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#YOELIJO, #TÚELIGES, #ÉLELIGE...

Y si hablamos de educación ·

PABLO ROVIRA

Martes, 12 de febrero 2019, 08:16

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La libertad de elección de colegio de las familias es una cuestión recurrente en el debate educativo y, por consiguiente, en esta tribuna, lo que implica el riesgo de repetirse uno mismo rondando los mismos argumentos con diferentes palabras. Pero la actualidad, con la presentación pública de la campaña #yoelijo por parte del sector de la enseñanza concertada y/o católica, merece volver a prestar atención al tema. De todas formas, la importancia de esta elección, que se recoge en los mismos artículos que hablan del derecho a la Educación en las declaraciones internacionales y en la Constitución, da por bueno la reiteración.

La libertad de elección de colegio de las familias existe y sólo desde posicionamientos ideológicos minoritarios se niega. Hay que empezar por aquí porque a veces se cuelan argumentos que parecen cuestionarlo. Negar que las familias elijan nos llevaría al absurdo de que sea el Estado, independientemente de la disponibilidad de las plazas escolares, decidiera por las familias. Imaginen un proceso de admisión de alumnos en el que las familias no expresasen sus preferencias, que las solicitudes acabasen en un saco común en el que la mano inocente fuera un programa informático que repartiera los niños por los centros según criterios meramente administrativos. Podría, qué sé yo, optar por el criterio único de la optimización de recursos, y así comenzar a llenar colegios por orden alfabético y que ese 25% de plazas libres se concentrasen en los colegios a partir de la letra 'P', y éstos fueran cerrados por no tener alumnos. O por cercanía, para lo que habría que negar una de las dos proximidades posibles -domicilio o trabajo- pues, ya hemos dicho, a los padres no pedimos opinión. Y así la caricatura podría seguir en distintos escenarios...

Por tanto, acercarse al problema desde la libertad de elección es el modo de ver el asunto, y no desde la benevolencia administrativa, como si la final elección familiar fuera una simple concesión gentil una vez el Estado hace su reparto. La elección de los padres no es una lucha por los restos, una ilusión de libertad creada por el aparato administrativo, como si fuera ese 0,7% cuyo destino decidimos en el impuesto de la renta.

Y, en este sentido, en la Comunitat Valenciana existe libertad de elección y ninguna normativa amenaza su supervivencia. La discusión se mueve en los límites que se establecen a esa libertad de elección. Y ahí no estamos todos de acuerdo, porque unos quieren limitar esta libertad más que otros. Porque la libertad de elección, y esto también es de perrogrullo, difícilmente puede ser absoluta, ya sea por razones presupuestarias y de optimización de recursos, ya sea por razones sociales para que el avance hacia una sociedad más libre y en igualdad sea a la par.

Hablamos, por tanto, de dónde establecer los límites, y así deben ser entendidos los promotores de esta campaña de #yoelijo que denuncian el aumento de estas limitaciones a la libertad a lo largo de la legislatura. Y, sobre todo, el error de enfoque que se esconde cuando el conseller tacha a la enseñanza concertada como subsidiaria. Ya digo, como si el concierto fuera una concesión política que se mueve entre lo arbitrario y lo presupuestario, lo que nos llevaría a otro absurdo por el cual cuanto más próspera sea nuestra sociedad, y por tanto más fondos públicos puedan destinarse a la Educación, menos libertad habrá.

Porque en este debate, quedarse en su discusión sobre la titularidad de los centros es pelear en una de las esquinas del asunto, fijarse en los intereses corporativos.

Que los padres elijan o que decidan son dos discusiones diferentes. La elección de colegio no tiene nada que ver con votar en los consejos escolares, una vez dentro, sea el programa lingüístico o la jornada continua. La elección es previa a que el niño entre en el colegio y no sólo la limitan las cuestiones mencionadas que pueden tener sentido, sino también los intereses de un sistema fortalecido que aquí hace el papel de Goliat frente la honda trémula de los padres. Porque el Estado debe garantizar el derecho a la Educación de los niños, lo cual es compatible con la libertad de los padres para decidir dónde sus hijos ejercerán ese derecho. Y depende de las políticas, se limita o extiende esta responsabilidad paterna. Vale, los niños no son de los padres, pero mucho -muchísimo- menos de las políticas que quieren apropiárselos.

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