Urgente Detenido el ladrón de la millonaria bicicleta de Jorge Martín

De cazar en la Albufera, a botín del Louvre: la huella valenciana de Eugenia de Montijo

Las crónicas del siglo XIX dan cuenta de su visita a Valencia, donde dejó también el recuerdo de su figura, muy popular en la época, puesta de actualidad por el robo de sus joyas en el museo parisino

Jorge Alacid

Valencia

Jueves, 23 de octubre 2025, 09:09

Otoño de 1863. La emperatriz Eugenia de Montijo, de visita en España, se dispone a disfrutar de una jornada de caza a La Albufera. «Todo ... un acontecimiento», señala en su blog dedicado a rescatar acontecimientos del pasado el historiador Ángel Aponte. En la entrada dedicada a relatar esta expedición valenciana de quien ocupara el trono (consorte) de Francia por su unión con Napoleón III durante el Segundo Imperio (1852-1870), Aponte anota cómo el testimonio de aquel viaje de la emperatriz hasta el lago se debió a la mediación de barón de Cortes, célebre aristócrata valenciano, a quien recuerda en estas líneas: «Hombre de campo y de mundo». De hecho, sabemos de la presencia entre nosotros de aquella celebridad de su tiempo que fue doña Eugenia gracias a que el noble valenciano, arrendatario junto al general Prim del cazadero donde estuvo la emperatriz, escribió al respecto 'Recuerdos de caza', una obra de 1876. No es la única huella que dejó entre nosotros la Montijo: otros hitos también en clave valenciana subrayan el enorme impacto que tuvo en su tiempo y cómo su legado continúa.

Publicidad

Su figura se ha puesto de actualidad estos días a cuenta del llamativo robo perpetrado en el parisino Museo del Louvre el pasado fin de semana, con un no menos llamativo balance: en su multimillonario botín, datado en 88 millones de euros, los ladrones sustrajeron una ingente cantidad de joyas que Napoleón regaló a su esposa para la ceremonia de su coronación. Entre ellas, una tiara compuesta por 212 perlas, incluidas 17 en forma de pera en la parte superior, 1.998 diamantes y 992 rosas, y un broche de corpiño de 2.438 diamantes y 196 rosas. Esta última pieza formaba parte del centro de un cinturón compuesto por más de 4.000 piedras pertenecientes a los Diamantes de la Corona. Un obsequio que revela la importancia capital que la emperatriz tuvo para el trono francés y detalla la exagerada reputación que alcanzó en vida. También ayuda a entender cómo más de un siglo después de que falleciera en 1870 su adictiva personalidad mantiene una extraordinaria vigencia.

Veamos este caso que relataba en este mismo diario Francisco P. Puche, cronista de Valencia a propósito del broche de diamantes que la famosa cantante valenciana Lucrecia Bori poseyó durante gran parte de su vida, guarda esas virtudes a la vez. Ua joya, escribe, que «encierra al mismo tiempo valor, historia, emoción y ternura». Una joya con una historia apasionante; concebido para Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia, fue un obsequio adecuado para aquella valenciana gran dama de la ópera y años después salvó al Metropolitan Opera House de la ruina. Hoy, sin embargo, no se sabe quién es su dueño. Llamado 'Feuilles de Groseillier', fue un broche creado por los joyeros Bapst, en 1855, a petición de Eugenia de Montijo, que acabó en manos de la Bori tras una azarosa peripecia: en septiembre de 1870, el descendiente de Bonaparte fue hecho prisionero en la batalla de Sedan en el curso de la guerra de Francia con Prusia. Los republicanos de París le empujaron al exilio en pocas horas y la familia imperial cruzó el canal de la Mancha para refugiarse al abrigo de la reina Victoria en Londres. Con las prisas, no se llevaron las joyas de la corona: 'Feuilles de Groseillier' quedó en impuras manos republicanas junto con todos los tesoros imperiales.

Años después, la colección diseñada por Bapst había sido desmontada, para una venta más fácil y solo quedó el broche de nuestra historia, que fue adquirido en subasta por el famoso Tiffany's de Nueva York. Es aquí cuando aparece Lucrecia Borja González de Riancho, nacida en Valencia el día de Nochebuena de 1887 y niña con grandes cualidades para el canto. Siendo jovencita, ya se reseñó su debut artístico, en el Paraninfo universitario de la calle de la Nau, en el curso de una gala benéfica para las víctimas de la guerra de Cuba. Estudió canto en Valencia con buenos profesores pero pronto tuvo que viajar a Milán en busca de los grandes maestros. Lucrecia, que por cierto una vez había cantado en Madrid para una Eugenia de Montijo anciana, «alternó y triunfó con todos los grandes divos y voces del momento». Acabó coronándose en Nueva York como diva entre las divas: una especie de emperatriz del bel canto.

