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Publicaban todos los periódicos el pasado miércoles entrevistas con Arturo Pérez-Reverte, que acaba de publicar la tercera entrega de su serie de Lorenzo Falcó, un personaje de ficción que da vida a un espía franquista sin escrúpulos, sin conciencia, sin ética. Y dejaba el escritor una declaración de esas que hacen removerse a muchos progres en sus cómodos sillones de la complacencia ideológica y la superioridad moral: «Picasso no pintó el 'Guernica' por patriotismo sino por dinero». Hummm, puedo imaginar el murmullo de desaprobación en progrelandia, ese peculiar mundillo que se nutre de políticos profesionales, sindicalistas, periodistas, intelectuales y artistas todos ellos unidos por su militancia en una izquierda que ha elevado a categoría de verdad indiscutible (y ahora quieren que oficial) su versión de lo que sucedió en España entre 1931 y 1939, es decir, el periodo de la II república y la guerra civil. ¿Cómo se atreve -me los imagino preguntando en voz alta, alterados, casi desencajados- a dudar de los motivos políticos sinceros, auténticos y totalmente comprometidos del genio? Por si no tenían bastante, el martes se presenta una nueva obra de la Fundación Faes y el ínclito Aznar -el enemigo público número 1 del universo progre- asegura que ve muchas similitudes entre lo que está ocurriendo en Cataluña y la revolución de 1934, cuando en plena república la izquierda se levantó en Asturias porque no aceptaba el resultado electoral que había dado la victoria a la derecha e intentó un golpe de Estado que no acabó cuajando en el resto de España, que tuvo seguimiento en Cataluña con la proclamación del Estado catalán por parte del entonces presidente de la Generalitat Lluís Companys y que terminó -como no podía ser de otro modo- en un terrible derramamiento de sangre. En aquella tragedia tuvo un papel protagonista el Partido Socialista, una formación que tenía poco que ver con la actual y que a lo que aspiraba era a una revolución como la que diecisiete años antes había acabado con el zarismo y dado origen a la URSS. Si con Pérez Reverte se removían en el cómodo sillón de su casa burguesa, ahora ya se levantan indignados, furiosos, crispados, completamente fuera de sí. ¡Hasta ahí podíamos llegar, meternos en el mismo saco! Todo, por supuesto, menos hacer autocrítica y, puestos a tirar de memoria (histórica, claro), reconocer los errores del pasado, la connivencia de parte del socialismo y de algunos de sus dirigentes con los grupos más violentos, su participación en la revuelta del 34, su incapacidad para aceptar el modelo de democracia liberal implantado en Francia o en Inglaterra. Las verdades incómodas molestan porque nos hacen ver una realidad que preferimos ocultar o disfrazar.

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