La familia valenciana de un divo como Raphael
Cuestión de sangre| Bernardo, a punto de cumplir los cien años, Maribel y Mari Cruz, tío y primas, rememoran el pasado del cantante antes de su actuación en el Roig Arena
Suena en el teléfono móvil un redoble archiconocido: 'Eeeeeel caaamino que lleva a Belénnnnn...' La voz de Raphael en ese 'El Tamborilero' no deja a ... nadie indiferente. Es ésta desde luego una de las canciones preferidas de Bernardo. 'Baja hasta el valle que la nieve cubrió....' Embutido en su habitual gorra, entorna los ojos. Ese tono tan aterciopelado en la voz de su conocido sobrino le agita los recuerdos. No dice en qué piensa, pero seguramente en su interior está disfrutando de esa paz tan peculiar que le da el bordear un siglo de vida. La existencia para Bernardo Sánchez Martínez (Linares, 31-1-1926) pasa en la playa de la Patacona demasiado despacio. Ya no puede zambullirse en los libros ni tampoco abstraerse con la pintura. Pero el oído lo sigue teniendo fino.
Acontecimientos como la próxima visita a Valencia de Raphael son para este andaluz de origen pero más valenciano que la paella alicientes inesperados, más allá de esa inyección que le da la visita de los suyos en esta playa que ahora disfruta desde la distancia. Una ligera sonrisa algo pícara delata su felicidad cuando sus hijas Maribel y Mari Cruz le explican que su sobrino preferido, el mito, actuará muy cerca este sábado 1 de noviembre.
El Roig Arena abre sus puertas esta vez a un divo capaz de contagiar a imberbes de cubalitro en la mano y que se lo pasan en grande en las fiestas entonando el '¿qué pasará? ¿qué misterio habrá? Puede ser mi gran noche....' –con diferencia la más conocida de todas– o aquellos que llegaron a vivir la crudeza de la postguerra como le pasó en este caso a Bernardo.
La diferencia entre esos colectivos y el personaje que nos ocupa es que en por las venas de esta familia del barrio de Nou Moles de Valencia corre la misma sangre que Raphael. Uno de los cantantes españoles más universales, con más de setenta millones de copias vendidas, tiene familia valenciana.
Bernardo, hombre callado y abnegado hasta en el comer, era el pequeño de una familia muy humilde de Linares (Esperanza y Bernardo se llamaban sus padres), que en una época extremadamente difícil para España, por los efectos de la contienda que enfrentó a muerte a consanguíneos, tuvo ocho hijos. Valientes o arriesgados, según el prisma que cada uno le quiera dar. De hecho, dadas las dificultades en todo su entorno y al ser el más pequeño de toda esa larga prole, parte de su infancia la tuvo que pasar forzado en un orfanato de Cazorla dirigido por estrictos religiosos. Cuantas vicisitudes ha callado para no alarmar nunca a su entorno. 'Que nadie sepa mi sufrir', entona lacónicamente Raphael por cuestión de amores en uno de sus habituales éxitos versioneados y que en este caso es original de los argentinos Enrique Dizeo y Ángel Cabral (1936).
Los hermanos de Bernardo tuvieron distinta suerte. Pero en este relato tan particular interesa únicamente la hermana mayor, Rafaela, que contrajo en su juventud matrimonio con Francisco Martos Bustos. La pareja tuvo cuatro hijos. Uno de ellos, curiosamente con un don especial: Miguel Rafael Martos Sánchez, Raphael, quien a sus 82 años y con una energía desbordante todavía da guerra en los escenarios. 24 conciertos en 18 ciudades dan fe de la fuerza de este cantante que cuando era niño disfrutaba como cualquier en las playas valencianas sin saber lógicamente por entonces que iba a ser mundialmente famoso. Sus álbumes han sido vendidos hasta en siete idiomas.
Volvamos a Valencia. Bernardo y Eufrasia –su mujer ya fallecida y por supuesto también de Linares– acogían al pequeño Rafaelín como uno más en la que por entonces era su casa en la avenida Antiguo Reino cuando desde Madrid lo enviaban sus padres en tren a él y a su hermano Pepín (José Manuel) a pasar algún verano. «¡Claro que me acuerdo de Rafaela! Era mi hermana y la madre de Rafael –sin ph, claro–. Se fueron de Linares a Madrid para trabajar, ella cosía. Y ya desde pequeño Rafael tenía una buena voz. Cuando venía le hacíamos para comer una cosa que le gustaba mucho, como a cualquier niño: huevos con patatas fritas», dice en un arranque de energía casi entre susurros.
Vaya si tenía buena voz. Las crónicas apuntan a que a los tres años se subió por primera vez a un escenario, a los nueve ya era bastante conocido (fue elegido el mejor cantante infantil de Europa) y a los diecinueve arrasó en el Festival de Benidorm, lugar donde desde hace ya algunos años pasa largas temporadas su hermano José Manuel (también vive en Madrid). Cuentan algunas versiones que fue la mujer de Franco, Carmen Polo, la que estaba embelasada con este artista la que impulsó, por si hubiera alguna duda, su carrera. De hecho, a Raphael se le llegó a catalogar en su momento como el 'cantante del régimen' por el simple hecho de acudir a cantar a El Pardo cuando desde allí se le requería. Luego, en otros momentos, al artista se le situó en cambio como un adelantando a las tendencias más progresistas. Él, hábil donde los haya, siempre ha guardado prudencia, de unos y de otros (hasta se le llegó a decir que era un icono del colectivo LGTB) , consciente que la equidistancia le hace todavía estar a esa altura superior en la que se siente más cómodo.
Cuenta Maribel una curiosa anécdota relacionada con su célebre primo hermano: «La última vez que Raphael quiso venir a ver a mis padres a Valencia, cuando vivían ya en el piso del barrio de Nou Moles, se enteró antes la portera de la finca y no veas la que se montó. La calle empezó a llenarse de gente y fue tal el tumulto que se armó que cuando asomó por la esquina el coche, decidió que lo mejor era dar la vuelta porque no se podía ni acercar...». El tono neutro delata que más allá de la 'incomodidad' de verse rodeado de fans, la visita al único tío que le queda vivo es algo que no admite ninguna duda. 'Te voy a echar al olvido...', entona el mito en una interpretación dentro del 'Maravilloso corazón, maravilloso'.
Las cifras del cantante asustan casi tanto como la enigmática fortuna de la que apenas se conocen detalles (326 discos de oro y 49 de platino y el de uranio por esa más de cincuenta millones de copias vendidas por el recopilatorio de 1982 «Raphael: Ayer, Hoy y Siempre». «A mi padre, aunque siempre ha sido más de ópera, por supuesto que le gusta escuchar sus canciones y hasta en la residencia, como saben que es su tío, cuando aparece en televisión se monta jolgorio. Pero era mi madre la que no se perdía ni una de él. Teníamos un viejo tocadiscos en casa y siempre que sacaba un nuevo disco, mi madre lo compraba y lo ponía una y otra vez», apunta Mari Cruz que, como su hermana, echa de menos el haber perdido con el paso de los años el contacto tanto con su primo como con su mujer, Natalia Figueroa, relación que sí mantienen y de manera fluida con otros dos hermanos: el atento y educado José Manuel y el locuaz Juan. El divo es el divo.
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