablas necesarias para desenvolverse en un mundo que él ya conocía sobradamente, el del espectáculo. Penella ya había disfrutado de las mieles del éxito en el continente americano. Tanto, que ya tenía contratada en Nueva York, en un teatro referente de Broadway, su última obra, el Gato Montés, que incluía el conocido pasodoble. Penella se llevó consigo a Conchita Piquer, aunque, quizá por su juventud, no la incorporó en la compañía teatral. En su lugar le compuso una canción, El Florero, que representaría Conchita Piquer en un entreacto del Gato Montés. Hacía de mozo pregonero y en su estreno el público exigió con sus aplausos que repitiera el número. Una, dos, tres, cuatro. hasta en cinco ocasiones el mismo día. La prensa, la crítica, y por supuesto los promotores, se hicieron eco de un éxito sin precedentes. Había conquistado Nueva York con sólo una canción. Una canción que interpretó durante todo un año en otro teatro, simultaneando esa actividad con la grabación de discos de la todopoderosa CBS. Aprendió inglés y debutó en una comedia musical junto a la mega estrella del momento Al Jolson, quien en 1927 protagoniza la primera película sonora, 'El cantor de jazz'. En realidad, existían películas sonoras anteriores, pero la citada era la primera que se estrenaba con gran reconocimiento público. Algunos años antes, en 1923, la nueva estrella de Nueva York, Conchita Piquer, era la protagonista ¡con 16 años! de un cortometraje que saldría a la luz sólo durante algunos días en el cine neoyorkino Rivoli. La escasa aceptación del sistema del rodaje sonoro diseñado por Lee de Forest impidió su difusión. En todo caso, es la primera grabación del cine sonoro en español. La meteórica carrera de la Piquer sólo había comenzado. En 1927 regresa a España, protagoniza dos películas y crea su propia compañía, con la que girará en diversas ocasiones por todo el mundo, interpretando los temas compuestos por los mejores autores de la copla, casi siempre a su servicio. En 1933 se va a vivir con el gran amor de su vida. No dejó de cosechar éxitos en teatro y cine hasta que el 13 de enero de 1958 sufre un problema en la voz durante una actuación. Al finalizarla dice a sus compañeros: Han visto la última actuación de Conchita Piquer. Estuvo 32 años alejada de los escenarios, aunque grabó algún disco más para cumplir antiguos compromisos contractuales. Murió el 12 de diciembre de 1990.

Conchita Piquer tuvo un carácter muy fuerte. Algunos la definían como altanera. El número y contenido de sus famosos baúles, que pasaron al refranero popular por sus constantes viajes, hacían pensar en excentricidades propias de una estrella actual. Otros la acusaban de vetar a posibles competidoras de su 'corona' artística, caso de Juanita Reina, incluso que fue inductora del exilio de Miguel de Molina, algo que el propio cantante desmintió en vida. Verdades o mentiras (depende a quien leamos nos llevaremos impresiones muy distintas), su poderosa personalidad se contrasta en vida y obra. Su pareja fue el matador Antonio Márquez Serrano, quien ya estaba casado y tenía una hija. El torero dejó la esposa, la hija y los toros, convirtiéndose más tarde en dirigente de la compañía de Conchita Piquer. La Piquer hacía vibrar al público cuando vestida de negro cantaba: «Yo soy la otra, y a nada tengo derecho, porque no llevo un anillo, con una fecha por dentro». Aunque vivía en lo que entonces se consideraba pecado, no sólo no se escondía, sino que reivindicaba su amor, que a tenor de la posterior historia, fue el único y verdadero. El fruto de esta bien avenida pareja fue Conchita Márquez Piquer, quien tuvo como madrina a la mismísima Eva Perón, amiga íntima de Concha Piquer.

Otra gran controversia suscitó 'ojos verdes', canción que según algunas fuentes se gestó en una competición poética privada entre Federico García Lorca, Rafael de León y Salvador Valverde, con Miguel de Molina de testigo. Otros dicen que la letra fue un encargo del compositor Quiroga a dos de sus letristas y amigos, los citados Rafael de León y Salvador Valverde. Este último escribió la primera estrofa, la que sería causa de polémica en aquella época. Aquel «Apoyá en el quicio de la mancebía», dejaba a las claras que la protagonista era una prostituta. Por si fuera poco, el texto incluye el rechazo de la mujer al cobro de los servicios prestados por el buen hacer del amante. La canción, estrenada en 1935, fue interpretada por varios cantantes: Consuelo Heredia, Miguel de Molina, que convertía al protagonista en hombre, o Conchita Piquer, quien la transformó en un hit de la época. Conchita Piquer y Miguel de Molina la grabaron en distintos discos en 1940. El régimen franquista censuró aquél inicio por inmoral y propuso un nuevo inicio: «Apoyá en el quicio de tu casa un día». Ella no cambió nunca la letra, prefería pagar la dura sanción económica. Esa actitud a otros les hubiera costado la cárcel, pero es cierto que encerrar a Conchita Piquer hubiera sido, perdonen el símil, como encarcelar a Andrés Iniesta por su condición de número uno de la marca España. Conchita Piquer, pese a su postura claramente conservadora, fue capaz de levantar también la admiración de los exiliados republicanos que acudían a sus conciertos en Latinoamérica. Piquer, cantando coplas, fue la reina. Antes, durante y después de la Guerra. Y lo sigue siendo.

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