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La sequía amenaza los recursos hídricos de una Comunitat sedienta

La sequía amenaza los recursos hídricos de una Comunitat sedienta

Las escasas precipitaciones se localizan en la costa y no en el interior, que es donde están las cabeceras de los ríos que alimentan los pantanos y que se encargan de abastecer a ciudades y regar la huerta

MARÍA JOSÉ CARCHANO

Martes, 19 de diciembre 2017, 00:23

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En el Segura se reúnen. «Hay que prorrogar las medidas destinadas a ahorrar agua». La actual coyuntura es de «extrema escasez». Ya dijeron en octubre que la situación de la cuenca no iba a permitir garantizar todas las demandas con las reservas disponibles. Y eso significa que hay que priorizar. Primero, el consumo humano. Segundo, el caudal ecológico del río Segura.

¿Qué ha pasado? Llevamos cuatro años de sequía y en Alicante están en situación de emergencia. Ya no llega agua del trasvase procedente del Tajo porque los embalses de Entrepeñas y Buendía están bajo el mínimo que permite una transferencia hacia el Segura. «Especialmente preocupante es la situación de los pantanos de la cabecera de cuenca, que se hallan al 6% de su capacidad» en una época en que deberían estar recargándose para poder afrontar las estaciones más secas del año con garantías. Pero no llueve.

No es una situación nueva. Estamos acostumbrados en la cuenca mediterránea a lo que los expertos llaman 'estrés hídrico', con periodos cada vez más prolongados de sequía, que se agravarán en un futuro debido al cambio climático. Pero todas las expresiones de extrema escasez, de emergencia, dichas por parte de la junta de gobierno de una institución como la Confederación Hidrográfica del Segura suenan a problemas graves.

La sobreexplotación de acuíferos es uno de los problemas en la zona mediterránea

Joaquín Melgarejo es director del Instituto del Agua y de las Ciencias Ambientales de la Universidad de Alicante. Y resume muy claramente lo que hay que hacer: «Tenemos que mimar el recurso, porque todo nuestro paradigma de crecimiento depende del agua». Más en una provincia que ha tenido que poner en marcha fábricas de agua, es decir desalinizadoras, para poder abastecer a la población. No hay suficientes recursos hídricos para atender las demandas si no hay una mayor oferta.

Cuenca del Júcar

En la cuenca del Júcar, que en la Comunitat Valenciana coincide más o menos con la provincia de Valencia, no se habla de la misma extrema urgencia, pero la situación podría calificarse como preocupante. Es verdad que el año hidrológico 2016-2017, que empieza en octubre y acaba con el final del verano, fue especialmente húmedo, y durante los meses de diciembre y enero se llegaron a recoger 500 litros por metro cuadrado. ¿Entonces, cuál es el problema? Pues que las lluvias se concentran en la costa y no en la cabecera de los ríos, donde están los grandes embalses que suministran agua a las ciudades y permiten regar la huerta valenciana. «El almacenamiento clave se encuentra en Alarcón y Contreras, en los embalses de cabecera, grandes, porque con periodos de sequía de cuatro o cinco años, como los que tenemos aquí, necesitamos pantanos que nos permitan un almacenamiento hiperanual», explica Manuel Pulido, director del Instituto de Ingeniería del Agua y Medio Ambiente de la Universidad Politécnica de Valencia.

Las exiguas reservas dejan un sabor a tierra en el agua

El bajo nivel de los embalses ha tenido ya sus primeras consecuencias en el agua del grifo que utilizan los vecinos de Valencia y todos los municipios que conforman el área metropolitana: un sabor a tierra que ha provocado numerosas quejas.

Los focos se centraron inmediatamente en las potabilizadoras de Manises y Picassent, de donde se abastecen todos estos municipios. Vicent Sarrià, presidente de la Entidad Metropolitana de Servicios Hidráulicos, indicó en su día que sí había recibido protestas por el gusto terroso del agua, pero dejaba claro que no había ningún problema sanitario sobre la población. También anunció que se trabaja en varios proyectos para mejorar el agua potable.

Beber del grifo y con calidad de calidad en el Cap i Casal y su área metropolitana se ha convertido en una auténtica quimera. Los expertos Francesc Hernández y Manuel Pulido, cuestionados sobre este aspecto, lo tienen claro: sí que consumen este agua por dos motivos principales. «Primero porque es buena, pero lo más importante es por el coste medioambiental que tiene la embotellada».

