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Agosto del año 2005. Un huracán se forma en la vertical de la isla caribeña de Jamaica y enfila hacia el estado norteamericano de Florida, ... según una lógica que en esa esquina del planeta tiene bastante de ordinaria. En principio, un hito atmosférico nada fuera de lo común. Las autoridades de Estados Unidos calificaron el tornado como de fuerza moderada, una etiqueta que apaciguaba cualquier posible temor a que causase el apocalipsis que, finalmente, sí se produjo. Al contacto con la costa, el huracán vira a categoría 5. Recibe entonces el nombre con que ha pasado a la historia, Katrina. Roza el estado de Florida, se desvía hacia el golfo de México y golpea con una saña endiablada el estado aledaño de Louisiana, con los efectos conocidos. Dos mil muertos, daños cuantificados en 125.000 millones de dólares y un territorio por completo devastado, con consecuencias en el ámbito político
La pobre respuesta de la Administración dirigida entonces por George Bush Jr. recibe severas críticas y alimenta el germen de la posterior derrota electoral de los republicanos ante Barack Obama, cuatro años después. ¿Analogías con la dana valenciana? ¿Se puede encontrar alguna clase de semejanza entre ambas tragedias que pueda servir de enseñanza a quienes habitan la zona cero y a los gestores encargados de la reconstrucción? La arquitecta Miriam García García (Asturias, 1971) opina que, en efecto, alguna similitud puede detectarse entre los dos casos. La primordial, que debemos aprender a «con el territorio y con la naturaleza, para el diseño de paisajes resilientes, justos y seguros».
García es una reconocida autoridad en esta materia del urbanismo aplicado a la organización de espacios proclives a sufrir la amenaza de la naturaleza cuando se desmadra. Paisajista, técnico urbanista y directora de LANDLAB, un laboratorio de paisajes que tiene su oficina base en Barcelona, colabora en diferentes proyectos destinados al fomento y desarrollo de la planificación, el diseño urbano y su adaptación al cambio climático, desde la práctica profesional y también desde investigación y la docencia a ambos lados del Atlántico. Una experiencia «vinculada al paisaje y la ecología como motores de cambio de planes y proyectos a múltiples escalas», según sus propias palabras, que tiene su hito principal en su tesis doctoral titulada reveladoramente así: 'La metamorfosis de la costa. Paisajes resilientes y cambio climático'.
De ahí procede su condición de especialista en el análisis de cómo se comportan los territorios afectados por una catástrofe y cuál es su respuesta. O cuál debería ser de haber activado previamente una estrategia que mejorase el desempeño habitual de las distintas administraciones. Unas preguntas que se formuló a propósito de la tragedia del Katrina y que sirven también para arrojar luz sobre el drama que vivió Valencia el 29 de octubre. ¿Eran más o menos catástrofes anunciadas, que se podían esperar por malas praxis urbanísticas, desorganización territorial, baja previsión de emergencias? «Sí», responde, «pero en lo que más se parecen es en la falta de reconocimiento de que la mala planificación del territorio y del paisaje realizada por los humanos en esos lugares durante décadas ha incrementado su vulnerabilidad ante los fenómenos climáticos y por lo tanto ha incrementado el riesgo». Y añade: «La catástrofe es humana, no natural. Con Katrina lo reconocieron después y actuaron en consecuencia, pero con la dana nada parece indicar que esté siendo así».
Miriam García
Arquitecta y urbanista
García observa a este respecto que en el caso valenciano se puede concluir que hubo un fallo multiorgánico antes y durante la dana. «Lo que realmente falló es el modelo urbanístico de ocupación del territorio y el tratamiento del paisaje vinculado a los asentamientos y las infraestructuras», denuncia. Alude en concreto a «la gestión y planificación de la cuenca, de las llanuras de inundación, de los terrenos agrícolas y las masas forestales». También entiende que «por supuesto» para evitar la pérdida de vidas humanas «una evacuación temprana hubiera sido mucho más efectiva». «No obstante», prosigue, «el desbordamiento de los ríos Turia y Magro y el barranco del Poyo hubiera generado los mismos daños materiales», una apreciación donde encuentra otro elemento de comparación con los efectos del Katrina en la ciudad de Nueva Orleans. ¿A qué se refiere? A que, a su juicio, «aún no se ha empezado a hablar de cómo gestionar y diseñar de manera resiliente la cuenca de ríos Turia y Magro y el barranco del Poyo». «Sin paisaje resiliente, no hay futuro seguro posible», insiste.
