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El autor de esta crónica, durante la carrera. J. J. Monzó
Ideal para ganar apuestas

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EN PRIMERA PERSONA ·

De cómo el disfrute de esta carrera se convierte en un reto casi laboralLa distancia, el rápido trazado y la temperatura permiten que cada año los participantes puedan mejorar sus marcas

C. V.

Valencia

Domingo, 18 de febrero 2018

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Cuando uno se acerca al medio siglo, lo mejor que puede hacer es escuchar y sobre todo interpretar los mensajes que envía el propio cuerpo. Por eso, cuando a mitad de la semana pasada completaba en la reducida pista de Quart las series del penúltimo entrenamiento antes de la carrera, me lancé de cabeza. No sólo desafié a mis artríticas articulaciones sino también a un par de compañeros de sección de gatillo tan fácil como el mío (uno firma justo al lado). A veces, cuando la jornada se hace larga en el periódico, me gusta apostar a 'imposibles' que, a la larga -y a la corta- siempre me salen caros: que si falla un penalti, que si remonta un 2-0... Viene esto a cuento de que para este domingo tomé como referencia el tiempo que hice en la última 15K y tiré de bravata: «Me juego... a que mejoro el tiempo».

Cumplí a rajatabla mi rutina previa a cualquier competición. Desayuno correcto, paso por el excusado, hidratación adecuada y tiempo de sobra para buscar aparcamiento antes de un calentamiento aparente. Trato de colarme en el primer cajón -con los rápidos- pero me da apuro y opto por salir con los míos. Deseo suerte a algunos compañeros del club (Avant Moncada) y a gente del Runners Ciutat de Valencia y nada más escuchar el pistoletazo de salida (cachondeo al margen por la mala jugada de la megafonía en la cuenta atrás) empiezo a dar zancadas. Me va el fresquito que hace.

Para un patizambo lleno de teclas como yo, lo mejor es no 'abusar de los condimentos' como decía la abuela. Los primeros metros de la avenida del Puerto discurren con más normalidad de lo esperado. La gente guarda cierta corrección, de lo cual me alegro. Al menos a mi alrededor, no hay empujones ni gente alocada que se cruza en el camino con ese riesgo gratuito de que nos vayamos dos o tres al suelo sin saber ni siquiera cómo ni por qué.

Correteo -por llamarlo de alguna forma- junto a uno de los prácticos (sería incapaz de aguantar el tabloncete más de cien metros) con la sensación de cumplir con cierta apariencia el ritmo adecuado a mis deterioradas condiciones. Por Blasco Ibáñez la 'marea' empieza a estirarse. Voy por debajo del crono. Eso está muy bien, si no supiera que a lo único que me lleva es a encontrar la protesta de músculos que ni tan siquiera sé que existen. Cubro sin sobresaltos musculares el segundo avituallamiento y enfilo el último tramo con la creencia de que si el sóleo, el gemelo, el isquio, el abductor o cualquier parte de mi cuerpo decide hacerme una mala pasada, llegaría arrastrándome y al menos antes de que desmontaran el arco de llegada. El trazado, como siempre ha sido, es perfecto para bajar marcas. Escucho de todo en los últimos kilómetros, por lo que deduzco que a muchos les sirve de test antes del Mundial. Percibo satisfacción en los que corren a mi alrededor. Todos van bien, se felicitan, hay bajada general de tiempos -¿pero es que a nadie se le hace larguísimo el paseo marítimo?- y sólo cuando cruzo por debajo del crono respiro. He disfrutado como siempre y ganado como nunca. ¿Repetimos en 2019?

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