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Manolo Montoliu, dando un pase con la muleta. :: Moratalla Barba
Montoliu, la mejor plata valenciana

Montoliu, la mejor plata valenciana

Aula LAS PROVINCIAS rinde homenaje al gran banderillero en el XXV aniversario de su mortal cogida

JOSÉ LUIS BENLLOCH

Domingo, 26 de febrero 2017, 00:28

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El recuerdo y la admiración a Manolo Calvo Bonichón, 'Montoliu' en los carteles (Valencia, 1954; Sevilla, 1992) el último gran banderillero de la escuela valenciana, a los aficionados nos gusta decir el penúltimo, se reavivará bajo los auspicios de Aula LAS PROVINCIAS, el próximo uno de marzo, a las 19 horas, en los salones del Ateneo Mercantil. El acto es el primero de los homenajes que el gran torero valenciano recibirá con motivo del veinticinco aniversario de su muerte en la plaza de toros de Sevilla, cuando actuaba a las ordenes de otro grande de la tierra, José María Manzanares. Un toro de nombre Cubastisto, le partió el corazón cuando practicaba la suerte que más dominaba y sobre la que edificó su leyenda. «Si yo quiero, un toro no me coge» me había dicho en infinidad de ocasiones, tan seguro estaba de sus facultades, pero aquellas fatídica tarde de feria en Sevilla, donde tantas y tantas veces había triunfado, donde tanto le esperaban, antepuso su vergüenza torera, corazón frente a razón, renunció a cualquier ventaja y acabó. traspasando el umbral de la gloria para ganarle la partida a todos los competidores de la misma forma que José (Gallito) se la ganó a Juan (Belmonte). El percance, en corrida televisada en directo llegó a todos los rincones del mundo. La belleza del cite, el brutal encuentro con la fiera, la crudeza de las imágenes, aquella última mirada perdida en brazos de las asistencias que anunciaba lo inevitable. ganó un espacio en el olimpo del toro. Manuel murió con la grandeza que no había podido morir ningún otro torero y puesto a morir diría que murió como y donde él hubiese elegido. Su fama del torero y de hombre apuesto, añadido al escenario mágico donde se produjo el percance, lo convirtieron en una referencia universal de la autenticidad y crudeza con la que se produce la fiesta de toros. Fue la muerte del héroe retransmitida en directo.

La imagen inconfundible de Manuel, elegante y sereno, dirigiéndose al encuentro con el toro, su pasión y su fatalidad, ilustra este año la cartelería de las corridas de Fallas. Ha sido una iniciativa de la empresa Simón Casas, gesto que se agradece en Valencia.

Manuel, amigo y hermano, fue más que un torero, más que un banderillero de ferias, he escrito en alguna ocasión, fue un personaje imbricado en la sociedad como si fuese una estrella. En realidad era una estrella. Su espíritu abierto, su perfil artístico, como he contado muchas veces, la alegría que emanaba, sus picardías de torero bohemio que todos veían/veíamos bien, también su valencianía universal, su calidez, su sentido del liderazgo, todo él sigue presente, así que a la fuerza tiene que chocar que de pronto te recuerden que hace veinticinco años que alcanzó la gloria definitiva. Nadie ocupó su lugar a este lado de la vida, ni siquiera sus hijos, que son como mis hijos y tienen mucha cosas de él, nadie le hizo olvidar. Ni en la calle ni en la plaza. Su naturalidad, su andarle a los toros, su poderío, su colocación en la plaza sobre todo, que sí, que siempre hablamos de su par, el punto y seguido del par de Honrubia, la evolución de lo sublime, la potencia añadida al arte, pero tan importante o más, insisto, fue su colocación en la plaza, su estar sin estar como decía Duyos de Blanquet, de ahí su empeño en alcanzar a lidiar un toro sin darle un solo capotazo, con la voz, con un gesto, con el aleteo suave de su capote, estando donde debía estar en el momento justo como un referente de la vida misma. ¿Lo consiguió?... me preguntarán, yo diría que se acercó, se acercó muchas veces.

Entre Valencia y Sevilla

La carrera de Manuel está llena de vivencias hitos triunfales. Valencia fue su plaza sin lugar a dudas y Sevilla que le adoptó pronto, también. Recuerdo perfectamente la tarde en que la que conquistó por segundo año consecutivo el trofeo de la Real Maestranza de Sevilla. Aquel día en Serva la Barí banderilleó andando, como hacía siempre, con la elegancia y la parsimonia con la que un solista se incorpora de su silla para interpretar a Mahler. Fue al toro andando y se fue del toro andando por la contraquerencia sabiendo que el toro no le iba a seguir. Era un ejercicio impresionante de fe. Para irse del toro con aquel garbo, con aquella parsimonia, tan displicente había que creer en Dios, en la teoría de los terrenos y en último caso en el capote de su compañero Juan Recio, siempre presto al quite por si el toro le daba por descomponer la teoría.

