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Un siglo de la principal despensa de la ciudad

Un siglo de la principal despensa de la ciudad

El Mercado Central nació en una histórica plaza donde ya existía un mercadillo desde época islámica

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 6 de junio 2015, 23:57

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Uno de los medios más seguros para valorar el pulso vital de una ciudad es comprar en sus mercados. Allí huertanos, pescadores, carniceros y otros artesanos de la alimentación ofrecen cotidianamente sus productos al común mortal. Pocos mercados gozan del privilegio de ostentar una arquitectura distintiva, pero muy pocos -quizá ninguno en nuestro continente-, disponen de un enclave tan repleto de historia como el Mercado Central de Valencia, considerado a su vez el mayor centro europeo especializado en productos frescos. Aunque su realización fue aprobada antes, sólo en 1915 se colocó la primera piedra de un edificio que amplía su vitalidad día a día camino de su centenario. Sirva la efeméride para reivindicar su historia que, contrariamente a lo que se pueda pensar tras lo leído, podría remontarse indirectamente al siglo XIII. Existía un tradicional y arraigado mercado que daba nombre a la plaza desde época medieval, pero no será hasta 1915 cuando se construya el Mercado Central.

Como otras ciudades medievales con incipiente desarrollo urbano, Valencia siguió la pauta más habitual y estableció su mercado junto a la Casa de la Ciudad (antiguo Ayuntamiento) y la Catedral. La toponimia no deja lugar a duda: un espacio que ocupaba la plaza de la Virgen se denominaba de la Paja, el solar sobre el que se erigió el Aula Capitular de la Catedral se llamaba Plaza de las Gallinas, la actual Plaza del Arzobispo era conocida como la Plaza de la Fruta, y así, muchas más. Sin embargo, existía un espacio extramuros -considerando la más antigua muralla árabe vigente en el siglo XIII-, donde se desarrollaba habitualmente desde época islámica un mercadillo. En el arrabal de la Boatella, en una rambla pedregosa fruto de la desecación de un antiguo lecho fluvial del río Turia, se ubicaba este zoco para abastecer parte de la población. Ya en el año 1261 Jaime I concedió un mercado semanal a este espacio que pronto fue conocido como 'Vall del Mercat' por su orografía y por las actividades que allí se desempeñaban.

Punto neurálgico

Algunas décadas más tarde el mercado se hizo permanente y acrecentó el carácter mercantil del lugar como lo evidencia el nacimiento de una antigua Lonja de Mercaderes en un edificio en la actual Plaza del Collado, así como la proliferación de negocios en las zonas aledañas. Aquella área ya era un punto neurálgico de la ciudad de primer orden, incluso aunque los comercios no fueran más que estructuras de lona y esparto que aparecían y desaparecían coincidiendo con el sol. La edificación de la nueva muralla cristiana (1356) lo convertía en espacio intramuros cuyo bullicio y dinamismo atraía a todas las capas sociales. No sólo vendedores, sino también compradores de desigual linaje, carteristas de la época, frailes limosneros, curiosos. Ese actividad se manifestó ya a partir del siglo XIV, cuando las autoridades eligieron la 'Plaça del Mercat' como lugar de torneos, justas, ejercicios ecuestres y celebraciones de todo tipo, incluso las corridas de toros, muy diversas a las actuales. La particularidad de la distribución espacial, singularmente alargada, convertía la plaza del Mercado en lugar idóneo para el desarrollo de esos juegos. La capacidad para concentrar a un público numeroso implicó también que la plaza albergara también desde el siglo XIV espectáculos menos edificantes, caso de los crueles y brutales castigos infligidos a los declarados culpables de delitos, caso de la horca, tan del gusto de la época y ubicada exactamente en el medio de la plaza. El anecdotario no cesa hasta el siglo XIX. Alternando las actividades descritas junto a las propias de un mercado, se documentan diversos recibimientos regios o el traslado a otro lugar de las corridas de toros cuando en el año 1743 se produjo la caída de una almena de la Lonja a causa de la tensión generada por las cuerdas que sostenían el toldo de la plaza. En el accidente murieron varios espectadores.

