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Sandra Paniagua
Sábado, 3 de mayo 2025
Mientras en muchos sectores se habla de la amenaza de la automatización, el abandono rural y el desempleo juvenil, hay uno que emerge con fuerza como una auténtica palanca de futuro: la agricultura. Lejos de ser una actividad del pasado, el campo se posiciona como un espacio de innovación, sostenibilidad y emprendimiento con enormes oportunidades para las nuevas generaciones. Esta fue la gran conclusión del foro organizado por LASPROVINCIAS y BBVA bajo el título 'ReGeneración del sector agroalimentario: emprender en el medio rural'.
Hasta La Rotativa acudieron Pablo Mas, responsable de Agro de BBVA en la Territorial Este; Jenaro Aviñó, director de Ava-Asaja; Cati Corell, directora de Producto y Agroturismo de la Cooperativa Viver; Juan José Lliso, representante de la Estació Experimental Agrària de Vila-real (Conselleria de Agricultura de la Generalitat Valenciana); y Elena Lis, presidenta de Tomates Lis, con el objetivo de analizar los desafíos del sector agroalimentario y poner sobre la mesa propuestas concretas para facilitar la incorporación de jóvenes al campo. Porque sí, se puede vivir del campo, pero hay que profesionalizarlo, innovar y tejer alianzas.
Pablo Mas abrió el foro subrayando el papel estratégico del campo en la economía valenciana y la necesidad de acompañar a los emprendedores desde el primer minuto. «El sector agroalimentario es fundamental no solo para el PIB, sino para evitar la despoblación y generar riqueza. Queremos estar cerca de quienes apuestan por este camino, especialmente los jóvenes, que enfrentan grandes retos», señaló, para añadir que por ello «BBVA cuenta con 480 oficinas especializadas en el ámbito nacional —43 de ellas en la Comunitat Valenciana— y ofrece productos adaptados a las particularidades del sector. Desde carencias ajustadas al ciclo agrícola hasta programas de financiación asociados a cooperativas, pasando por herramientas para medir la huella de carbono o convenios con empresas tecnológicas que optimizan el consumo de agua».
De hecho, Mas afirmó que «el futuro pasa por la digitalización, pero sin perder el contacto directo entre las personas. La tecnología no está reñida con la cercanía. Tenemos que ayudar a que los jóvenes vean el agro como una opción real, moderna y rentable. No hablamos solo de azadas, sino de apps, drones, IA y gestión empresarial».
Una de las voces más emocionantes del foro fue la de Elena Lis, presidenta de Tomates Lis, quien representa una pyme que ha sabido transformar tradición en innovación. «Nunca pensé que acabaría dedicándome al campo. Me tocó hacerme cargo de la empresa cuando mi padre falleció, y fue un reto enorme. Hace 25 años era impensable ver a una mujer joven al frente de una explotación agrícola. Hoy, todo ha cambiado».
Tomates Lis ha apostado por variedades autóctonas, residuo cero, gestión eficiente del agua y producción durante todo el año. «El tomate es un cultivo muy intensivo en mano de obra. No podemos competir por precio, pero sí por diferenciación, sostenibilidad y proximidad. Hemos convertido nuestra empresa en algo 'sexy', y eso atrae capital, talento y nuevas generaciones».
Elena Lis lanzó un mensaje directo a los jóvenes: «Con la revolución tecnológica, muchos empleos de oficina van a desaparecer. Pero el campo va a seguir necesitando ingenieros, economistas, tecnólogos. La agricultura del futuro no es sudor bajo el sol, es estrategia, gestión y propósito».
En esa línea también se mostró la directora de Producto y Agroturismo en la Cooperativa Viver, Cati Corell, al señalar con rotundidad que ya bastaba de «repetir que del campo no se puede vivir. Es falso. Es un trabajo digno y viable, pero necesitamos profesionalización, sinergias y una red sólida que respalde al joven agricultor».