Su estudio sobre la catástrofe de Nueva Orleans admite también una lectura política. Recuerda que «los primeros días tras la tragedia del Katrina, el Gobierno de Estados Unidos era incapaz de explicar las causas de un desastre de tal magnitud». «La naturaleza parecía haber doblegado al país más poderoso del mundo; algunos llegaron a ver en el destino de Nueva Orleans el símbolo del declive americano», afirma. De esa impresión nace una reflexión adicional: «El desastre natural más costoso de Estados Unidos tuvo un impacto importante, no sólo en la economía del país, sino en la conciencia de toda la sociedad, que empezó a preguntarse por los efectos del cambio climático en su vida y a exigir a los políticos una respuesta clara».
Dos mil muertos Trágico balance
esa cifra encierra la parte más dramática de la catástrofe, la peor sucedida en la historia de Estados Unidos, con daños materiales superiores a 125.000 millones de dólares.
107.379 Pérdidas materiales
viviendas destrozadas. El Katrina provocó el hundimiento de todas esas edificaciones de Nueva Orleans: el 80% de la ciudad llegó a quedar anegada bajo las aguas. 26.964 casas resultaron con severos daños a consecuencia del viento y el 25% del parque de viviendas de la ciudad se declaró en ruina: Nueva Orleans se convirtió en la ciudad de Estados Unidos con mayor concentración de casas abandonadas.
Nivel 5 Una fuerza inusitada
El huracán Katrina parecía uno más de tantos que azotan la costa de Florida, pero cuando llegó a tierra viró a una fuerza inusitada: se declaró nivel 5, el más alto, pero era tarde: ya viraba hacia Louisiana
Un radical giro en la conciencia colectiva que se intensificaría luego de los efectos de otro huracán, Sandy, que azotó Nueva York siete años después, ya bajo la presidencia de Obama. García anota que el líder demócrata se guió por una sensibilidad superior hacia las consecuencias de esta clase de catástrofes, escarmentado tal vez por la experiencia vida en Nueva Orleans. «Debemos tener en cuenta que el Katrina provocó el hundimiento de 107.379 casas, hasta el punto de que el 80 por ciento de la ciudad quedó bajo las aguas y hubo 26.964 edificaciones dañadas por los vientos», anota la experta urbanista. Un desolador paisaje que García resume con esta frase: «Una de cada cuatro viviendas se declaró en ruina, lo que convirtió a la ciudad de Nueva Orleans en la urbe con mayor concentración de viviendas abandonadas de todo el país».
Con un drama añadido, como observa la propia arquitecta. La herida, según su dictamen, continúa abierta, sin cicatrizar, entre un elevado número de habitantes de la ciudad y su entorno. «Unos cien mil habitantes, un tercio de la población de Nueva Orleans, se marchó y no ha regresado», recalca. Un elocuente dato de donde García extrae un par de conclusiones adicionales. La primera, que en su opinión «parece que los territorios más vulnerables a los fenómenos naturales suelen estar ocupados por poblaciones también vulnerables, pero ante los efectos del calentamiento global todos somos iguales».
También pone un especial énfasis en la segunda idea que resume su parecer al respecto de esta clase de contingencias: una teoría según la cual «la planificación sí que tiene ideología: el negacionismo está instalado en todos los sitios, pero hay al menos desde el Katrina una historia de buenos proyectos y buenas prácticas paisajísticas, que por supuesto van en paralelo a las ayudas y a la reconstrucción de las infraestructuras básicas». Con una moraleja desoladora, según su opinión: «Lamentablemente, en Valencia esta manera de afrontar la responsabilidad y de avanzar en la reconstrucción del territorio no parece haberse ni imaginado. No parece que se haya aprendido nada».
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