Fue, recuerdo, el mismo día que le gritaron ¡Manuel, la feria eres tú! y por la noche tomamos una copa con doña Concha, la Piquer, claro, y celebramos juntos que Valencia diese artistas así y nos fotografiamos con ella en el Donald para poder presumir de vuelta a casa; el mismo día en que el capote de Martín Recio fue seda y ciencia y el maestro del mechón, su admirado maestro Chenel, después de aquella exhibición banderillera y de sacarle a saludar, se echó la muleta a la zurda para torear por naturales como no había toreado nadie en aquella feria ni en muchas ferias, y para que quedase claro quién era quién en la plaza: «Tú el mejor banderillero; aquí, la mejor zurda del toreo, ¡ea!». Lo dijo entre dientes o a lo mejor ni lo dijo, pero lo entendimos todos.

Y si esa fue una de las tardes más emocionantes, las de Madrid no se quedaron atrás, ni las de Valencia ni las de Bilbao.. Aquella temporada de 1985, conquista trofeo tras trofeo hasta la sorprendente cifra de treinta y dos. En Madrid por San Isidro hizo el copo y se lleva el de Antena 3, el del Palace, el de la Asociación Cultural Taurina, el de la Federación, y el de la Asociación de la Prensa además de uno especial que había establecido Manolo Chopera y que andaba pendiente de concederse mucho tiempo, cincuenta mil duros por correr un toro a una mano de salida como cuentan que hacían los grandes banderilleros de otras épocas.

Por todo eso y por más Manuel se incorporaría a esa lista de banderilleros valencianos que para orgullo de esta tierra, fueron referencia en su tiempo y leyenda grande en la historia del toreo. Al Blanquet de Joselito, al Morenito de Belmonte, al Alfredo David de Manolete y Dominguín, al Alpargatero de Ortega, al Honrubia de. de él mismo, tal fue el espíritu de rebeldía de Paco y su sentimiento de artista ingobernable que no fue de nadie, a todos ellos, se le añadió Manuel Montoliu.

Su primer matador fue el Soro, con Ojeda rompió las barreras del regionalismo, con Antoñete se encumbró definitivamente, Mendes le rescató de aquella aventura intermedia que le llevó hasta la alternativa de matador, con Litri encontró la serenidad de las alturas y con Manzanares entró en la leyenda. Su incorporación a la cuadrilla del alicantino fue un maridaje natural que muchos aficionados deseaban y que el destino de manera sabia fue aplazando hasta que no pudo más. Dos clásicos y dos volcanes que fueron amigos desde siempre. Artísticamente fue una pareja deslumbrante pero efímera. Cuando por fin se encontraron, Sevilla y su feria de 1992 estaba a la vuelta del calendario. Uno de mayo. El infausto Cubastisto, de Atanasio Fernández, corneó de muerte a Manuel. Aquella tarde de feria, el valenciano entró definitivamente en la leyenda como uno de los toreros de plata más completos del toreo moderno. Esos días escribí que su par de banderillas, puro y personal, su perfecta colocación, su economía de capotazos, su personalidad, en la calle y en la plaza, le hacían difícil de mejorar. Lo escribí entonces y lo mantengo ahora.

Fue en Mayo, el mismo mayo traidor y sangriento que enmarca las biografías de Fabrilo, de Granero, de Joselito, de Varelito, el de los toros certeros, aquel mayo que debía ser abril para ser feria en Sevilla, pero fue mayo para que se cumpliese la leyenda de los pastos vigorosos que agria el caracter de los toros. Y fue en Sevilla. No había escenario más grande ni más apropiado para que un banderillero, -Toda mi gloria de poeta por ser un buen banderillero, dejó dicho el mayor de los Machado- entrase en el parnaso de la tauromaquia.

Manuel citó al toro. Las dos banderillas en un mano. Verde mostaza y azabache premonitorio el vestido. La plaza se hizo silencio. Silencio de procesión, silencio de gloria y llanto. El toro muy entero, maldita puya nueva, maldito experimento, Manuel muy obligado, aquella era su plaza, no quiso cuartear con ventaja. No hubiese sido él. Dos trofeos había ganado en aquel ruedo y aquel que ganó ese día fue el tercero, el de la gloria definitiva. Veinticinco años después le hemos visto anunciado en Fallas y nos hemos estremecido. Su Valencia ha vuelto a sonreír. Y ahora, silencio, banderillea Manuel.

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