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Ahora mismo, mientras nosotros desayunamos o nos zampamos un bocadillo si antes hemos salido a pasear al perro, a sólo tres mil kilómetros de distancia, otros europeos, casi idénticos en todo a nosotros, se aprestan para recibir el ataque mortal de Putin. Por eso, mostrar nuestra adhesión a la causa de la democracia en Ucrania es tan obligatorio. Rusia es el país más grande de Europa y Ucrania el segundo, el presente conflicto implica, por tanto, a las dos mayores naciones europeas y me niego a aceptar que la democracia pueda sacrificarse en ellas por ninguna razón geoestratégica. Me asombra que demos por hecho que Rusia jamás será una democracia, que renunciemos de entrada, que se replieguen nuestros principios. Y, desde luego, estoy dispuesto a defender la democracia en Ucrania.

Putin resulta ser a la vez nuestro rival y la garantía de nuestra seguridad. Mientras viva su régimen tiránico, sólo heredero del comunismo en lo que respecta a la violencia y a la libertad perseguida, la democracia europea constituirá una amenaza para él y la combatirá. No puede consentir que nuestros derechos y nuestro bienestar se conviertan en un ejemplo próximo para el pueblo ruso. Sin embargo, aún así, es mejor tratar con una Rusia que dialoga y negocia con voz única, autorizada y clásica que perder la interlocución si, tras la caída de Putin, el coloso se divide en cuatro o cinco regiones bajo el control de señores de la guerra con armamento nuclear. Es decir, que la guerra que está a punto de comenzar no es la peor a la que nos podríamos enfrentar. Pero insisto, pese a todo, debemos correr el riesgo de apostar por la democratización de Rusia.

El autócrata ruso es lo que su mesa de reuniones representa: un hortera de bolera presumiendo de tenerla más larga. Al otro lado de esa cancha de bádminton lacada de blanco sentó al presidente francés y al canciller alemán, que iban a pedirle paz, dando así a entender lo lejos que están sus posiciones; en cambio, con Bolsonaro, que le ofrecía apoyo para la conquista de Ucrania, se arrellanó en un canapé vis a vis. ¿Cómo hará para que lo idolatren a la vez la extrema derecha y la extrema izquierda? Las consecuencias de la dictadura de Putin las paga la Unión Europea. Ya no estamos en la Guerra Fría, capitalismo y marxismo ya no se machacan como modelos alternativos, admitir hoy una zona de influencia rusa es aceptar la existencia de un espacio de nadie entre la democracia y la autocracia, entre la transparencia y la mafia, entre la libertad y el gulag. Ucrania es un símbolo, puede que nuestras Termópilas.

Me niego a aceptar que la democracia pueda sacrificarse por ninguna razón geoestratégica

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