Viaje por el Roig Arena guiado por sus artífices
Un recorrido por el nuevo hito de Valencia de la mano del equipo de arquitectos de ERRE que puso en pie el edificio inaugurado hace tres meses
Dicen los socios de ERRE que en una reunión reciente entre los cincuenta profesionales de su despacho la palabra clave fue experiencia: el concepto de moda también en el oficio de arquitecto. Y señalan luego Amparo Roig y José Martí, responsables del estudio de arquitectura junto a M. Ángeles Ros, que durante un congreso celebrado hace poco en Los Ángeles quedó entronizado como el nuevo patrón oro de la profesión el mantra de la tecnología. Sobre ambos conceptos se construyó el Roig Arena, por cierto. Una experiencia amable, a escala humana, que distingue un recinto sin embargo de dimensión colosal, que en efecto no puede entenderse en toda su magnitud sin atender a la revolución tecnológica en curso. Dos vertientes que ayudan a interpretar las líneas que siguen: cómo es por dentro el flamante hito que Valencia descubrió hace tres meses. Un itinerario por sus secretos, de la mano de sus creadores, quienes mejor lo conocen: el equipo de arquitectos que recibe a LAS PROVINCIAS en su despacho de la calle Maestro Gozalbo.
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Dentro del coloso: el espíritu del Roig Arena
Comienza el recorrido. Primer aviso. «Lo que nos debería llamar la atención no es lo que se ve dentro del Roig Arena, sino lo que ocurre», advierte Roig. Una sensación que surge ya en el acercamiento inicial al pabellón mediante lo antedicho, la idea de experiencia. «Este edificio no está plantado ahí como un OVNI», prosigue, »ignorando totalmente lo que ocurre alrededor, sino que se relaciona con la ciudad y el entorno, intentando transmitir lo que puede pasar dentro desde que lo ves de lejos». Sus palabras apuntan a esa primera aproximación. Estamos plantados ante el majestuoso acceso y de la mano de sus creadores observamos algunos de los gestos esenciales para comprender qué nos quiere decir el Roig Arena. «Hemos cuidado mucho los accesos, que haya un aparcamiento, que haya un parque donde ocurran cosas vinculadas o no al Arena y que cuando la persona se vaya acercando se pregunte qué está pasando aquí». Bienvenidos por lo tanto al mundo del efecto wow, el factor esencial de la sorpresa que en el caso del Roig Arenase se ejerce de modo sutil: siendo aparatosa su magnitud, el diálogo que forja con el usuario se inclina por un elegante ejercicio de finura arquitectónica: se convoca la magia de la luz a través de su impresionante iluminación cuando se ingresa por las monumentales escaleras y ese detalle, con su punto incluso dramatúrgico, ya sitúa al visitante en el escenario donde ERRE pretendía: transmitir un mensaje donde triunfa la alta tecnología pero no apabulla. El detalle de cubrir la piel del gigante con una textura cerámica que remite al imaginario propio de la Comunitat ayuda a dar una bienvenida amable y grata: quien entra al Roig Arena se familiariza con el espacio desde la primera zancada. Primer objetivo, que la ciudad viva el Roig Arena, como subraya Roig: «No es una cosa cerrada. Aquí entras y entonces empiezan a pasar cosas: ése es el espíritu del Roig Arena».
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Paseo por el interior: un recorrido desde el movimiento
Ya estamos dentro del recinto. Sus artífices confiesan su satisfacción porque desde su inauguración han visto cristalizar uno de sus objetivos centrales: la ciudad, observan, «ha hecho suyo el Roig Arena». ¿Cómo? «Porque ha notado todas las cosas que están pasando dentro», responden. Desde las terrazas por donde se pasea en una agradable caminata con vistas a los cuatro puntos cardinales, a la oferta gastronómica y el resto de dotaciones del recinto, que desembocan (de nuevo, la palabra experiencia) en una conclusión: «Esto es un concepto totalmente disruptivo». Roig hila su reflexión con otra línea argumental (de nuevo, la palabra experiencia): «En otros arenas, sales del concierto o del partido y ya está, se acaba ahí: nosotros queríamos lo contrario, que la gente sintiera que le envuelve la tecnología o la iluminación tan espectacular pero no como un elemento exento: que formara parte de un todo». Y Martí apuntala esta idea: «El edificio tiene que hablar con la sociedad, es un lugar de encuentro». Observa cómo funciona la sinuosa fachada, que se abre para generar la gran escalera que permite a miles de personas acceder y evacuar el edificio con agilidad, una de las grandes necesidades de una arena… «Que la gente se mueva y fluya por el interior se consigue precisamente gracias a esa gran escalera, que ya nos está mostrando como un lugar que apunta al futuro, señala. Y añade: «No es solo un edificio muy tecnológico por fuera, sino también por dentro. Siempre pretendimos que fuera un sitio rápido, ágil». Es decir, de nuevo lo experiencial: «Ver un concierto de Quevedo a las doce de la noche y al día siguiente, a las 12 de la mañana, un partido de baloncesto: eso es lo importante de verdad y que el usuario lo perciba como tal». En resumen, «pensar el edificio más desde el movimiento que desde la quietud«.
