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La velocidad, la movilidad y...

Se ha asentado la creencia de que la seguridad sólo consiste en ir muy despacio y se descuida la evidente falta de educación vial

Vicente Lladró

Valencia

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Jueves, 1 de enero 1970

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Pues pongan en la misma lista cualquier palabra que rime y que les plazca. La mayor parte de los accidentes son por culpa del exceso de velocidad. Sí, pero no. Esa es la verdad oficial y facilona. Te la das por ir demasiado deprisa. Entonces la solución es fácil: vayamos más despacio. Todavía hay choques. Pues más despacio todavía. Como decía el famoso mago argentino René Lavand, que manejaba los naipes como nadie con su única mano y no le pillabas el truco: «No se puede hacer más lento».

La velocidad, sí, pero trufada de despistes, de mala formación de muchos conductores, de mala educación, de desprecio por las señales y por los demás, de falta de respeto, de excesivas dosis de soberbia y tontuna... Y todo eso no se arregla ni con altas tomas de 'espabilina'.

Y no habrá más remedio que conformarnos con lo que hay. ¿Qué hace el poder ante la evidencia de que no se puede hacer más con tantos?, intentar igualar por debajo. Que hay demasiados que van a la suya y no se fijan, que se desobedecen las reglas y cunde el peligro, que hay muchos accidentes... Pues intentemos por lo menos que sean menos graves; lo más leves que sea posible. Lógico. Si se empeñan en chocar o en salirse de la calzada, que al menos lo hagan más despacio. Y posiblemente no haya más remedio.

Está imponiéndose la norma general de reducir a 30 kilómetros por hora el tráfico en los cascos urbanos y se está preparando reducir a 80 la de las carreteras secundarias. En realidad hay muchas calles de ciudades y pueblos en las que no se va ni siquiera a a 30, porque son estrechas, o empinadas, o torcidas, o con mucho trajín de coches y peatones. Y aunque sean horas de menos densidad, el sentido común ya te hace moderar la marcha. Sin embargo hay otras vías urbanas anchas, rectas y sin cruces en las que a 50 por hora te sientes tortuga innecesariamente. Y lo mismo para las carreteras. Hay casos y casos, pero igualar es lo más fácil para los que se ponen a organizar el cotarro. Igualar por abajo, desde luego.

Es que es en las carreteras secundarias donde se registran más accidentes y más graves. Bueno, pues si es por la velocidad, bájenla todavía más. Menos siniestralidad. O supriman los vehículos privados. Pero ¿sería eso factible? Porque al mismo tiempo se nos exige por todas partes que seamos más competitivos, que lleguemos a punto, que estemos pendientes de más cosas, que acudamos a todo... Y todo ello exige circular con mayor diligencia; como se dice ahora, gozar de una movilidad adecuada; un concepto que, en un raro salto de interpretación, se está convirtiendo casi en lo contrario: moverse hoy casi representa moverse menos, salvo que sea en bici o patinete.

El caso es que se ha asentado la creencia generalizada de que la seguridad sólo consiste en ir más despacio a toda costa, mientras se descuida la evidente falta de educación vial. Y eso parece ya inamovible.

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