Desde su experiencia, Corell propuso un modelo donde las cooperativas lideren la gestión colectiva de tierras y acompañen a los nuevos emprendedores. «Un joven no debería lanzarse solo. Necesita asesoramiento, formación, apoyo técnico y emocional. La clave está en vincularse a entidades fuertes que le ayuden a diversificar, a encontrar modelos viables, a no sentirse perdido».
Además, subrayó la importancia de abrir el campo a la ciudadanía. «El consumidor desconoce lo que cuesta producir un litro de aceite o recuperar una variedad autóctona. Si queremos que amen lo local, hay que mostrar la realidad, generar vínculo, emocionar con la tierra. Lo que no se conoce, no se valora».
Desde la Generalitat Valenciana, Juan José Lliso insistió en que el verdadero cambio pasa por hacer atractivo el sector más allá de las ayudas. «Las subvenciones están bien, pero no generan valor por sí solas. Necesitamos una visión empresarial del agricultor. Que no se vea como un productor aislado, sino como alguien que lidera un negocio».
Lliso destacó que la administración está trabajando en visibilizar el potencial del sector a través de cursos, acciones formativas, campañas de comercialización, marketing multilingüe y herramientas digitales aplicadas a la venta. «Ya no basta con producir bien. Tenemos que saber vender, y diferenciar nuestros productos del resto. Incorporamos la sostenibilidad no solo como una exigencia ambiental, sino como un valor emocional, cultural y social».
También reclamó una mejora en la comunicación con el territorio: «La administración tiene que hablar más con el campo, escuchar, consensuar. Porque el abandono de tierras no solo es un problema económico, también lo es medioambiental y social».
Por su parte, Jenaro Aviñó fue contundente en su diagnóstico al hilo de lo que dijo Lliso de las ayudas. «No queremos subvenciones. Queremos vivir del mercado. Pedimos reciprocidad y medidas que aseguren la rentabilidad. El relevo generacional no llega porque la gente no ve futuro. La edad media del agricultor en España es de 64,5 años y somos líderes en tierras abandonadas».
Según Aviñó, los problemas son estructurales: minifundismo, dispersión de parcelas, volatilidad de precios y una ley de cadena alimentaria que no se aplica con rigor. «La agricultura española compite en desigualdad. Aquí se prohíben fitosanitarios que sí se usan en países terceros, y luego sus productos entran sin control. Llevamos más de 16 plagas en 12 años. El agricultor paga los platos rotos».
Sin embargo, también ve oportunidades si se toman decisiones valientes: «Debemos apostar por cultivos emergentes, variedades que demande el mercado, diferenciación y formación continua. Desde AVA promovemos encuentros europeos, programas de jóvenes, fincas experimentales… hay que mostrar que el campo puede ser rentable».
No obstante, el debate tuvo en todo momento una visión muy positiva y se cerró con una reflexión coral sobre la posibilidad de que los jóvenes se dediquen al campo. La respuesta fue unánime: sí, se puede vivir del campo.
Pablo Mas subrayó que «el sector necesita soluciones integradas: financiación accesible, acompañamiento técnico, digitalización real y visibilidad. No podemos permitirnos perder más talento». Corell animó a romper el estigma: «Ser agricultor no es retroceder, es mirar hacia adelante con los pies en la tierra. Hay herramientas, apoyo y futuro».
Por su parte, Lliso recordó que la Comunitat es una de las regiones con más entidades de apoyo al emprendimiento agrario. «Nunca ha habido tantas opciones como ahora». Mientras que Aviñó insistió en crear fincas piloto para demostrar la viabilidad del campo. «La gente necesita ver que se puede ganar dinero».
Y Elena Lis concluyó con un mensaje inspirador: «Hay que atreverse. Mirar más allá de lo que hicieron nuestros abuelos. La agricultura del siglo XXI necesita mentes jóvenes, preparadas, valientes. Y sobre todo, necesita que nos lo creamos».
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