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VIVIR PARA VER

PEDRO TOLEDANO

Jueves, 15 de marzo 2018, 11:24

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Una buena parte de la crítica taurina y muchos de los aficionados que se apuntan a sus postulados, andan últimamente dándole vueltas al tan traído y llevado tema de los encastes. Es una forma de intentar influir en la opinión pública promoviendo un debate falso, diría que falsario, hipócrita y tramposo, porque, en realidad, de lo que se debería hablar es de buenos o malos ganaderos. Pero como es cierto que existe un trasfondo histórico basado en la discusión sobre el toro adecuado para practicar el toreo moderno y eso llevó a un toro muchas veces desproporcionado dejando de lado el trapío, cree necesario deshacer entuertos. Provocados por ellos mismos y devolver ciertos encastes, a las ferias de postín.

Quienes ahora reclaman ese cambio fundamental hacen gala de muy mala memoria y soslayan, con descaro los argumentos que utilizaron en su día para plantear aquella involución. Fue en los años sesenta y setenta cuando la crítica influyente insistió, sin recato, en contaminar a veterinarios y autoridad, para que subiera, no el trapío, sino el peso, sin contemplar algo tan primordial como es el tipo morfológico de cada encaste. Querían romana, y eso, como se ha comprobado en el transcurso del tiempo, era incompatible con la mayoría de los encastes que ahora reclaman con tanto entusiasmo y tanta desmemoria.

Aquella presión mediática influyó, lógicamente, en muchos ganaderos que se vieron en la disyuntiva de o cambiar de origen, buscando un encaste que diera más volumen y mayor arboladura de pitones, o relegarse a lidiar en plazas de menor exigencia. Quienes mayor reserva tenían por aquel entonces del encaste que hoy impera, era la familia Domecq. Y a esa reserva acudieron los ganaderos que querían seguir la moda.

Acaso la fortuna y cómo no la exigencia y buen criterio de los aficionados franceses, de quienes tanto debíamos aprender, hizo que aquellas ganaderías que fueron estigmatizadas en España -casi todas de origen Santa Coloma- hayan sobrevivido, y el tiempo, que acaba poniendo todo en su sitio, esté haciendo que la diversidad retome su lugar en nuestras plazas, aupados en muchos casos por quienes entonces los denostaron. Vivir para ver.

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