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Dicen que la unión hace la fuerza. Aunque algunos utilizan esa fuerza de la peor manera posible. Con la fábula de Esopo aprendimos las bondades de la hermandad y cada cual ha manejado el concepto según ha podido, ha sabido, o le han dejado. En las últimas semanas las calles han sido testigos de multitud de uniones. Improvisadas, organizadas, dirigidas. Concentraciones de todo tipo se dan cita en las aceras del país. Se les observa, se les escucha, se les siente. Aunque la sensación no es la de hermandad. Ni la de fraternidad, ni la de alianza, ni la de sociedad conciliada. «Si convivís y trabajáis juntos nadie os dañará», clamaba a sus hijos un hombre mayor en la parábola antes mencionada. La moraleja no encuentra ahora quien la mente.

Las uniones en estos días, que pasan y pesan frente a nuestras narices, siempre son en contra de alguien o en contra de algo. Dividen más que unen. Esquinan, enfrentan, aíslan. Unos se congregan para irse, otros para retenerlos. Unos se alían para odiar y otros para desprender odio. Unos gritan, los otros lo hacen más. Y nadie escucha a nadie. Son comunidad, pero no lo demuestran. Los frentes se acumulan pero cada cual defiende los suyos. Hay bandos y desbandadas. Se manifiestan pero no para coincidir, sino para que quede alto y claro que difieren. Que ni se parecen ni lo pretenden. No me confundan con aquel ni me acerquen al otro, ni me rocen. Hay ruido, demasiado ruido como para que cuaje ningún mensaje.

Entre tanta confrontación las únicas reuniones masivas que concilian las hemos visto en Galicia. Han venido por mal. Pero reconforta volver a contemplar que personas diferentes -de credos, de votos, de opiniones, de gustos, de géneros- pueden hermanarse para resolver situaciones conflictivas. Hemos asistido a cadenas humanas, a grupos que actuaban como parapetos, a gritos comunes para dar aliento, para hacer eco, para servir de aviso. No se suceden consignas, ni cantinelas.

La imagen de decenas de vecinos en Vigo unidos y logrando apagar las llamas en la ladera del Monte O Castro hace recuperar la confianza. La unión hace la fuerza, ahora sí. Y la contagia. Y la encauza. Y demuestra que sirve para causas nobles. Una vez llegaron los bomberos al lugar donde el incendio arreciaba se hallaron con la edificante sorpresa de que los residentes habían conseguido controlar las llamas. Les habían plantado cara. Las habían apagado. A los profesionales les quedó finalizar las labores y enfriar la zona. Otras zonas son mucho más difíciles de enfriar.

Galicia nos ha regalado estampas horribles, nos ha mostrado paisajes desoladores. Pero también nos ha recordado el poder que tenemos y no usamos convenientemente. Algunas concentraciones apagan fuegos y otros los encienden todavía más. En unas se portan cubos, en otras banderas.

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