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JESÚS REINA
Jueves, 1 de enero 1970
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El número 3 tiene un gran significado, y no sólo porque sea clave para la lógica matemática, sino también por ser símbolo de la expresión artística y la interacción social, algunos incluso relacionándolo con el positivismo humano.
Tres son los colores primarios (azul, amarillo y rojo), en tres se divide el tiempo (pasado, presente y futuro), la poligonal más sencilla es un triángulo, compuesto como no, por tres vértices y tres lados, y también en la música hay tres claves (Sol, Do y Fa), inspiración de un Alberto Cortez que cantó a los tres los Pablos, los de la luz, del amor y del saber.
Y es que en Dénia siempre han sido tres los referentes, los vértices caracterizadores de un territorio y de un pueblo, los nodos para interpretar el espíritu de una ciudad milenaria, los de la historia, los del comercio, y los de la divina naturaleza, es decir, el triángulo vital formado por el Castillo, el Puerto, y el Montgó.
Me contó Costa Tur que la menfótica actitud de Dénia nació el día que, acabada la guerra, a nadie se le ocurrió poner la bandera blanca en la atalaya del castillo, cayendo con ello las últimas bombas de La Pava sobre Baix la Mar. No lo discutiré, pero yo creo que la desidia fue consumada el día que los dianenses renunciamos a la competencia de los tres referentes.
No soy optimista por convicción, lo soy por obligación, y aunque me cueste recibir una nueva y merecida reprimenda del bueno de Manolo González, no descarto la posibilidad de recuperar ya no las atribuciones, pero si la coparticipación en algo que consideramos nuestro, y de cuyo conocimiento y derecho de opinión debería retornar al pueblo.
Del castillo sí disponemos la gestión del uso público, porque muy poco les interesa a los altos representantes, quedando demasiado por hacer para convertirlo en el gran baluarte de nuestra infraestructura verde. El Parque del Montgó corresponde a otros, aunque estemos costeando su reserva marina, pero lo más sangrante, es sin duda la irrespetuosa aristocracia portuaria.
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