A pesar de todo, no son ajenos a la problemática y aseguran que el agua sí que tiene mal gusto. «Hay un sabor raro, pero uno se acaba acostumbrando», aseguran.

Según las últimas medidas de la Confederación Hidrográfica del Júcar, Alarcón, el más grande de los embalses de la cuenca, almacena poco más de 300 hectómetros, un 28% de su capacidad, mientras que Contreras tiene cerca de 85 hectómetros, aunque podría embalsar diez veces más. Tous, un 16%. En el cauce del Túria, Benagéber un 27%. ¿Cómo se interpretan los datos? ¿Alarmantes? La realidad es que no, porque entran dentro de una escasez empañada de normalidad; es así como nos hemos acostumbrado a vivir. «Ya en los años ochenta hubo una reducción del 30% de los recursos disponibles en la cuenca del Júcar», dice Manuel Pulido. Y el cambio climático apunta a que habrá otra disminución de los recursos disponibles en las próximas décadas. «En los escenarios más pesimistas, estaríamos hablando de un 40% menos», vaticina Pulido, director de la cátedra Cambio Climático de la Universidad Politécnica de Valencia. Vivir en una sequía permanente.

Riegos eficientes

En realidad, quienes mejor conocen esa realidad son los regantes, acostumbrados a disponer de poca agua. «Aquí sabemos que es un bien escaso, que lo debemos cuidar; hay una gran conciencia y por ello se ha modernizado el regadío instalando riego por goteo en una buena superficie agrícola de la Comunitat», explica un representante de los regantes. Las cifras hablan de entre un 70% y un 80% de riego eficiente. Sobre todo porque es la agricultura la que se lleva los grandes volúmenes de agua en la Comunitat. Los porcentajes son de un 80% para la tierra, un 15% para el consumo humano, un 5% para uso industrial. Ignacio Morell, catedrático de Hidrogeología de la Universitat Jaume I de Castellón, explicó en una jornada sobre mejora en la producción de cítricos que en los últimos veinte años el sector ha hecho un gran esfuerzo, de manera que la agricultura valenciana «consume hoy entre el 60% y el 70% menos de agua».

Francesc Hernández, director del Máster de Gestión de Recursos Hídricos de la Universitat de València, cree sin embargo que se puede hacer más, porque hay todavía mucho riego por inundación. «El problema es que si hay restricciones presupuestarias una de las primeras víctimas es la ayuda a la reconversión de regadíos. Eso demuestra que no es prioritario y que depende más de la voluntad o de una disponibilidad presupuestaria puntual». Además, Hernández cree que no se puede echar la culpa a los agricultores, que actúan «como seres racionales, y que al final se puede preguntar: ¿por qué tengo que cambiar el sistema de riego si no es una inversión justificada por los beneficios? A no ser, claro está, que me obligues a nivel normativo».

La Ribera vive desde hace años con graves problemas de nitratos

Si alguien sabe bien de agua embotellada son los vecinos de la comarca de la Ribera. Cada vez que la escasez hídrica asoma la cabeza aparece el problema de siempre: la elevada cantidad de nitratos. La Organización Mundial de la Salud cifra en 50 mililitros por litro la cantidad que debe tener, y en la práctica totalidad de municipios de la zona la cifra se supera.

El año 2013 fue clave en este problema. Municipios como Alzira, Carcaixent, Llaurí, Corbera o Carlet tuvieron que cerrar sus pozos de suministros debido a la contaminación, lo que aceleró la necesidad de construir una potabilizadora. En el caso de la capital de la Ribera Alta, se instalaron incluso seis fuentes de osmosis por la ciudad para que los vecinos acudieran hasta allí a llenar garrafas en lugar de beber la que salía del grifo, que venía acompañada de productos fitosanitarios. Precisamente, muchas voces miran a los agricultores como culpables del masivo uso de fertilizantes que contaminan los acuíferos.

Las protestas ciudadanas y políticas en cada uno de los estamentos, incluida la comisión de Medio Ambiente de la Unión Europea, de poco han servido. Cierto es que el problema ha menguado, pero está lejos de solucionarse. Cuando las lluvias acompañan los niveles contaminantes bajan, pero si la sequía aparece los nitratos vuelven a aflorar.

Esa escasez implica la que ha hecho que las cuencas del Júcar y del Segura sean de las más reguladas que existen, pues durante el siglo XX se construyeron los grandes pantanos, después llegaron los trasvases, más recientemente los sistemas que permiten la reutilización de agua de las depuradoras y también las desalinizadoras. Porque si no hay suficiente agua, si hay que fabricarla, se hace. Porque la oferta disponible no cubre la demanda.