Desamortización

Un definitivo paso para el futuro mercado se produjo en 1839. La reciente desamortización causó el abandono de muchos conventos, entre ellos el de las Magdalenas, en las proximidades de la plaza. Decidió derribarse y crear un Mercado Nuevo, también descubierto, solo cobijado bajo algunos pórticos irregulares.

Este Mercado Nuevo creado en 1839 mostró su insuficiencia a finales del siglo XIX y levantó protestas tan airadas como mediáticas que derivaron en una nueva medida municipal. El Ayuntamiento optó por construir un gran mercado totalmente cubierto y abrió un concurso de proyectos en 1882 que se volvió a convocar con cierta periodicidad. Bien por la ausencia de concursantes, bien por las dificultades de las propuestas, fue en 1910 cuando el Ayuntamiento consideró viable un proyecto presentado por Alejandro Soler y Francisco Guardia, ambos colaboradores de Luis Doménech, un arquitecto con personalidad propia inmerso en el lenguaje modernista. Las obras se demoraron una eternidad.

El 24 de octubre de 1910, a bombo y platillo y con las principales autoridades nacionales presentes, Alfonso XIII asestó con una piqueta de plata un simbólico golpe en la fachada del número 24 de la Plaza del Mercado. Así daba comienzo el previo e indispensable derribo de muchas construcciones. Sin embargo, Alejandro Soler y Francisco Guardia se vieron obligados a variar el plano original cuya versión final data de noviembre de 1914. La obra del modificado plano la ejecutaron otros dos arquitectos, Enrique Viedma (que diseñaría la famosa Finca Roja) y Ángel Romaní. Las complicaciones no fueron pocas. El solar sobre el que se asentó el Mercado Central ocupaba más de 8000 metros cuadrados, abarcando el ya citado Mercado Nuevo, tres manzanas con 42 casas, parte de un molino, etc. Una titánica construcción para entonces, por dimensiones y presupuesto, que ascendió a 19 millones de pesetas de la época.

Comida para 2.000 pobres

El 30 de diciembre de 1915 se colocaba la primera piedra, evento que se conmemora durante todo el presente año. Tras la cimentación se construyó el sótano para la subasta del pescado, hoy reconvertido en aparcamiento. Mucho más tarde, el 23 de enero de 1928, Alfonso XIII inauguraba el espectacular mercado. La ocasión se celebró dando una comida extraordinaria a más de 2000 pobres.

El Mercado Central se presenta hoy como una especie de catedral del comercio en el que la riqueza de sensaciones allí ofrecidas -colores, olores y sabores- aparece envuelta en una no menos rica arquitectura. Las dos cúpulas de hierro revestidas de cerámicas y vidrieras brindan al visitante uno de los panoramas más espectaculares de la ciudad, agudizado por el contraste con el potente racionalismo con el que se distribuye el espacio interior, con una serie de calles rectilíneas atravesadas por dos amplias vías.

La Cotorra

Su organización proyectaba 959 tiendas con una ubicación diferenciada según los productos que se ponían en venta. Todo ese trazado se cubre con techumbres inclinadas que parecen confluir en la cúpula central, que sirve de estrella polar al más despistado. Esta cúpula alcanza los 30 metros de altura y está rematada con una veleta representando una cotorra a la que el folclore le ha asignado vida propia. Impulsada por la ayuda de grandes literatos como Blasco Ibáñez, se extendió la leyenda sobre las conversaciones que mantenían esta cotorra con la veleta que remata la muy cercana iglesia de los Santos Juanes, conocida como el 'pardal de Sant Joan'. La naturaleza parlanchina de la cotorra unida a la cantidad de chismes que 'escuchaba' en el mercado hizo volar la imaginación sobre el contenido de esas imaginadas tertulias. Tal vez la cotorra solo hablaba de la historia de la plaza que ahora domina desde la principal despensa de la ciudad.

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