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Y por eso ganó el Cervantes

rosa fernández urtasun

Miércoles, 25 de junio 2014, 17:52

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Se suelen quejar los amantes de la literatura fantástica de que el género no ha sido tradicionalmente bien tratado en nuestras historias de la literatura. Y de que esto ha propiciado que a su vez fuera tenido en menos por el público y la crítica. No les falta razón. También suele estudiarse que el realismo es característica destacada de nuestras letras, tanto ese realismo grotesco y descarnado de la picaresca como la elegancia irónica y sutil de Clarín. Sin duda es el estilo que más autores españoles cultivan hoy. Y, sin embargo, ahí está don Quijote.

Porque hay realidades a las que solo se accede bien a través de la ficción y, al cabo, el realismo es tan ficción como la temática ciberpunk. Así que hay escritoras, y escritores, que para explicarse se sienten más cómodas mostrando el artificio a las claras. Llamando Ardid a la astuta reina de Olar y Predilecto al niño frágil que aprende a amar. Mostrando la inocencia infantil en toda su desarmante ingenuidad, y la crueldad y el desencanto de los que han llegado al poder como una triste advertencia, del mismo modo que los cuentos tradicionales han transmitido siempre la maldad sin matices.

Así trabajó Ana María Matute en Olvidado rey Gudú y en muchos otros relatos a través de los cuales transmitió su particular visión del mundo, queriendo conservar esa mirada de la infancia que nunca se debe perder, siendo consciente de las mil maneras a través de las cuales perdemos la inocencia, insistiendo una y otra vez en señalar con el dedo la violencia y mostrar las huellas que va dejando a su paso.

Por eso también su lenguaje tiene algo de fantástico. Ni siquiera en sus novelas más realistas deja de atender a la magia de las palabras; hay siempre un tono lírico de fondo que le sirve para crear en el lector una distancia necesaria. No busca con ello alejarlo higiénicamente de la dureza de las situaciones, sino que el encanto del argumento no le impida pararse a pensar. Ana María Matute insistió siempre en que lo suyo eran los cuentos, las leyendas, el mundo medieval, el amor por la aventura y la atracción de lo desconocido. Porque le tocó vivir una época dura y ella quería hablar de la realidad que le rodeaba.

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