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A VUELTAS CON EL PAÍS DE OZ

ÁLVARO MOHORTE

Domingo, 20 de enero 2019, 13:39

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El año 1939 fue un infierno para la Metro-Goldwyn-Mayer. La fábrica de sueños del león había decidido contar una historia con los pies en la gran depresión y la mirada en el arco iris, soltando por el camino una millonada que le colgó a su nueva película el cartel de «la más cara de la historia». El flamante Technicolor parecía inventado para una historia tan mágica como la de L. Frank Baum y su 'El mago de Oz'.

Sin embargo, las brujas empezarían pronto a hacer de las suyas. Lo primero fue elegir a la protagonista. En el estudio lo tenían claro: Shirley Temple, pero el caché era descomunal y su agenda de rodajes estaba lleno hasta que cumpliera 100 años. Así se optó por un plan B: Judy Garland. La niña daba bien en la cámara, era esclava del estudio, sabía cantar y podía aguantar las horas de rodaje bajo el látigo del productor. ¿Qué podía salir mal? Pues la edad.

Tenía 16 años y en cuestión de meses le despuntaron unos pechos generosos que obligaron a acompañar el vestuario de un corsé que casi no le dejaba respirar y le hacía desfallecer tras horas de saltitos sobre el camino de baldosas amarillas. La solución era echarle broncas salvajes y, cuando la pobre niña rompía a llorar, meterle en la boca un puñado de ansiolíticos. Que pase el siguiente.

¿Que el actor que hace del hombre de hojalata, Buddy Ebsen, ha sido ingresado de urgencia porque el maquillaje con polvo de aluminio le ha provocado una crisis respiratoria que le tiene entre la vida y la muerte a los 10 días de rodaje? Pues se le tira y se pone a Jack Haley otro maquillaje, y a correr.

Con este panorama, cuando a Margaret Hamilton se la llevan al hospital después de sufrir quemaduras graves en la cara al incendiarse con la pirotecnia su maquillaje verde de Bruja Mala del Oeste, su representante le ruega que no se queje o la botarán. Hasta el perrito Totó se tiene que someter a la disciplina inglesa del rodaje, porque un pisotón le rompió una pata.

A cambio, quedó un clásico brutal, que en el momento, encima, fue un fracaso en taquilla porque le levantó la cartera un chalado que había hecho una película larga de dibujos animados: Walt Disney y su 'Blancanieves'. Sin embargo, los estereotipos del espantapájaros sin cerebro, el hombre de hojalata sin corazón y el león cobarde son universales y hay quien los ve por todas partes.

En el 'Brexit', el laborista Corbin tiene paja en el cerebro, Theresa May no empatiza con su partido y Michael Farage se esconde recogiéndose el rabo. También se pueden repartir los papeles del chorlito, el frío y el bravucón cobarde líderes de Podemos, socios del tridente andaluz, del tripartito valenciano o en el liderazgo del independentismo catalán. Imaginar y reír puede ser lo mismo... aunque, ¿a quién le gustaría ser Dorita del brazo de ciertas compañías?

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