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Marrahí aprieta los puños después de conseguir un quince en el trinquet de Bellreguard. :: el zurdo
El cañón del raspall

El cañón del raspall

Su gran secreto es un saque descomunal, que «surge más de la rabia, de la sangre gitana» que corre por sus venas, que del poderío físico

GUILLEM SANCHIS

Martes, 5 de agosto 2014, 00:01

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valencia. Con cinco o seis años, Julio Marrahí no faltaba una tarde al trinquet de Villanueva de Castellón. Sus padres vendían en los mercados y él se crió con su abuela, que vivía enfrente de esta cancha. «Cuando eres pequeño, sólo quieres jugar, y siempre estaba en el trinquet. Allí me hice como jugador». El que le inició en el raspall fue el exprofesional Batiste. Desde el principio, aquel chaval espigado destacó por un saque impresionante.

Pero llegó la adolescencia y, con 13 o 14 años, abandonó la pilota. Fue una época dura, se separaron sus padres. «Lo pasé mal, empecé a fumar, y dejé de jugar. No me apetecía, no tenía ánimos», recuerda el ahora campeón de la Lliga de raspall, un portento físico que es un imán para los aficionados. Su saque es sólo uno de los polos de atracción. Después está su garra, su sonrisa en la cara, sus gritos, sus gestos de complicidad con las gradas. «La gente va al trinquet a ver espectáculo, y yo les doy espectáculo».

Confiesa que el carisma lo aprendió del «más grande, Paco Cabanes 'Genovés'». Vio un vídeo de la final del Individual que enfrentó al mítico pilotari con Álvaro, en 1995. «Me fijé en él, en que estuvo toda la partida con una sonrisa en la boca, disfrutando y haciendo disfrutar al público. Es la mejor manera de jugar», explica este pilotari que por las mañanas se dedica a cuidar sus frutales. «Esto no me da para vivir, ni a mí, ni a nadie en el raspall. Pero es un ahorro, un extra muy bueno».

A los 19 años, le volvió a picar el gusanillo de la pilota y se fue a entrenar un día a La Llosa de Ranes. «Me di cuenta de que la magia no se había ido, que todavía sabía jugar. Me pusieron en algunas partidas y fui creciendo poco a poco hasta hoy», recuerda. Y en la actualidad, Marrahí es uno de los restos más cotizados, imprescindible en cualquier gran competición y protagonista de los carteles más destacados.

«Quiero ver cómo saca»

Un aficionado en el pasillo lateral del trinquet de La Llosa de Ranes, justo encima del dau, habla con su hijo. «Espera, no nos movamos de aquí, que quiero ver cómo saca Marrahí». El hijo se va. El padre se queda. En el primer juego de la final de la Lliga de raspall, el pasado viernes, Marrahí consigue seis puntos directos de saque. Con el paso de la partida, los aficionados casi jalean cada vez que el de Villanueva de Castellón se dispone a sacar.

«Siempre he tenido ese saque. Sufro algo del brazo por eso, pero creo que más que una cuestión física, es psicológico. Debe ser la sangre gitana de mi madre, la rabia. Es nervio, es la actitud», describe el propio Marrahí, que después de la partida va directo al bar a por hielo para aplicárselo en el hombro derecho. El cañón tiene que enfriarse para volver a cargarse en unos días.

Marrahí lo atribuye casi todo al factor psicológico, a la actitud. Y aplica a rajatabla la doctrina que pactó con su preparador, el licenciado en Educación Física Lluís Ortiz, experto en taekwondo. La filosofía no es suya, es heredada del exseleccionador Luis Aragonés: «Ganar, ganar y ganar, y volver a ganar». Dice Marrahí que por esa actitud es campeón de la Lliga de raspall. Incluso cuando el rival es mejor o la partida está casi perdida. «Entonces me motivo más, juego más, saco más, tengo más ganas de ganar».

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