Publicidad

Como además tenía dotes muy especiales para otro arte, el de conquistar la voluntad y la cartera de las grandes familias que, con sus donaciones, nutrían y nutren la cultura en América, luego del crack bursátil de 1929 Bori llamó a los poderosos -los Astor y los Morgan, los Rockefeller y los Vanderbilt- para que salvaran al Metropolitan de un cierre por quiebra. «Lo consiguió», rememora Puche. Lo consiguió. Y Lucrecia Bori, única mujer en una junta de salvación del prestigioso teatro compuesta por hombres, habló ante los micrófonos de la radio, entonces el medio de moda, cantó y pidió donaciones. «Los dólares llegaron enseguida y el Met se pudo salvar: en 1936, cuando la cantante anunció su retirada de los escenarios, los millonarios miembros de la junta de patronos, en agradecimiento, se rascaron el bolsillo para un regalo; añade en su crónica. »Le compraron en Tiffany's el broche de diamantes más lindo que tenía, 'Feuilles de Groseiller'«, añade Puche.

El anticuario valenciano que guarda el velo de novia de Eugenia de Montijo.

La anécdota ayuda a entender ese reconocimiento que tuvo en vida la Montijo y le persiguió más allá de su muerte. No es el único legado que podemos descodificar desde un punto de vista valenciano: aquí entra en juego el anticuario valenciano Juan Manuel Fernández Déniz, que guarda en los fondos de su establecimiento, 'Antigüedades Me Encanta', «tesoros que se convierten en imprescindibles cronógrafos para el relato de los siglos», como explicó hace un par de años Laura Garcés en este reportaje, que reseñaba cómo el reputado artesano valenciano había prestado a la exposición 'La moda en la Casa de Alba' que se celebra en el madrileño Palacio de Liria, el velo con el que se casó la emperatriz Eugenia de Montijo, una pieza original que como el mismo anticuario señalaba ocupó un lugar destacado en la muestra: «Es después de la pintura del Rey de Sorolla, la segunda pieza más cara de asegurar».

Publicidad

No fue la única pieza que aportó el profesional valenciano, erudito en las antigüedades textiles. A la exposición llevó también los encajes que Eugenia de Montijo luce en el famoso cuadro que le hizo Winterhalter, fruto de una llamada que recibió entonces por parte de Lorenzo Caprile, comisario junto a Eloy Martínez de la Pera de la muestra. El modisto le contó al anticuario que en una escultura de María Eugenia de Montijo, lleva un lazo en la cabeza y quería saber si el valenciano podía tener alguno similar. La respuesta fue que no sólo eso, sino que tenía varias prendas originales que podían servir para la exposición. Así nació el viaje hacia el Palacio de Liria el velo de novia y también los encajes que aparecen en el cuadro.

El círculo quedaba entonces más o menos cerrado, aunque quién sabe las piruetas que dará la Historia, que ya sabemos que es caprichosa: Eugenia de Montijo no puede escapar desde la posteridad donde vive de este curioso lazo que le une con Valencia, activado a partir de aquella vistia a la Albufera. Aponte recuerda que ese día «cientos de coches acudieron a El Saler para ver y vitorear a la Emperatriz» , a quien acompañaban, entre otros personajes, el embajador de Francia, la princesa Murat y los marqueses de Alcañices y Bogaraya. «Desde allí partió el pailebot real -el barón de Cortes al frente- junto a un centenar de barquichuelas engalanadas con banderas de España y de Francia, tripuladas por gentiles valencianas, añade en su blog. Un escrito donde rememora el inolvidable paso de Eugenio de Montijo por Valencia en estos evocadores términos, muy hijos de su tiempo: »Desde un puesto de madera, la Emperatriz y la condesa Scláfani abatieron innumerables piezas con escopetas ligeras de un solo cañón«. O, en palabras del barón, «el lago parecía una alfombra de plegadas alas y flotantes plumas».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete a Las Provincias al mejor precio

Publicidad