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Somos hijos de un tiempo nuevo, muy diferente al de nuestros padres o nuestros abuelos, y afortunadamente ya no estamos acostumbrados a una violencia en las calles que durante el primer tercio del siglo XX fue práctica común y diaria en España y en gran parte de Europa. Las protestas en Venezuela contra Maduro se saldan con muertos y heridos graves de verdad, sin manipulación, pero aquí nos asustamos y mareamos en cuanto vemos la sangre, una ceja partida, un brazo rato, un hombre arrastrado. ¿Qué esperaban? Cuando se infringe la ley, cuando un ciudadano se enfrenta a la policía, corre el riesgo de acabar sufriendo las consecuencias de su desafío. Sólo que ahora el infractor cuenta con dos factores que juegan a su favor: el buenismo generalizado y bobalicón y la retransmisión al instante de cada mínimo incidente gracias a millones de teléfonos móviles y a las redes sociales. Lo cual propicia un terreno idóneo para la anarquía. Estamos donde quería la CUP, en su territorio, con su agenda, marcando ellos los tiempos. Y los demás van (vamos) todos a rebufo de los radicales antisistema. Y en esas circunstancias, siempre tendrán todas las de ganar. Porque incluso van a contar con el respaldo de instituciones aquejadas de la misma enfermedad -el buenismo-, que cuando deberían haber cerrado filas con el Gobierno del Estado español, juegan a dos bandas e intentar quedar bien con todos. ¿Verdad, Unión Europea? Qué gran ocasión desaprovechada para salir y proclamar claramente que Europa está del lado de España y que una Cataluña independiente quedaría fuera del proyecto comunitario. Pero en lugar de eso se habla de que no se puede recurrir a la violencia, cuando hasta un estudiante de 1º de Derecho sabe que en una democracia la Policía ejerce una fuerza legítima contra quienes se sitúan al margen de la ley. Nada de todo esto parece importar, ni el uso de niños como escudos humanos (¿qué clase de padre es capaz de algo así?). Aquejado de buenismo, alarmado de buena mañana porque ¡está cargando la policía!, y dispuesto alguno de sus miembros (verdad, Pedro Sánchez?) a obtener réditos electorales de las dudas y la impericia del Gobierno Rajoy, el bloque constitucionalista presenta unas fisuras que de momento no se registran en el independentista, firme en torno a la hoja de ruta que marcan Anna Gabriel y sus huestes. Cuando las cosas se pongan feas, que se pondrán, los radicales no dudarán lo más mínimo en llegar al límite y en hacer, ellos sí, uso de una violencia ilegítima. Mientras tanto, los defensores del orden constitucional, de la unidad de España, de la integridad del Estado, se pondrán a discutir sobre cómo parar una revuelta en toda regla. El buenismo inclina la balanza a favor de los sediciosos.

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