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La experiencia del usuario como guía del recorrido
Prosigue el recorrido por las entrañas del Roig Arena, guiados por las orientaciones del equipo de arquitectos, quienes nos recuerdan que en el proceso de gestación colaboraron con el estudio internacional HOK y con otros grupos profesionales, que aportaron sus conocimientos en iluminación, acústica, logística… Tuvieron que solucionar los imprevistos que fueron surgiendo, incluyendo por ejemplo la necesidad de buscar un espacio para el acopio de materiales, ubicar los muelles de carga en relación con las exigencias del tráfico que rodea el entorno, incorporar tecnología punta…. Con una particularidad: que siendo muy relevantes, esos elementos no representan la almendra central del proyecto. El foco se sitúa, reiteran en ERRE, en lo antedicho, en la experiencia del usuario. Atravesar su interior con un suplemento sentimental: «abrazar» el Roig Arena. Y el verbo es trascendente. Apela a ese contenido emocional que transmite su creación para alcanzar su total plenitud; de lo contrario, tanto esfuerzo «no hubiera servido de nada». Sería una mole sin alma, lo contrario de los sentimientos que suscita y ahí opera otro de sus atributos singulares: la decisión de esponjar su emplazamiento con un parque público de 20.000 metros cuadrados, el aparcamiento en altura y la escuela pública CEIP Les Arts, así como la zona peatonal reurbanizada de 21.000 metros cuadrados; en resumen, la suma de gestos que permite convertir la dotación en un espacio para la socialización. «La sociedad civil tiene que querer este edificio», señalan sus autores.
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Una criatura multisensorial: descubrirla y también vivirla
Todo itinerario por el interior del Roig Arena incluye una percepción clave: se trata de una criatura multisensorial. Carece por lo tanto de único corazón: esa materialidad «singular y novedosa» que mencionan Roig y Martí se refleja en una carnalidad muy sincera, porque desde cada rincón se está bombeando una corriente de emociones a quienes lo recorren. El resultado final es la suma de las diversas vetas que lo componen, desde el espacio central a la pista donde entrenan los equipos de baloncesto, pasando por su identificación como un gran escenario de índole teatral cuando la ocasión lo requiere o sus distintos formatos para los variados espectáculos que alberga en función de su naturaleza o del número potencial de espectadores… Bombea también su propio riego sanguíneo el haz de servicios de restauración, hasta alcanzar esa ambición que iluminó sus primeros quehaceres con el tablero en blanco: como se suele decir de los grandes vinos, que saborear el Roig Arena invite a pedir una copa más. Abrir otra botella: a diferencia del resto de arenas repartidos por todo el mundo, su pariente valenciano aspira a que quien sale de ver un partido o un show, se detenga un rato a paladear el edificio mientras lo abandona. «Es un espacio para descubrirlo y también vivirlo», explican los arquitectos. «Y para luego recordar lo descubierto y lo vivido». De ahí su satisfacción: «Es lo que está ocurriendo ahora». Un sentimiento al que ayuda la escala humana del edificio y el énfasis con que se enfocó su construcción en el aspecto de libertad y seguridad, que se condensa en los principios operativos percibidos durante este paseo: de lejos, ofrece la apariencia de globalidad, nunca de fragmentación; en la distancia corta, fruto de su buena relación con los edificios residenciales de los alrededores, agrega a estos factores la idea central de fácil accesibilidad «y te da perspectiva». «La escala se adapta a la distanciad desde donde se percibe gracias a su fachada de 8.600 lamas cerámicas», sostienen sus creadores.
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Final del viaje: un edificio que sigue contando cosas
PConcluye el recorrido. Nos dirigimos a la salida acompañados por las reflexiones de Amparo Roig y José Martí guiando nuestros pasos. Recuerdan que el pabellón nació para dar satisfacción, en su origen, a la pretensión de mejorar una dotación puramente deportiva, pero luego se convirtió en un proyecto más ambicioso y también más profundo. Un espacio que enarbola como gran argumento el don de la versatilidad, que ayudó a acoger todo el programa para enriquecer el propósito fundacional. La arquitecta apunta un detalle que puede parecer anecdótico pero que revela la sensibilidad con que del folio en blanco se pasó al edificio ya construido: ella estaba harta de ver filas y filas en otros recintos análogos, para tomar algo en el bar o también para ir al baño, así que multiplicó los lavabos para mujeres: las filas se evaporaron. Un gesto menor si se quiere pero significativo: mejora la experiencia de quien viene a ver al Valencia Basket o a Bisbal y fortalece la sensación de armonía dominante, sin agotar todo lo que el Roig Arena tiene que decir todavía a Valencia. «El edificio va a continuar dando guerra», promete Martí con una sonrisa. «Ha tenido una maravillosa acogida», coincide Roig, «y sigue contando cosas».
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