Borrar

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

El incesante goteo de negocios que se precipitan hacia el vacío del cierre definitivo huele a derrota injusta. Una mujer me abordó la otra mañana: «Mi hija abrió una cafetería hace dos años y la acaba de cerrar». Y esa misma tarde un hombre me contó que chapaba su bar de toda la vida porque su resistencia se había agotado. Dos golpes de realidad demoledora durante la misma jornada. Te quedas callado como un pasmarote pero sientes que tus tripas bailan una perturbadora danza macabra.

¿Son conscientes nuestros líderes del dolor que repta a nuestra vera? No lo creo. Viven en sus cápsulas de privilegios y hoy, los anticasta, son verdadera, genuina casta que se alejó de la calle en un suspiro. Recibieron sus recias primeras nóminas y cambiaron el pelaje combativo por la dulce remuneración. Siguen con sus intrigas que tanto les entretienen. A falta de gestión, pirulas de pasillos. ¿Monarquía o República? Y qué coño nos importa justo ahora ese debate. Acaso en su burbuja de platino ni siquiera han caído en el desastre de tanto cierre y tanta facturación bajo tierra. Sin impuestos porque casi nadie podrá pagar, algún día sus soldadas se resentirán. Observemos un ejemplo: la recaudación de los impuestos cosechados gracias al alcohol ha bajado el 30%. Esto se debe, sobre todo, a la ausencia de turistas. Sin el turismo estamos condenados a la miseria. La relación entre el turismo y la ingesta de licores, desde luego, segrega tono de humor negro. Años criticando el grosero y atroz turismo de borrachera, o a esos talludos visitantes que se freían ventripotentes allá en las terrazas de Benidorm siempre con la jarra de cerveza en ristre, y de repente notamos su ausencia porque acusamos la merma de ingresos que antaño finalizaban en las arcas públicas. Fuimos unos señoritos arrogantes pero hoy añoramos la vieja normalidad.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios