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Una familia realiza la recolección a mano en su olivar tradicional. LP/toni losas
El cultivo intensivo de olivos abarata el aceite

El cultivo intensivo de olivos abarata el aceite

Las plantaciones clásicas tienen menor rendimiento y mayores costes que las modernas explotaciones industrializadas | El productor tradicional no puede continuar con los bajos precios que le pagan por las aceitunas y defiende el valor paisajístico y cultural de sus fincas

VICENTE LLADRÓ

VALENCIA.

Lunes, 14 de octubre 2019, 00:02

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Los agricultores olivareros tradicionales tienen un problema muy complejo. Y las autoridades también, porque asumen la problemática cuestión, persisten en buenas intenciones, pero seguramente podrán hacer poca cosa a la larga.

El olivar tradicional no puede sobrevivir con los bajos precios que se pagan por las aceitunas y el buen aceite que produce. Pero el asunto no se afronta en todo su calado, se prefiere insistir en las consabidas argumentaciones de supuestas especulaciones, las importaciones, la falta de compromiso oficial...

La realidad es que en los últimos años, incluso algunos lustros, se han multiplicado por todas partes los grandes olivares modernos en sistemas intensivos y hasta superintensivos, que entran en producción enseguida, producen mucho más que los hermosos olivos que llenan el paisaje de infinidad de municipios de toda España y, además, lo hacen a menor coste. Conclusión: si produces más por unidad de superficie y te cuesta mucho menos, puedes vender más barato, y vendes siempre antes que los demás, hasta puedes desplazar a la competencia.

El coste medio en olivar tradicional está en 2,40 euros pero en intensivo puede quedarse en 0,80

La competencia del olivar tradicional, que protesta porque realmente lo pasa mal, está sobre todo en el olivar intensivo de al lado; no hace falta mirar más lejos.

Los números cantan. Un kilo de aceite virgen extra en olivar tradicional cuesta no menos de 2 euros producirlo; la media puede estar en 2,40 y rebasa los 3 euros en explotaciones alejadas y con grandes pendientes, donde es imposible mecanizar nada. Por contra, el coste del kilo en sistemas intensivos y con riego puede quedar por debajo del euro, incluso 0,80.

El resultado es fácil: un productor en intensivo puede vender enseguida su aceite a 1,80 y ganar un euro por kilo, mientras que otro agricultor tradicional pierde dinero.

Las ofertas de aceite virgen que campan en los supermercados se abastecerán de todas partes, pero el umbral lo fija el productor intensivo, que puede vender más barato. Los siguientes pueden conformarse con eso o dejar de vender, y hasta de producir.

Las autoridades lo tiene muy difícil porque, si bien defienden el olivar tradicional por sus evidentes valores (es el medio de vida de cientos de miles de familias, ocupa enormes porciones de la geografía española, fija población y tejido productivo, embellece el paisaje, aglutina innumerables consideraciones culturales....), tampoco pueden sustraerse a la evidencia de que la población consumidora tiene derecho a aprovechar la oportunidad de consumir un producto de la máxima calidad y al precio más asequible que se pueda.

Aquí entran en liza argumentos que tratan de arrimar el ascua a intereses diferenciadores. Desde las organizaciones agrarias se trata de insinuar que habría ciertos problemas de calidad, con mezclas inapropiadas de aceites, que sin querer se orientarían hacia el olivar intensivo. Pero la realidad es bien tozuda. A los precios que reinan y con la abundancia de producción no hace falta pensar en cosas raras. Es como cuando se decía que se fabricaba vino 'con química'. ¿Para qué aventurarse en cosas raras y costosas, si está más barato el auténtico, el de verdad?

Por otra parte, es notorio que el olivar intensivo o superintensivo es capaz hoy no sólo de producir mucho más barato, sino de ofrecer la máxima calidad. ¿Por qué? Porque las olivas las cosecha una máquina que cabalga los olivos en seto (como las vendimiadoras que recogen la uva de vid en espaldera), y una máquina no entiende de calores, fríos, lluvias y otros condicionantes, como las personas; trabaja a cualquier hora, lo hace cuando el técnico analiza y dice cuándo se han de coger, no un día de estos o a ver si quedamos para el fin de semana, y la producción se moltura enseguida, nada de colas o de guardarla. Por tanto, el aceite que se obtiene, si las cosas se hacen bien, por definición puede ser de los mejores.

¿Cómo salir del atolladero para apoyar al olivar tradicional? Nadie lo sabe a ciencia cierta, al menos con soluciones que valgan para todos. Por supuesto que están las grandes calidades, las marcas consolidadas y premiadas, los aceites ecológicos, las denominaciones de origen, la demanda de consumidores comprometidos que buscan lo que quieren y lo pagan... Pero eso siempre es minoritario, el gran consumo está en lo que está y lo abastece cada año más el olivar industrializado, porque es económicamente más viable.

Ir en contra de la realidad y de la evolución de las cosas no servirá de nada: sería como si en su momento los fabricantes de carruajes o los herradores de caballerías se hubiesen opuesto a que se fabricaran vehículos a motor. Pues no lo habrían evitado. Y el caso es que sigue habiendo gente que restaura carruajes y muchos herradores reconvertidos que atienden una demanda en alza de amantes de los caballos, con distintas vertientes sociales y deportivas.

¿Merecerá el olivar tradicional atenciones y ayudas especiales para que se pueda mantener?, ¿serán capaces los olivareros de siempre de hacer valer sus virtudes diferenciales, y que se las reconozcan y se las paguen? Mucho se tienen que esforzar, agricultores, empresarios y gobernantes, porque entre tanto no deja de multiplicarse la producción olivarera en todo el mundo, y casi siempre crece en esta dirección: producción intensiva. Hay varias empresas españolas que se especializaron en ello y que están exportando su tecnología y sus plantones de olivos a todos los continentes, y eso no se puede parar.

Dicen que cada segundo que pasa se plantan 10 nuevos olivos en el mundo. En intensivo casi todos. Hace tres lustros había 46 países productores, hoy son 64, y creciendo. Media España se ha llenado de explotaciones modernas que se plantan con máquinas, se riegan a goteo, se podan con máquinas, se recolectan con máquinas... Y en Portugal, alrededor del gran embalse de Alqueva, sobre el Guadiana, florecen enormes fincas intensivas, como en el Magreb, en Argentina, en Brasil, en Australia, en China... De 2005 a 2019 hay 1,65 millones de hectáreas más. Mientras, los representantes sindicales del campo piden que no se den ayudas a grandes plantaciones industrializadas. ¿Y eso las parará? Si la mayoría no las tienen, se plantan porque les sale rentable. ¿Y el resto del mundo? A todo esto, los temidos aranceles anunciados por Trump aún no se han empezado a aplicar.

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