Y tradicionalmente los esfuerzos se han centrado en aumentar la oferta de recursos. Por ejemplo, con la construcción de pozos. El problema es que la disponibilidad de agua en el subsuelo también se agota, y cada vez hay que perforar a más profundidad, con los costes ambientales y energéticos que produce. De hecho, la sobreexplotación de los acuíferos es uno de los grandes problemas ambientales que existen en la zona mediterránea, porque, como dice Francesc Hernández, es casi imposible recuperar un acuífero agotado. Se ha perdido para siempre. Joaquín Melgarejo explica que en Alicante ya hay zonas donde las perforaciones llegan a los 200 metros de profundidad.

Y aquí entra en juego el precio. Mientras que en Valencia las grandes infraestructuras están amortizadas por los usuarios y esa agua tiene un coste prácticamente cero, según explica Hernández, en Alicante la situación es muy diferente. A falta de recursos superficiales suficientes, el agua hay que comprarla, ya sea la que proviene del trasvase Tajo-Segura, en menor medida del Júcar-Vinalopó, por el coste energético de extraerla de los pozos o más recientemente de las desalinizadoras. «En Alicante es un bien tan escaso que sabemos que lo tenemos que mimar».

En la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, responsable en la gestión del agua en municipios tan importantes como Alicante, Elche, Orihuela o Torrevieja, ya lo avisaron la pasada semana: estarán vigilantes para que los ayuntamientos hagan una mejor gestión del agua y no se malgaste. Es decir, no hablan todavía de restricciones para el consumo, eso llegaría en última instancia.

Los vecinos de Paterna pagan precios distintos por el mismo suministro

Vivir en la misma ciudad y que la tarifa del agua varíe según el barrio en el que se resida. Este el problema que durante décadas soportan los vecinos de Paterna.

Cuatro empresas suministradoras se reparten el ‘pastel hídrico’ y cada una factura a su conveniencia, lo cual se traduce en un galimatías que ha provocado una gran desigualdad. El Ayuntamiento ya se ha puesto manos a la obra para intentar frenar esta montaña rusa de precios.

Sólo con observar la factura de cada una de las administradoras se vislumbra esta disparidad. Con un consumo medio trimestral de 30 metros cúbicos, las tarifas van de los 17,41 en el casco urbano a los 51,98 en la zona de la Canyada. Es decir, que prácticamente se triplica el precio por la misma cantidad de agua.

Los vecinos que residen en el casco urbano y en Valterna son los que menos pagan en el recibo, seguidos por una parte de la Canyada. El siguiente escalafón lo ocupan Terramelar, La Coma y Fuente del Jarro, mientras que el resto de la Canyada es la que abona un precio más alto por el suministro de agua potable.

La solución del Ayuntamiento, que ya se ha puesto en marcha, pasa por la gestión directa del servicio a través de la empresa mixta Aigües de Paterna, de la cual posee una participación del 51%, lo que redundará en un mayor control del servicio, pero, sobre todo, en la equiparación de precios.

Es una muestra de la complejidad y disparidad en el recibo del agua, que es distinta, si no en cada barrio, sí en poblaciones distintas. Depende de cómo se gestione el agua, los vecinos lo notarán más o menos.

Conforme los recursos hídricos van escaseando cada vez más, además de que el acceso se complica y hay que pagar más por él, comienzan las tensiones. Porque el agua es un bien de primera necesidad y por tanto Estado tiene las competencias, pero... ¿a quién pertenecen los caudales del río Júcar, que nace en Castilla-La Mancha y desemboca en Valencia? Aquí intervienen los derechos de agua adquiridos a los usuarios. Y aquí, cuando hay escasez, incluso los gobernantes de cada lugar contribuyen a las tensiones. Sucede en el caso del trasvase Tajo-Segura, donde el Gobierno de Castilla-La Mancha ha recurrido las decisiones del Ejecutivo central de transferir caudales hacia la Comunitat Valenciana y Murcia. Y todos los recursos los ha perdido.

