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El valle de Ayora, 35 años después

MIGUEL APARICI NAVARRO CRONISTA OFICIAL DE CORTES DE PALLÁS

Lunes, 4 de septiembre 2017, 10:25

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Arrojé el uniforme caqui, arrugado y embarrado, al interior de la lavadora y comí casero y me eché a recuperar horas de sueño. Veintiocho días seguidos en Alzira, con la responsabilidad de cien soldados, eran suficiente para caer rendido; pero mi cerebro no paró de dar vueltas sobre la suerte que podía haber corrido mi querido Valle de Ayora-Cofrentes, tras aquellas lluvias tan torrenciales. Así que al día siguiente, aprovechando una corta licencia, tomé la cámara y el bloc de notas y me marché a recorrer el suroeste de nuestra provincia. Treinta y cinco años quedaron notas y fotografías guardadas en una de mis carpetas del despacho. Quizás no fuera mala idea, para la historia local, recordar ahora algunas de mis visiones de aquellos momentos.

Laguna de San Benito. El propio Botánico Cavanilles ya había dicho, a fines del XVIII, que aquella depresión endorréica precisaba de la apertura de una mina que eliminara sus pestilencias hasta la distante rambla de Gracia. Así se haría, muchos años más tarde, excavándose una galería kilométrica que permite que hoy esta zona en el límite con Almansa sea un vergel de campiña regada por aspersión.

Pero en aquel otoño de 1982 me la encontré rebosante, atascado de lodos como había quedado el desaguador, y al llegar el invierno frío, que siguió, pude fotografiar también su superficie helada y mostrarla en las imágenes que llevó un artículo de José Soler Carnicer en la revista 'Generalitat'.

Barrancada ayorina. El núcleo ayorino y su arrabal estuvieron siempre atados por las dos márgenes de una vaguada que, en su parte superior, gozaba de un pequeño embalse. La ruptura de éste, la pendiente rápida, las viviendas que habían osado levantar pilares en la cota prohibida... motivaron el desastre, con un par de víctimas humanas. Con aguas que subieron, cargadas de objetos atiborrantes, por la típica calle 'Empedrá' hacia la plaza del mercado y que el autor local José Martínez Sevilla ('Pepe, el de la Imprenta') acabaría plasmando en su libro 'El día más triste de Ayora'.

Huertas del llano. Al norte de la población de Ayora, donde la ermita del milagro medieval de El Ángel, un hermoso llano siempre ha presentado huertas de manantial ubérrimas. Tal que, con la llegada de los sobresueldos de la Central Nuclear de Cofrentes, muchas familias 'enriquecidas' se habían construido magníficas 'mansiones' sobre ellas. Un desaguisado inferior al que dejó -sobre estos campos- la llegada tumultuosa de las lluvias caídas, en el 82, sobre las laderas del Montemayor, La Hunde y La Solana.

Puente de la N-330. Si una carretera ha dado vida a esta comarca (lejana, rural y 'olvidada') ha sido la que une Almansa con Requena. Bien que, en los 70, había empezado a recibir grandes maquinarias para Cofrentes y que, ahora, disfruta de abundantes mejoras rectificadoras.

Pero tras aquella riada, brutal en La Ribera, imponía atravesar aquí en coche el puente hormigonado sobre el río Zarra. Cuyas orillas habían perdido sus afamados cerezos, y hasta una mitad de la parte asfaltada vial, justo por donde los bordes del cauce eran deleznables yesos y arcillas del Keuper.

Barranco del Agua. A espaldas de Jarafuel, el barranco del acueducto gozaba de ser punto acampador; por sus caños y albercas de las fuentes Bella y El Tobarro. Y no fue moderado el oleaje pluviométrico que hizo desaparecer para siempre la histórica conducción acuífera, sino que tuve ocasión de perpetuar en foto las inmensas rocas rodantes que habían varado, finalmente, a la vera del río madre.

'Río arriba'. El tramo del Júcar sobre el que cae la línea del mapa que divide provincia con Albacete es un mundo aparte, impenetrable y desierto. Avanzar por ese paraíso natural requería hacha o podón en mano. Hasta que la riada raspó paredes y fondos gravosos tan profundamente que la garganta rocosa quedó transitable hasta para niños.

Pontón de la CNC. La zona de nueva creación al pie del monte Alcola, base de la ubicación de la Central Nuclear cofrentina que hoy debate su prolongación de vida útil, sólo requería un ligero pasador sobre el magro río Reconque (previo a su afluencia al Júcar). Pero aquel día aciago, el vehículo que alejaba a los trabajadores no pudo con la corriente y el lodo de tan breve afluente; ni las cuerdas, lanzadas por compañeros, sujetaron las vidas de quienes quedaron para siempre sepultados en el barrizal arcilloso que fluía.

'Embarcaderos'. Pocos son quienes no se han acercado ya hasta este pantano cofrentino para darse un paseo en barca turística acristalada, por el hermoso cañón del Júcar; embalsado desde la vecina Cortes de Pallás.

Nada que ver con el paisaje atroz, de hace tres décadas y media, de un embalse colmatado de barros rojos hasta la cúspide; frenando miles de toneladas de lodos que -afortunadamente- no se sumaron a los remitidos desde Tous.

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