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BARQUERITO
MADRID
Domingo, 8 de abril 2018, 00:16
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El 'don' de respeto que precede al nombre de pila se lo reservó el mundo del toro a solo dos personas: Álvaro Domecq (1917-2005) y Ángel Peralta, fallecido a los 93 años. Los dos, jinetes y figuras incontestables de la doma y del toreo a caballo. Don Álvaro -el Caballero- fue una suerte de aristócrata de cuna, de poliédricas dimensiones, la política, entre ellas, y un ganadero excepcional tenido por mago de la alquimia de la bravura. Don Ángel -el Centauro de la Puebla- encarnó como nadie el alma y la raíz del torero ecuestre y le puso sello propio. Fue él y solo él quien creó una escuela española del arte del rejoneo sin antecedentes precisos. Escuela de estirpe andaluza por su escaparate o sus formas -la vestimenta, el ornato de los caballos, los aires camperos- y por su fondo o su esencia, que implicaba compartir protagonismo de muy visible manera con los caballos toreros de la cuadra.
A partir de 1955 Peralta renovó radicalmente el concepto y el espectáculo del toreo a caballo. Lo sacó de la obediencia al canon imperante o imperativo del toreo portugués de alta escuela.
Lo que hizo Peralta, por tanto, fue acercar el toreo a caballo al toreo de a pie y de paso liberarlo de su etiqueta supuestamente señorial. Y hacerlo tan deliberadamente que la presencia de los rejoneadores en las ferias taurinas se hizo imprescindible.
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