Objeciones a los trasvases

Sucedió también con el proyecto del gabinete de Aznar, que puso sobre la mesa la posibilidad de construir un trasvase en el Ebro para llevar agua a las zonas más áridas de la Comunitat. Las tensiones sociales y políticas que provocaron denotan muchas veces esa falta de solidaridad entre regiones. Manuel Pulido habla, sin embargo, de las objeciones que provocan este tipo de infraestructuras. Con la directiva europea del agua, los usuarios, los destinatarios finales de esos caudales, tienen que asumir el coste de una obra tan importante. Y deben comprometerse por escrito. Además, debería garantizarse que en los próximos cuarenta o cincuenta años la cuenca emisora, en este caso la del Ebro, tuviera excedentes para poder garantizar agua para el trasvase. «Lo estamos viendo en el caso del Tajo-Segura, y con las predicciones que manejamos para las próximas décadas por el cambio climático, no se puede garantizar».

Así que toca buscar nuevas vías. Y se pone sobre la mesa la desalinización. Según la Mancomunidad de los Canales del Taibilla, el agua de las plantas ya supone el 60% del abastecimiento en municipios como Alicante, Murcia o Elche. En los últimos años, el precio del agua obtenida mediante este método se ha reducido notablemente por la mayor eficiencia de las plantas. Si hace unos años era de 0,80 euros por metro cúbico, ese precio ha disminuido hasta 0,30 euros, lo que permite que el acceso a este agua sea mayor. Todavía hay algunos problemas, como el coste energético que tiene -no deja de ser una fábrica, de agua, pero fábrica-, no sólo para desalinizar, sino para subir los caudales hacia donde se necesita. En el caso del agua del trasvase es más sencillo, ya que usa la gravedad para llegar hasta las zonas receptoras. Pero, según Pulido, esta forma de obtener el agua es una solución local.

O los caudales que llegan de las depuradoras, donde los últimos tratamientos ya permiten que el agua se pueda reutilizar dos, tres y hasta en cuatro ocasiones. El riego de jardines, la agricultura, el baldeo de calles, los campos de golf, pueden aprovechar un recurso que de otra forma desaparece en el mar. Ahí sí se ha perdido definitivamente, porque, además, al mar no le hace falta. El problema son los derechos de agua adquiridos. ¿Por qué va a usar un regante agua de la depuradora si tiene acceso a la superficial que discurre por la acequia?

¿Qué pasa cuando el agua tiene que llegar hasta el grifo de nuestras casas? Los expertos coinciden en la falta de inversiones en el subsuelo, en toda el agua que se escapa por canalizaciones deficientes. Hay municipios donde estas pérdidas llegan a ser del 50%. Es decir, que se deja escapar la mitad de los caudales que deberían llegar a las casas. Y, según explica Francesc Hernández, es agua que ya no está disponible, no sabemos dónde va y probablemente no sirva para nada.

El caso de Benidorm

En este sentido, Melgarejo vuelve a poner la provincia de Alicante como referencia por ese cuidado del recurso. Por ejemplo, Benidorm, donde un 95% del agua que llega al sistema de canalizaciones termina en su destino, donde apenas se pierde una gota por el camino. ¿Y eso cómo se consigue? Con mucha inversión y también con formación, porque «los técnicos tienen una alta capacitación y Benidorm, que es una ciudad muy compleja, ha alcanzado unos niveles de eficiencia que no se obtienen en ningún otro lugar». Todavía queda mucho para que el resto de las ciudades de la Comunitat lleguen a estos porcentajes.

¿Y el precio? El problema es que no tiene mucho que ver lo que se paga en el recibo del agua con lo que se consume. Tradicionalmente se ha usado como cajón de sastre por parte de los ayuntamientos para recaudar en otros conceptos, por ejemplo la recogida de basura. Todos los expertos consultados aseguran que esto es una mala praxis, ya que se aprovechan de la baja morosidad de este recibo, que además está en manos municipales. Nadie deja de pagar el agua. Además, se carga otro tipo de impuestos, e incluso, en el caso de Valencia y su área metropolitana, se introdujo otro concepto, el Tamer, que venía básicamente a pagar el desfalco que se produjo durante años en Emarsa, la depuradora de Pinedo.

Lo que ha quedado en evidencia es que en la Comunitat Valenciana sabemos qué es la escasez, convivimos más o menos bien con periodos de sequía prolongados, que solamente han repercutido en el suministro humano de forma puntual, en poblaciones pequeñas, y con cortes durante el periodo estival, o que afectaban a algunos usos. Pero el panorama que se presenta en el futuro no es halagüeño. Y hay que actuar tanto en la oferta de los recursos como en la demanda. «No demos por buena toda el agua que decimos necesitar», concluye Hernández.

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