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El sereno surge con la aparición del alumbrado público. :: lp
El alumbrado  público llega a las calles

El alumbrado público llega a las calles

Médicos, comadronas o posaderos se negaban a prestar sus servicios en horario nocturno por la inseguridad ciudadana

ÓSCAR CALVÉ

Sábado, 21 de febrero 2015, 23:27

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valencia. El derribo de las murallas y el consiguiente ensanche urbano tratados la semana pasada se convirtieron en puntas de lanza de una anhelada modernidad que se vio reforzada por trascendentales mejorías de la vida cotidiana en la ciudad. Fue durante la segunda mitad del siglo XIX cuando se constató el desarrollo de servicios públicos como el transporte, el agua potable o el alcantarillado. Uno de los que más admiración despertó, anterior a los citados, fue el alumbrado público.

Leña, cera, sebo y aceites fueron durante siglos los materiales que a duras penas lograban alargar más allá del crepúsculo una vida regulada que finalizaba con la llegada de la noche. Pero esta pequeña comodidad sólo estaba al alcance de unos pocos lugares privilegiados de uso privado. La caída de la noche en Valencia implicaba el fin del trasiego de gentes. Sus calles quedaban sumidas en la oscuridad, acaso tenue y efímeramente iluminadas por el farolillo de algún osado transeúnte. Además del aumento de la inseguridad ciudadana, cuesta creerlo pero está documentado, médicos, comadronas o posaderos se negaban a prestar sus servicios en horario nocturno. En el siglo XVI el alumbrado público valenciano se ceñía a pequeños focos que adornaban capillas y retablos dispersos por la urbe. Eran en total 700 haces de luz, definidos por Madoz como «mezquinos faroles» que daban un «aspecto más misterioso y triste a la ciudad». Aunque Madoz escribió esta descripción en el ecuador del siglo XIX, por lo tanto al calor de la corriente modernizadora, no existen dudas del deplorable estado del alumbrado en el siglo XVI. Fue en 1771, bajo el impulso de la administración borbónica y con gestión municipal, cuando se estableció en Valencia un primer alumbrado público mediante 2.850 faroles de aceite. En ese período surge en Valencia y por primera vez en España, la emblemática figura del sereno: proveedor de luz, vigilante urbano y despertador de todo aquel que lo solicitase, también cantaba las horas. Sin embargo el elevado coste del servicio de alumbrado, cargado directamente en forma de contribución anual a los propietarios de las viviendas sitas en las calles iluminadas, mostraba la inviabilidad del proyecto en términos financieros. Esas dificultades provocaban que sólo se mantuvieran encendidos desde la caída del sol hasta medianoche, a excepción de las noches de luna llena, en las que no se procedía al iluminado. Además, el caro mantenimiento de los faroles provocaba que fueran muy pocos los realmente funcionales. Aún así, ya no era posible prescindir de este servicio urbano. El clamor popular no admitía el desmantelamiento, puesto que la luz se empezaba a considerar como una necesidad básica. Pese a una evidente voluntad política para ofrecer este servicio por motivos de seguridad y de control social, era indispensable alguna innovación tecnológica que facultara como una realidad estable el alumbrado público. Esta se produjo merced a la iluminación con gas de hulla, económico y abundante, que sustituía al aceite vegetal, que por sí sólo constituía hasta un 85% del mantenimiento.

Valencia transforma entonces su modesta iluminación pública sustituyendo las lámparas de aceite por el gas de alumbrado, provocando la aparición del primer sector industrial de alta inversión en nuestro territorio. Fue la empresa E. Lebon et Cie (futura Gas Lebón) la contratada para su instalación. Era un 9 de octubre de 1844 cuando se iluminó la Glorieta. Un año más tarde el alcalde de Valencia José Campo se erigía en el nuevo concesionario del alumbrado público al obtener buena parte de la compañía citada. El futuro Marqués de Campo también sería responsable de la potabilización del agua en nuestra ciudad, de la llegada del ferrocarril o del adoquinado de las calles. Pero esas son otras historias. La noche urbana empezaba su definitiva transformación. El mundo ya no tenía porqué detenerse con el ocaso del sol. El progreso, el sueño moderno, llegaba a viviendas y calles valencianas a la espera de grandes cambios merced a las inversiones de una clase social dirigente que hizo la revolución a su medida. La iluminación reservaba un gran acontecimiento. La llegada de la luz eléctrica. En noviembre de 1882 la Casa Conejos, una antigua tienda ubicada en la calle San Vicente, dejaba boquiabierta a la curiosa multitud que acudió al encendido de las primeras lámparas con luz eléctrica. Imaginen la emoción de aquellas personas si asistieran a los próximos encendidos de las fallas Cuba y Sueca.

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