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Los ultras durmientes

Arsénico por diversión ·

Los sucesos de Cataluña están avivando una llama que resulta preocupante

María José Pou

Valencia

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Miércoles, 27 de septiembre 2017, 09:58

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Tanto si consigue la independencia como si no, Puigdemont puede presumir de algo: de activar los resortes de una extrema derecha durmiente. España, a diferencia de sus vecinos europeos, parecía inmunizada contra el extremismo fascista. Fruto de la Dictadura, de la capacidad del PP para absorber y neutralizar a toda la derecha o de un contexto de demonización de ese extremo frente a su opuesto, la cuestión es que en España creíamos haber superado el radicalismo conservador. Mirábamos a Le Pen, al holandés Wilders, al finés, al danés, a la Liga Norte, a los de Hungría y Austria o al partido de Farege en Reino Unido y veíamos que España no iba a caer en la misma dinámica. Sin embargo, los sucesos de Cataluña están avivando una llama que resulta preocupante. Lo primero que inquieta es la proximidad entre el patriotismo que se siente orgulloso de su bandera, de sus Fuerzas del Orden y de la defensa de su patria y sale a decirlo y quienes cruzan la línea que separa todo eso del extremismo. Es muy difícil señalar dónde empieza uno y acaba el otro. Más aún cuando hay gente empeñada en presentarlo como un todo: ¿aplaudir a la Guardia Civil es de patriotas o de fascistas? La respuesta parece obvia pero en estos días no lo es tanto. Según quien ofrezca el relato.

Para unos, lo sucedido en Zaragoza eran actos de ultras y para otros, de españoles defendiendo su país. Para unos, despedir a los policías dándoles ánimos es propio de gente de bien que admira a quienes les protegen mientras que, para otros, es la manifestación de una tendencia fascista preocupante y agresiva.

Aplaudir a la bandera no parece propio de gente virulenta. Tampoco manifestar apoyo a unos Cuerpos y Fuerzas de seguridad del Estado que no tienen un papel agradecido. Es habitual en sus misiones pero ser insultado por un delincuente es distinto a serlo por una abuelita entrañable que quiere la independencia. Ahora bien, una cosa es mostrar apoyo a quienes defienden la unidad de España en condiciones comprometidas y otra, ese «a por ellos» que se ha escuchado en algún acto de ese tipo. La expresión es desafortunada porque no se trata de enemigos. Son españoles, aunque renieguen de ello. Son gente como nosotros, que, equivocados o no, tienen familia, abuelos, nietos, cuñados e hijos. No van «a por ellos». Van a hacer cumplir la Constitución. Sin emplear la violencia, esperemos.

Sin duda, la corriente centrífuga que intenta separar a España es preocupante, si no hay consenso para ello, y no parece que lo haya. Pero la que lleva a mirar hacia los independentistas como enemigos que batir tampoco es alentadora. Entiendo la desazón de los españoles que ven una ofensa continuada a su patria y a su bandera, como aquellos catalanes que se sienten molestos por no poder exhibir la suya en exclusiva pero dar alas a esos sentimientos como oposición al contrario y para derrotarle es lo peor que podemos hacer.

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