María Jesús Galán, la primera vez que salía a la calle este martes en Paiporta. TXEMA RODRÍGUEZ

Salir a la calle tras un mes cuidando a la Guardia Civil

María Jesús conserva los contactos de agentes de Córdoba, Navarra o Madrid que han pasado por su casa, convertida en un lugar donde descansar o ir al baño

Miércoles, 27 de noviembre 2024, 00:15

Es la primera vez que María Jesús Galán sale de su casa de Paiporta desde el pasado 29 de octubre, y no puede parar de ... llorar. Lo hace mientras va observando cómo ha cambiado el pueblo que la acogió hace ya más de cincuenta años. «Mira, la floristería... Oh, Dios mío, la peluquería...», y así va señalando cada negocio que ella conocía, ahora destruidos. Ha salido de casa a poner al día su libreta del banco, en uno de esos trailers que las entidades han habilitado como sustituto de las oficinas arrasadas. Lleva puesta una mascarilla demasiado pequeña que una vecina le ha dado, mientras camina todo lo rápido que le permiten sus maltrechas rodillas.

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A sus 89 años, mientras Paiporta era asolada por la crecida del barranco, ella pasó la noche en el suelo, sin poder levantarse. «Tuve que tirar la llave por el balcón para que pudieran ayudarme». Pero esta mujer, nacida en Peñarroya-Pueblo Nuevo, un pequeño municipio de Córdoba donde sus padres, extremeños, eran guardas de una finca, tiene una fuerza increíble y una bondad que le ha llevado a convertir su casa en el baño y el lugar de descanso de decenas de guardias civiles, bomberos, voluntarios y militares que, a cambio, han cuidado de ella como si fuera su abuela. «Me ven asomada a la ventana y me traen todo lo que necesito. Además, me han curado y me han atendido tan bien...», explica María Jesús, que sube despacio, escalón a escalón, los tres pisos de un edificio antiguo sin ascensor.

Viuda desde 2009, la vivienda, donde se pueden comer sopas en el suelo, está llena de fotografías de sus hijos y nietos, y en la mesa de la salita, los teléfonos de quienes han pasado por su casa en este mes de encierro. «Eran de Alcorcón, de Navarra, de Córdoba, hasta de mi pueblo había uno... Me han dicho que si necesito algo, que les llame. Aunque sea leche».

María Jesús miraba hacia la calle Maestro Serrano cómo la DANA se llevaba por delante la imagen que ella conserva en su memoria desde que en 1972 se instaló en esa misma casa. Ella no ha perdido nada, aunque ha tenido que quedarse encerrada por sus problemas de salud y porque no era aconsejable para una persona mayor poder desplazarse por la calle con seguridad. Los efectos de las inundaciones han complicado mucho la vida a las personas mayores, que han vivido de la ayuda humanitaria para poder cubrir sus necesidades básicas. Aunque su casa siguiera en pie, como el caso de María Jesús, viviendo en un tercer piso sin ascensor y sin posibilidad de abastecerse por sí mismos.

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Nacida cuando la Guerra Civil comenzaba en España, María Jesús mira atrás y narra con nostalgia algunos capítulos de una vida dedicada a cuidar de los demás desde que era apenas una niña. «Yo me metí de doncella en buenas casas de Madrid». Todavía recuerda a Enrique, Sonsoles y Ricardo, a quienes cuidó durante años. «He disfrutado de todo lo mejor del mundo, hasta de buen marisco, que eran muy buenas personas esa familia», dice María Jesús, que lamenta que de los siete hermanos, ya sólo quede ella.

A pesar de todo lo malo que ha traído la DANA, a María Jesús esta circunstancia le ha permitido volver a cuidar a los demás en una casa demasiado vacía. «He abierto las puertas para que entrara quien quisiera, para ayudar, dentro de mis posibilidades», dice, mientras ofrece un trinaranjus o usar el cuarto de baño. Sólo pide una mano más joven para abrir una garrafa, con la que lavará los platos porque el agua del grifo todavía no es potable. «Soy muy escrupulosa. Una vez me dieron una tortilla y me salieron llagas, así que me cocino yo», asegura, preocupada porque hoy ha sido el primer día en muchos años que había salido de casa sin hacerse la cama. «¿Qué vais a pensar de mí?».

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