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Valencias por el mundo

Valencias por el mundo

Valencianos de Venezuela, Estados Unidos y Castilla y León explican su relación con la capital levantina, entre el cariño hacia las raíces (y la curiosidad)

Jorge Alacid

Valencia

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Domingo, 11 de abril 2021

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El Museo de Historia de Valencia recibe al visitante con un panel donde explica los pormenores de la fundación de la ciudad. Que, como se puede deducir, hunde sus raíces en la remota Roma. De allí vinieron no sólo algunas de las huellas que aún perviven entre nosotros sino otro activo igual de valioso: su propio nombre. Valencia, del latín 'valentia', una voz que apenas necesita traducción: valentía. Arrojo. Virtud que remite al imaginario bélico: detrás de cada ciudad plantada lejos de casa todo general romano procuraba recordar a la capital del Imperio las hazañas militares que exigían sus conquistas. Nuestra Valencia fue por lo tanto para sus padres fundadores sinónimo de valor. Un atributo que por cierto todavía se mantiene entre sus hijos mientras atraviesan este tiempo pandémico que pone a prueba su fortaleza.

Su denominación no es sin embargo única en el mundo. Como afluentes del río madre, hay otras Valencias repartidas por el planeta, se ignora si distinguidas con esa misma propensión a la valentía que distinguió al original. Su enumeración está al alcance de cualquier alma inquieta provista de ordenador: quien tenga interés al respecto observará cómo en su pantalla se va iluminando ese particular mapamundi, que recorre el globo de punta a punta. Hay cuatro en Estados Unidos, una isla deshabitada lleva ese mismo nombre en Australia, los vecinos de tres municipios en Filipinas son valencianos… También Colombia, Ecuador, Trinidad y Tobago cuentan con sus propias Valencias, como la lejana Sudáfrica y hasta en la exótica Pakistán anida un barrio bajo esta nomenclatura, alojado en la cosmopolita ciudad de Lahore. También España dispone de otras localidades así bautizadas: lo que sigue es un breve repaso por los sentimientos que anidan en tres de ellas hacia nuestra Valencia, expresados a través de la opinión de algunos vecinos. Qué significa sentirse valenciano a cientos o miles de kilómetros del Miquelet, la Malvarrosa o la Albufera.

Dhameliz Díaz (Venezuela)

«También aquí cultivamos naranjas»

Dhameliz Díaz
Dhameliz Díaz

Dhameliz Díaz es valenciana. Valenciana «de Valencia del Rey», como explica con su dulce voz del trópico por teléfono. Son las seis y media en esta orilla del Mediterráneo, la una y media en su hogar venezolano, ese rincón que comparte idioma y, en su caso, homonimia: la Valencia más grande del mundo se ubica en Sudamérica, una ciudad habitada por casi dos millones de almas si contamos su área metropolitana. Es la tercera población de Venezuela, como advierte Díaz mientras se prepara para almorzar. Periodista de profesión, conoce esta otra Valencia española. Recuerda que visitó sus calles durante unas Fallas, años atrás, y destaca otro aspecto que hermana a las dos ciudades: por ejemplo, las naranjas. Resulta que también la Valencia venezolana presume de una fértil producción de cítricos «aunque ahora los cultivos están más descuidados».

No es la única sombra que hace fruncir el ceño a Díaz. Recuerda que los difíciles años que vive su país se han llevado por delante no sólo la poderosa industria agroalimentaria valenciana, sino también el potente sector automovilístico: allí tenían su sede empresas auxiliares del motor que abastecían a gigantes como GM o Ford, pero hoy la ciudad se tiene que acostumbrar a otra realidad. Es una Valencia que conserva su carácter hospitalario pero que tiene que convivir con dramas como la inseguridad y el desabastecimiento. Son frecuentes los apagones de luz y también las filas para repostar en las gasolineras, cruel paradoja para un país sentado prácticamente sobre un yacimiento petrolífero que pareció alguna vez infinito.

Contratiempos que Díaz encara con buen ánimo. No permite que las penurias presentes oscurezcan su discurso, muy vehemente en la defensa del rico pasado histórico de su ciudad, capital del estado de Carabobo, donde las crónicas sitúan la decisiva batalla que alumbró la independencia del país cuando se separó de la llamada Gran Colombia. Las tropas venezolanas derrotaron allí al Ejército español y detonaron la liberación nacional, un acontecimiento que aún ilustra hoy el corazón de la ciudad, situada a un par de horas en coche de Caracas. Esa Valencia que Díaz anima a explorar al viajero curioso que algún día decida abandonar la Valencia española y conocer a su hermana venezolana. ¿Alguna pista? Díaz proporciona unas cuantas. Propone un recorrido por el centro histórico (y señala hitos como el Capitolio, la iglesia de San Francisco, la plaza de Sucre o la calle Páez) y concluye este itinerario con un par de recomendaciones: iniciarse en la cocina local con un buen plato de asado negro, regalarse una ración de queso valenciano o sucumbir a la tentación de una polvorosa de pollo. Y por supuesto regalarse un trago: un buen trago de ron autóctono.

Tibo Chávez Jr. (EEUU)

«Este año no hubo Fallas, ¿verdad?»

