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«¡NO VAYÁIS A LOS MUSEOS, QUE ES PEOR!»

La revolución tecnológica y nuevas teorías están cambiando la piel de la sociedad. Muchas personas, desorientadas, se sienten fuera de juego

Lunes, 10 de diciembre 2018, 09:09

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Siglo XX. Todo empezó en las últimas décadas del siglo XX, tan pródigo en inventos y matanzas. Primero fue la novedad de las cintas que poníamos en un reproductor conectado a la tele, sencillo procedimiento que nos permitía ver en casa películas de reciente estreno. Ya no hacía falta ir a los cines para ver 'Regreso al futuro' (1985) o 'Terminator 2' (1991).

Los móviles. En esos años se popularizaron los teléfonos móviles. En vez de hablar privadamente de nuestras cosas con los familiares o amigos, empezamos a conversar en cualquier sitio y de cualquier tema, a menudo con personas desconocidas. Los telefonillos eran al principio pequeños artilugios que nos permitían llamar y que nos llamasen, enviar mensajes y recibirlos. Solo eso y nada menos que eso. La evolución ha sido enorme. Un móvil sirve ahora para escuchar música, grabar conversaciones, despertarnos, leer libros y la prensa diaria, hacer fotos, enterarse del tiempo que hace en Ciudad Real...

Redes sociales. Facebook nos hace creer que tenemos dos mil amigos, de los cuales no conocemos personalmente a unos 1950. Twitter, Google, Instagram, Linkedin... Estamos mejor conectados que nunca con el mundo y a la vez existe la creciente impresión de vivir inmersos en una realidad virtual. DeepMind ha logrado una máquina invencible en las tres competiciones de tablero más exigentes (ajedrez, shogi y go). Los robots van a quitar muchos puestos de trabajo. La revolución tecnológica y las nuevas teorías -una lleva a las otras- están cambiando la piel de la sociedad con tal rapidez que muchas personas, desorientadas, se sienten fuera de juego.

La política. Varios grupos políticos quieren tirar a la papelera la Consitución de 1978 y cambiar la forma de Estado. El independentismo catalán provoca angustias a los ciudadanos que aman la convivencia afectiva de todos los pueblos de España. El momento es confuso, tenso y muta con rapidez. En los momentos difíciles, cada vez más frecuentes, me consuelo a mí mismo con un pensamiento reparador: «Menos mal que tenemos el refugio del arte, las galerías y los museos».

Francisco Sebastián. En el otoño de 2011 convencí a tres compañeros de mi club de ajedrez -que nunca habían entrado en un museo- para que fuésemos a ver 'El paisaje alrededor', de Francisco Sebastián (1920-2013), en la Sala de Exposiciones del Ayuntamiento. Los cuadros del artista valenciano entusiasmaron a los ajedrecistas. Admiraron la belleza y el lirismo de los paisajes de Sebastián. Me sentí satisfecho por mi proselitismo cultural. He tenido constancia de que aquella iniciativa mía abrió nuevos caminos para mis amigos.

Siete años. Hasta finales del verano de 2018 seguí sintiéndome orgulloso de haber inoculado afición por el arte a mis tres compañeros ajedrecistas. Pero en los últimos meses hubo novedades. El 21 de octubre, el filósofo Paul Preciado pronunció una conferencia en el IVAM en la que sostuvo que los museos occidentales son cómplices «de los procesos de racializacion, sexualización y exclusión de las clases trabajadoras, una institución a través de la cual la burguesía blanca colonial inventó por primera vez una estética global».

Aborregamiento. El 12 de noviembre, Miguel Falomir, director del Prado, declaró a LAS PROVINCIAS: «El éxito mata museos, y para el Prado es una amenaza muy real». Días después fui al Carmen a ver la antológica de Daniel G. Andújar. El texto de presentación afirma que un museo es el «repositorio único y exclusivo de la memoria estética y la transformación de esta en mercancía pecunaria». Ese mismo día visité la muestra de Uiso Alemany en Bancaja. El comisario, Fernando Castro Flórez, asegura en el catálogo que la exposición, titulada significativamente 'El suicidio de la pintura', «es una alegoría sobre el mundillo del arte: un completo aborregamiento».

Contrición. Tras este duro panorama teórico, me reuní con mis tres amigos ajedrecistas para decirles algo importante. Para mí fue un doloroso acto de contrición. «Hace años os animé a visitar las salas de arte», les dije atribulado. «Me equivoqué. Ahora os aconsejo justo lo contrario: ¡No vayáis a los museos, que es peor!».

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