Juan Pablo Regadera
Juan Pablo Regadera

Desde Valencia, en el estado norteamericano de Nuevo México, contestan por teléfono a una llamada desde la Valencia española dos buenos amigos, Tibo Chávez y Salomon Montano. El primero, abogado de profesión, un torrente de datos, fechas y anécdotas sobre la historia de su tierra; el segundo, antiguo comisionado del condado valenciano, uno de los 32 que configuran el Estado. Cuya historia se vincula a los primeros hitos de la conquista española de ese trozo de América, como recuerdan ambos con sobresaliente precisión. «¿Este año no hubo Fallas en Valencia?», pregunta Montano, quien recibe con pesar la mala noticia. No, este año no hubo Fallas. Él se acuerda de cuando estuvo por aquí, en marzo de 1989, una visita que sirvió para impulsar un programa de intercambio que se materializa en las tandas de estudiantes que han ido saltando de una Valencia a otra, forjando un vínculo emocional que recalca también Chávez. Ambos apuntan a otra conexión muy evidente entre las dos Valencias: el carácter abierto que distingue a los habitantes de ese rincón del gigante yanqui, semejante al propio de la Valencia española. «Aquí no es como Nueva York», anotan. «En Valencia la gente saluda a los demás aunque no se conozcan, hablamos con todo el mundo. Hacemos amigos con facilidad». Una identidad hospitalaria que convive con otro rasgo muy particular de Nuevo México: es el único estado norteamericano donde el español tiene carácter oficial. «La Administración está obligada por ley a emitir todos sus actos en español y en inglés», anotan al unísono.

¿Más particularidades? Alguna hay: por ejemplo, el contraste entre el frío norte, a menudo nevado, y el desértico sur. Ese paisaje inhóspito inmortalizado por algunos westerns o, más recientemente, por las andanzas del profesor Walter White, protagonista de la serie 'Breaking Bad', que transcurre en la vecina Alburquerque. Nuevo México, país de la enchilada, manjar que aconsejan probar en el Pete´s Café, el icónico restaurante que defiende en la ciudad de Belén la familia Torres. Nuevo México, ese estado distinguido por una aureola inquietante: en su suelo se practicaron los primeros ensayos nucleares y de ahí nace el mito de Roswell, el territorio icónico de los alienígenas, leyenda que arranca una sonrisa a Chávez y Salomon. Y Nuevo México, en fin, como el estado donde germinó el conjunto de Estados Unidos, un hito histórico con epicentro en Santa Fe. Allí, en su capital, se aloja el Palacio del Gobernador, considerado el edificio oficial más antiguo del país para orgullo de esta pareja de valencianos neomexicanos. Que concluyen la charla como si hubieran nacido en la calle Colón porque vuelven con la misma pregunta: «¿Este año no hay Fallas, verdad?».

Juan Regadera (Castilla y León)

«Valencia de don Juan es una realidad muy distinta»

 

Juan Pablo Regadera
Juan Pablo Regadera

A 617 kilómetros de distancia del Miquelet, la localidad leonesa de Valencia de don Juan representa el polo opuesto a la Valencia mediterránea. Interminables campos de cultivo de maíz, alfalfa y remolacha… Fincas de regadío y de secano que festonean la autovía A-6 con destino a Portugal, temperaturas proclives al bajo cero y un carácter dominante entre sus gentes que encaja con la antigua personalidad atribuida al castellano viejo (leonés viejo, en su caso): una naturaleza recia, predispuesta a la contención, que encaja bien con el paisaje circundante. «Son realidades muy distintas», explica su alcalde para definir el contraste entre ambas localidades. Juan Pablo Regadera, independiente que ganó las elecciones del 2019 al frente de la lista del PSOE y cruza ahora el ecuador de su mandato, sabe de qué habla: su mujer estuvo destinada como profesora durante unos cursos en Xátiva y Canal y no sólo está familiarizado con las entrañas del haz de carreteras que enlazan ambos puntos de la Península, sino que conoce bien la diferentes personalidades de unos valencianos y otros.

Menos claridad arroja otra cuestión que surge de modo natural durante la charla. ¿De dónde viene el nombre de Valencia de don Juan, una de tantas diseminadas por España? Ahí tenemos Valencia de Alcántara (Cáceres), Valencia de Mombuey, Valencia de Torres y Valencia del Ventoso (las tres en Badajoz) y Valencia d´Aneu, en el Pirineo leridano. O esta Valencia castellano-leonesa, cuya denominación original (Coyanza) tenía sus raíces en la ocupación romana y dejó como recuerdo el gentilicio con que se conoce a sus 5.300 vecinos: coyantinos. Una población que adoptó su actual denominación allá en el siglo XIII, fruto de las disputas entre los antiguos reinos de Castilla y de León, cuya paz requirió un tratado donde la localidad añadió al Valencia con que ya contaba como nombre de pila ese apellido (de don Juan) en honor al infante de Portugal así llamado. Que por cierto resulta la única vinculación con la Valencia levantina. Como su propio alcalde admite, la relación entre ambos municipios es inexistente. Con una excepción, valiosa excepción: su nombre.

¿Moraleja de esta excursión? Que hay otras Valencias, pero están en ésta. La nuestra.

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